A comienzos de los 2000 circulaba por la televisión paga, un programa de un chef neoyorkino que visitaba diferentes países, en los que conocía sus costumbres, tradiciones y cultura a través de las cocinas locales. De la mano de Anthony Bourdain conocí lugares que mi corazón visitaba sin que mi cuerpo estuviera allí; devoraba sus programas uno tras otro y para ello tenía que forzosamente esperar las 6 de la noche la señal de un televisor de unas pocas pulgadas que acompañaba la habitación de un universitario. Uno de los programas se hizo en el pacífico ecuatoriano y once años después pude hacer parte de ese recorrido en un viaje de 15 días por un país pequeño en el que puedes desayunar en la capital, almorzar en la costa y cenar en la selva.
Mi primer destino, Quito, la ciudad con el centro histórico mejor conservado de Latinoamérica. Allí curiosamente mi primera comida fue un rabo de toro al estilo cordobés, un plato español que se servía en un restaurantico cercano a la plaza de armas que era una alegoría a la fiesta brava. Después caminé por la ronda, un barrio colonial de calles empedradas y recovecos, donde se sirven variedad de cervezas artesanales y comidas locales.
En Quito inicié probando el hornado, un plato de cerdo, herencia española e inspirado en el cochinillo segoviano, aunque más parecido a una lechona sin el relleno de esta, que se sirve con torta de papa y cebollas y tomates encurtidos. Otros platos típicos son la güatita (mondongo), la fritada (cerdo adobado y frito), tripas mishqui (similar al chunchullo con otros aderezos), las empanadas de viento (hechas con harina) y colada morada. Aparte de la gastronomía me sorprendió la cantidad de zonas verdes de la ciudad, un transporte publico organizado y con un valor aproximado al 25% del que cuesta en Bogotá. A menos de dos horas se puede visitar el volcán Cotopaxi y lograr nieve a sus 4864 MSNM.
El próximo destino fue Guayaquil, una ciudad de clima cálido y la más grande de Ecuador. Un imperdible es caminar por el malecón 2000 al borde del rio Guayas, ver un atardecer allí con una cerveza en la mano, dar un paseo en lancha o sorprenderse con la belleza de las guayaquileñas. Al final del malecón está la perla, la rueda moscovita más grande de Latinoamérica; desde la parte más alta se puede divisar gran parte de la ciudad. La comida por antonomasia es el encebollado, que consiste en un caldo sustancioso, potente, a base de albacora (un pescado familia del atún), yuca, cebolla, tomate, cilantro y acompañado con chifles (plátano verde en tostones). Adicionalmente es imposible no probar platos típicos de Guayaquil como la cazuela y el cangrejo. Otros lugares de interés donde podremos probar las comidas y bebidas locales: El barrio colonial Las Peñas, el cerro de Santa Ana, el museo del astillero, el museo de Julio Jaramillo, el museo de los clubes de fútbol Emelec y Barcelona (todos estos museos son gratuitos) y la zona gourmet por excelencia, Samborondón. En verdad puedo decir que esta ciudad tiene una oferta tan amplia que cualquier estadía resulta corta.
Dejé Guayaquil buscando el mar y llegué a Montañita, denominado paraíso hippie de Latinoamérica. Allí la estadía fue corta y el plato más representativo que me encontré fue el ceviche en sus diferentes presentaciones, muy similares a los que encontramos en Colombia, salvo que se acompañan con maíz tostado. Montañita tiene una amplia oferta de bares y hoteles, sin embargo, puede ser un poco abrumador por la cantidad de personas, las interminables rumbas y el inacabable ruido.
El último destino y mi favorito fue Puerto López, un pueblo de pescadores, con un hermoso muelle y un malecón donde encontré atardeceres hipnóticos. El agua de sus playas es tibia y el oleaje ligeramente fuerte. Su gastronomía fue inmejorable, especialmente sus desayunos, con caldos de pescados de sabores muy tradicionales, tortillas de huevo con camarones, cebolla, cilantro, tomate, acompañadas de bolón de verde, hecho con plátano, chicharrón y queso. Otros platos fueron pescados a la parrilla, cazuelas de mariscos, arroz con diferentes frutos de mar y nuevamente el encebollado.
Uno de los mejores destinos de Puerto López es Isla Plata, también conocida como “la Galápagos de los pobres”, llamada así porque es mucho más barata para llegar y se ven especies similares como tortugas marinas, ballenas, peces coralinos y los piqueros azules. No es un destino gastronómico, pero finalmente viajamos para alimentar el alma y allí, es imposible no amar la vida.
Ecuador es un país pequeño, del que apenas tuvimos una aproximación, pero que está lleno de otros destinos extraordinarios como Baños de Atacama, Cuenca, la Amazonía y la ruta del Spondylus que bordea todo el océano pacífico. Es un vecino que poco o nada conocemos y que tiene tantas maravillas que valen la pena visitar. Me despedí prometiendo volver con mi hija y enseñarle el lugar donde escribí su nombre en la playa.