Según la entrada “Religión” de Wikipedia en español, se estima que en el mundo existen cerca de 4.200 religiones; según la entrada en inglés sobre el mismo tema, la cifra es de cerca de 10.000.
Entre las ficciones espirituales –historias que acordamos o heredamos y aceptamos, que nos ayudan a darle sentido al mundo y que no importa si son ciertas o no– el budismo es la que más me ha llamado la atención de las no más de diez que conozco.
Ahora, el budismo, como cualquier religión o doctrina filosófica, tiene una buena cantidad de escuelas y teorías, unas más ortodoxas que otras. Yo apenas he arañado algo... Uno que otro libro, algo sobre mindfulness, ningún texto doctrinal. Tengo pendiente An Introduction to Buddhism de Peter Harvey, ¡de 552 páginas! En realidad debo ser más específico: lo que más ha llamado mi atención son algunos preceptos budistas, en especial los que tienen relación con lo que considero tangible, no con lo que no tengo forma de saber si es cierto, como la reencarnación. De acuerdo al budismo mismo, esta falta de fe solo significaría que no estoy preparado y que es cuestión de reencarnar más veces para darme cuenta.
Los preceptos me llaman la atención no porque los considere más “verdaderos” que los de otros sistemas espirituales, sino porque, detrás de su aparente sencillez hay ideas que me han ayudado a que la vida sea más llevadera –para mí y con ello, espero, para los que me rodean– y a distanciarme del drama que mi mente me pone a jugar. Es un acercamiento pragmático para estar aquí y ahora e intentar tomar las cosas con más humor –la risa, cuando está mediada por el asombro desprevenido y no por la amargura ni la burla, puede ser una puerta a la compasión con otros y con uno mismo.
La base del budismo son las cuatro verdades nobles y hay varias interpretaciones que se complejizan teniendo en cuenta las variadas traducciones, pero, en términos generales, la primera verdad es que el malestar o sufrimiento es inherente a la vida. Esto, si bien puede sonar pesimista, es en realidad una constatación: si estás vivo, vas a sufrir. Esperar no hacerlo no es realista. La segunda plantea la causa del malestar: el deseo, que también se asume como sed, lujuria y apego. La tercera verdad habla del cese del malestar; a través de ciertas prácticas se busca la extinción de tres venenos mentales: la avaricia, el odio y la ignorancia. La cuarta verdad hace alusión al camino octuple para liberarse del sufrimiento, constituido por ocho factores: los puntos de vista, intención, hablar, obrar, medios de vida, esfuerzo, atención y concentración perfectos. Con solo ver uno, por ejemplo el hablar perfecto, consistente en “abstenerse del habla falso, del habla difamatoria, de hablar con dureza, del habla ocioso”, me queda fácil saber que si asumiera que el marco que plantea el budismo es la explicación de la existencia y que la reencarnación efectivamente existe, no será en esta vida que romperé el ciclo. Ante esta inmensa lista, como un estudiante indisciplinado frente a un examen eterno, vale esbozar la sonrisa dulce y compasiva que podemos ver en las estatuas de Buda.