En el año 2021, 193 millones de personas en 53 países se encontraban en situación de inseguridad alimentaria aguda, según un informe realizado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Programa Mundial de Alimentos (PMA) y la Unión Europea. Recuerdo una frase del economista ghanés y ex secretario general de Naciones Unidas, Kofi Annan, quien decía que “El mundo tiene suficiente comida. Lo que falta es voluntad política para asegurar que toda la gente tenga acceso a esta abundancia, que toda la gente disfrute de la seguridad alimentaria”. Si esto es así, ¿cómo podemos, desde el sector empresarial, impulsar la transformación que requiere nuestro sistema alimentario para que en un futuro, no muy lejano, hablemos de otras cifras?
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Uno de los ejes fundamentales de la reunión anual del World Business Council for Sustainable Development (WBCSD) realizada en Montreux, Suiza, fue el análisis del sistema alimentario basado en la situación actual del mundo con respecto a la guerra que se libra en Ucrania. Colombia depende de la importación de urea, el fertilizante más popular usado en diferentes tipos de cultivo. Esa sustancia, en un 63%, se consigue de países como Venezuela, Ucrania y Rusia. Esta crisis generó que, una conversación mundial de los CEO’s más importantes del mundo, se centrará en el sistema alimentario y sobre cómo prevenir sus impactos.
Una de las conclusiones de esta discusión fue que los sistemas alimentarios, ubicados en la intersección entre los desafíos ambientales y sociales, ofrecen oportunidades únicas para que el sector empresarial cumpla sus objetivos climáticos, de biodiversidad y de impacto social. Específicamente, la agricultura contribuye con cerca del 25% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero (GEI), y los sistemas alimentarios en tierra y en el mar amenazan al 86% de las especies actualmente en riesgo. 2.000 millones de personas sufren de desnutrición relacionada con el hambre o la obesidad, y los productores de alimentos y sus familias constituyen casi dos tercios de las personas que viven en pobreza extrema. Sin embargo, el sector de alimentos y el uso de la tierra se perciben como algo poco definido y mal organizado, en comparación con otros sectores, lo que, junto con la compleja ciencia del clima, las dependencias de la naturaleza, y los impactos en los medios de subsistencia, implica que tradicionalmente se invierta menos en los sistemas alimentarios para el desarrollo sostenible. Hoy, esto está cambiando, a medida que más mercados aprecian tanto el riesgo como las oportunidades asociadas con las transformaciones del sistema alimentario.
La seguridad alimentaria nos compete a todos. Desde la siembra en áreas rurales de nuestros países con los campesinos como protagonistas, pasando por los transportadores, intermediarios y empresas que procesan y producen los alimentos que finalmente llegarán a la mesa del consumidor. Y este último sí que tienen un rol crucial pues somos nosotros quienes decidimos qué consumir o no según los estándares de sostenibilidad. Para comenzar a trabajar en ello, les sugiero consultar los Objetivos para Vivir Mejor (OVM), iniciativa del WBCSD y CECODES para que cada individuo tome acción a favor de la Agenda 2030. En este caso el OVM aliméntate sanamente es ideal donde nos proponen conocer cómo cultivamos, pescamos y producimos nuestros alimentos, comprar alimentos locales, de temporada y de comercio justo y ayudar a los niños, las personas mayores y a las mujeres embarazadas a comer bien entre otros.
Frente al debate de cómo mejorar la seguridad alimentaria en el mundo hay opciones para trabajar desde el campo, con tecnología e innovación para mejorar la calidad de los productos, y también se menciona la importancia de cambiar los estilos de vida de los consumidores, quiénes son los que finalmente toman la decisión de compra y exigen a las empresas la calidad de sus productos.
En CECODES somos conscientes de la importancia de este tema, y por esto hemos venido conversando al respecto y poniéndolo sobre la mesa desde hace varios años, apalancados en las iniciativas desarrolladas y lideradas por nuestra casa matriz, el WBCSD. Lo más importante de entender y comenzar a aplicar, para que las transformaciones sean reales, es que el empresariado puede influir de manera directa e indirecta en esta transformación. De manera directa, todos aquellos que hagan parte de una cadena de valor alimentaria tienen el deber de transformar la agricultura, mientras se restaura el medio ambiente, de mejorar la distribución equitativa del valor en toda la cadena, de modificar dietas para que sean saludables y sostenibles, y de minimizar la pérdida y el desperdicio de comida. Como influencia indirecta, las empresas pueden aportar a la construcción de transparencia, a movilizarse para acelerar políticas y financiación en innovación, y a lanzar nuevos modelos de negocio y colaboraciones en la cadena de valor.
Finalmente, uno de los caminos clave para lograr la Visión 2050, donde más de 9 mil millones de personas vivan bien sin rebasar los límites planetarios, es la alimentación. El objetivo es alcanzar un sistema alimentario regenerativo y equitativo que produzca alimentos saludables, seguros y nutritivos para todos. Leyendo esta columna, y poniendo en práctica desde el sector empresarial la influencia directa e indirecta correctamente, podremos acercarnos aún más al logro de esta meta.