El cine independiente y la mayor parte del cine colombiano tiene en su estreno en salas todo un desafío por mantenerse semana tras semana. El voz a voz resulta tener más peso que la ausente publicidad, ante la lucha desigual con películas cuyos presupuestos se enfocan en la promoción.
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El caso de la película “Una madre” no es la excepción, que como la mayoría del cine nacional ve en las salas alternativas y en los festivales la ventana para poder darse a conocer. De allí que tener obstáculos en ese “círculo de confianza” del circuito alternativo resulte un tanto paradójico. En el estreno para medios, la protagonista Marcela Valencia hizo reflexionar a los asistentes del difícil camino que habían tenido con esta película.
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Contó que ante la cancelación del festival de cine de Cartagena (FICCI) por la pandemia, a pocas horas del estreno de Una madre, tuvieron que esperar casi dos años para poder estrenarla en salas, pero que fue decepcionante el no recibir por parte del festival la oportunidad de volverla a estrenar allí, como si el haber querido nacer en 2020 se hubiera convertido en un problema.
El pasado 11 de agosto, Una madre tuvo una nueva oportunidad ante el público. Tras la muerte de su padre, Alejandro va en busca de su madre (Dora), que está internada en una especie de asilo para personas con problemas de salud mental. Allí ambos emprenden un viaje en el que nada es sencillo de asimilar.
La justificación narrativa de descenso a los infiernos aplica para los personajes principales, pero también envuelve al espectador en la angustia por querer un final distinto al previsible. Esa angustia, asumo, está ligada a que la película aborda temas clave en la existencia humana: la relación vincular con la madre, con los hermanos, con el padre; y ante todo la salud mental, tan censurada de la cotidianidad que hasta la muerte se ha plantea como escenario preferible.
En Una Madre, la historia permite poner sobre la mesa la complejidad de la mente humana desde diferentes perspectivas. Por experiencia o a través de algún ser cercano, muchos nos hemos cuestionado o hemos indagado sobre las afectaciones a la salud mental. A veces ponemos el foco en el tratamiento: una medicina, un centro de rehabilitación, un acompañamiento médico. Pocas veces lo hacemos frente al origen del problema: las experiencias en la infancia, los traumas, las relaciones, las adicciones.
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A través de la narración de Dora podemos entender cómo su relación paternal y de pareja marcaron su forma de ver el sexo, el amor, su autoestima, incluso sus temores; y cómo, de alguna forma, sus experiencias cargaban con un dolor tan irracional que la cordura habría sido una consecuencia imposible.
La película nos hace caer en cuenta que somos una sociedad que no está preparada para tratar las enfermedades mentales. Y va desde lo básico: la percepción acerca de las ventajas de tener un psicólogo o un terapeuta para tratar recuerdos, miedos, episodios de ansiedad o de depresión. Y claro, si eso desencadena en algo mucho más complejo, también somos una sociedad de culpas, de vergüenzas, de castigos y de poco apoyo al sector salud.
Hay mucha ignorancia frente a las afectaciones a la salud mental, en las que me incluyo. Me resulta difícil tratar de comprender con los términos más precisos algo de lo cual desconozco. De allí que Una Madre sea la excusa perfecta para poner este tema en debate para reflexionar y promover desde el rol que cada uno asuma un escenario más comprensivo para nosotros y para todos aquellos que puedan atravesar por algún problema en su salud mental.