Es cierto que abuchear al Presidente no es una conducta digna de aplauso. No debió ocurrir. Pero tampoco es aceptable que se haya resucitado la vieja jugadita que patentó el bachiller Ernesto Macías para birlarle a la oposición el derecho a replicar el discurso del gobierno en presencia del propio jefe de estado.
En efecto, cuando Macías era presidente del Senado, por un descuido al no apagar el micrófono, pudimos enterarnos del truco para que el Presidente Duque se escabullera antes de la intervención de la oposición. Ahora se repite la jugada, pero revestida de falsa legalidad. El gobierno delegó en el Ministro del Interior la función de escuchar al vocero de la oposición.
Aquí el asunto no es jurídico. Más allá de incisos y parágrafos, se trata de escurrirle el bulto a un elemento central de la democracia. El hecho es que no tenemos un sentido genuino de interlocución y respeto por quien piensa distinto. Y por lo visto el 20 de julio, falta mucho trecho para lograrlo. Trecho que será más largo en tanto desde el gobierno mismo se envíe el mensaje de que el Estatuto de la Oposición se obedece pero no se cumple.
Creo que la mayoría de los colombianos queremos un poco de sosiego tras la encarnizada campaña electoral teñida de enorme fanatismo. El nuevo gobierno bajó la alta temperatura. Pero lo que vimos el 20 de julio es que la polarización sigue galopante.
Coda: si la oposición hubiese tenido la certeza de que sería escuchada, quizás no hubiésemos tenido abucheo.