Está haciendo carrera el político cínico, el que va a su ritmo y dice lo que se le da la gana mientras la realidad va por otro lado. Siempre han sido caraduras los funcionarios, pero en estas épocas donde el importaculismo está al alza, andan desatados. Antes lo veíamos a la distancia por televisión, con Maduro en Venezuela. Él hablaba maravillas de la revolución bolivariana y de lo bien que iba el país, mientras acá teníamos a los venezolanos que preferían pasar penurias en un país ajeno que morirse de hambre en el suyo. Nunca he oído de Maduro un lo siento, un me equivoqué, mucho menos un vamos mal. Todo es perfecto y lo malo son inventos o conspiraciones de los enemigos.
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Al no ver pronunciamientos oficiales durante los primeros días del paro armado que afectó a medio país, o casi (once departamentos y 180 municipios no es poca cosa) me metí a la cuenta de Twitter de Duque a ver qué decía al respecto y, vaya sorpresa, ni una palabra. Luego el gobierno reculó y se hizo el que se ocupaba del asunto, pero antes de que le llegara el agua al cuello, los trinos de la cuenta presidencial parecían de chiste.
Parece que por aquella poca la agenda del mandatario estaba copada y a la par se esforzaba el community manager por registrar sus actividades: tuits sobre algo llamado Centro Nacional de las artes y la asistencia de Duque al teatro Colón para el lanzamiento; una reunión con Steve Wozniak, cofundador de Apple, para hablar de economía naranja; pronunciamientos sobre la guerra en Ucrania; un discurso sobre energías renovables y de viaje para asistir a la posesión del nuevo presidente de Costa Rica. Y está bien, que un presidente tiene mucho asunto pendiente, pero no puede ser que mientras el país se desangra este señor se la pase jugando a que construye un mundo mejor. Pacificasta, ecologista, cultural, diplomático e innovador y diplomático; el que no lo conozca, que lo compre.
Es que más que desconectados son cínicos; no es que vivan en una realidad paralela, sino que les importa poco la situación de la gente. Ya quisiéramos un gobernante, no que se ocupara de los problemas del país que dirige, tanto los urgentes como los importantes, sino que al menos reconociera sus errores y tuviera el valor de disculparse por no haber cumplido con sus promesas; es más, que ni se excusara, pero que la menos dijera “Sí, ¿la cagué y que?”. O sea, que reconociera malo así le importe un carajo disculparse; así de desencantados estamos con nuestros políticos.
Fotografías de supuestas reuniones multitudinarias durante campaña que al final resultan ser trucadas o correspondientes a otra época, candidatos diciendo cualquier cosa sobre economía u orden público, denuncias falsas para minar a la oposición, afirmaciones temerarias y propuestas populistas; los candidatos están abusando con toda tranquilidad porque saben que pueden hacerlo. No solo saben que los entes de control no los van a contrastar, sino que los ciudadanos tragamos entero y que, aun no creyéndoles, igual vamos a votar por ellos porque a alguien hay que elegir. Lo cierto es que nadie les control de calidad.
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Esta campaña presidencial se ha convertido en una especie de “Y tú más”. Es decir, cuando señalan a algún partido o candidato de algo, el recurso no es desmentir a su acusador sino contraatacar acusándolo de lo mismo, pero en peor grado. Es decir, estamos eligiendo al menos bruto y corrupto o, lo que viene siendo lo mismo, al menos malo. Como se hacen elegir van a gobernar, y así las cosas, el país parece no tener un futuro prometedor.