Un francés, René Descartes, planteó el problema de la relación entre el cuerpo y la mente en dos obras célebres: Las meditaciones metafísicas y El tratado de las pasiones del alma. Descartes sostenía que se trataba de dos sustancias diferentes e inconmensurables. Cuando quiso examinar cuál de las dos constituía la esencia del sujeto, no se lo pensó dos veces: lo propio del sujeto humano, dijo, es la mente. El cuerpo, lo material, era lo extenso, lo duro, lo mecánico. Descartes vivió en una época en la que empezó a utilizarse la metáfora de la máquina: el cuerpo humano podía describirse como una compleja máquina, el universo era una máquina aún más compleja. Definir cómo era posible que una mente no material pudiera gobernar una máquina material fue uno de los dolores de cabeza del filósofo. Tuvo que defender la idea de que, en un punto exacto del cerebro, en la glándula pineal, se operaba el milagro de la unión de esas dos sustancias tan separadas una de otra.
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Tal vez el cartesianismo (Pero no solo él) ha llevado a la desvalorización del cuerpo, que ha sido tan fuerte en occidente; y con la desvalorización del cuerpo llegó la desvalorización de lo que el cuerpo hace: sentir, emocionarse, bailar, hacer el amor o montar en bicicleta. Otro francés, Guillaume Martin, ciclista profesional del Cofidis, filósofo de formación y excelente escalador (Ya fue campeón de la montaña en La Vuelta a España), ha publicado un bello libro llamado Sócrates en Bicicleta, en el que se dedica a desvanecer la tiranía del dualismo cartesiano. El libro, sin embargo, no es un texto técnico de filosofía ni es un texto técnico de ciclismo; es un libro que fantasea con las dos cosas, legible para el no entendido en estas disciplinas, ameno y divertido. Vemos a Martin saliendo a entrenar en un día gris y lluvioso, mientras escucha en el viejo MP3 de su hermana un programa de radio en el que un filósofo erudito explica el dualismo mente y cuerpo de Descartes. Y Martin, haciendo series en su bicicleta, experimenta lo que hasta el más humilde cicloturista experimenta en los momentos de iluminación: que tal vez no somos dos cosas misteriosas que se relacionan misteriosamente, sino una unidad que sufre, que piensa y que goza sobre las bielas.
Martin se queja de los aficionados al ciclismo y de los periodistas que lo ven como si fuera un extraterrestre, por cuenta del prejuicio cartesiano que dice que un deportista es un cuerpo que piensa poco, una máquina sobre otra máquina. Se espera que el ciclista tenga poco que decir cuando se baja de su bicicleta; y se queja de los profesores universitarios quienes, por un prejuicio muy cartesiano, le dicen que debe dejar el ciclismo profesional para dedicarse a cosas serias. Martin es feliz compaginando las dos caras, porque tal vez se trata de eso, de dos caras que pueden apoyarse mutuamente para lograr crear un ser humano más pleno.
La otra parte del libro trata de una divertida fantasía: Guillaume Martin imagina un mundo en el que los organizadores del Tour de Francia han decidido prescindir de los equipos profesionales e invitan a selecciones nacionales. La selección de Grecia presenta un equipo comandado por Sócrates, con Platón y Aristóteles como gregarios de lujo. Otros países se apresuran a imitar el ejemplo de los griegos y conforman equipos mixtos, mitad profesionales y mitad ciclósofos. Una a una, Martin describe las etapas del imaginario Tour, con las alternativas que cada ciclósofo debe pasar en su recorrido hacia la meta en los Campos Elíseos. Tal vez la vida intelectual pueda parecerse en muchas cosas a un Tour de Francia; lo cierto es que Martin tiene la facilidad de invitar al lector a que piense la filosofía de una manera menos acartonada y seria, y que piense en el ciclismo como algo más que un deporte o simple diversión. La mente y el cuerpo se funden en las bielas. La mejor recomendación de este libro es que seguramente muchos filósofos profesionales lo odiarán.