Junio es el mes de la diversidad. La comunidad LGBTIQ+ se toma las calles de manera masiva en cada país, para demostrar que amar no es un delito o incluso una pena de muerte. En cada esquina, el color de la bandera resalta entre el asfalto gris; y el baile, performance o maquillaje, hace parte de esa libertad para gritar que ahí están y que el Estado debe protegerles.
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Cifras del DANE dan cuenta que con corte a 2022, 500.001 personas pertenecen a esta comunidad, que por años ha luchado por sus derechos fundamentales, logrando por ejemplo el matrimonio entre personas del mismo sexo o el cambio de sexo en los documentos de identificación con solo un trámite administrativo, eliminando los exámenes médicos.
A pesar de estos avances, los riesgos de ser diversos son latentes en una sociedad que discrimina. Según el Observatorio de Derechos Humanos de Caribe Afirmativo, Colombia fue el tercer país -seguido de Brasil y México- donde más se registró asesinatos a personas trans durante el año pasado (56 víctimas). Siendo las mujeres trans las más afectadas (93 %), ante el riesgo de estar expuestas a un trabajo sexual que es mucho más violento.
¿Cambia en algo ejercer una paternidad trans?
La Fundación ‘Ayllu Familias Transmasculinas’, es una organización social que gestiona iniciativas de base comunitaria con participación de experiencias transmasculinas, sus familias, sus parejas y redes de afecto, en la ciudad de Bogotá.
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Esta iniciativa nació en 2013 y bajo el nombre ‘Ayllu’ que significa ‘familia’ en lengua Quechua, con el objetivo de resaltar que las personas diversas también pueden contar con un núcleo sólido y amoroso.
PUBLIMETRO habló en entrevista con su director ejecutivo, Jonathan Espinosa Rodríguez, no solo para conocer como a lo largo de estos 10 años han apoyado a la comunidad, sino también qué ha significado para él vivir una paternidad transmasculina con su hija Andrea, de 27 años.
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¿Qué han encontrado a lo largo de estos años con el trabajo en su Fundación?
Nosotros empezamos a trabajar sobre todo con las familias de los niños y las niñas trans, porque por mi experiencia quienes tienen un acompañamiento en su proceso de tránsito, tienen menos dificultades y más posibilidades de poder terminar el colegio, de poder ir a una Universidad o de poder conseguir un trabajo que dignifique su vida.
Mientras que aquellos que se atreven a decir me siento diferente durante su etapa de adolescencia y son expulsados de sus casas, está completamente comprobado que son niños que se desescolarizan, que empiezan a vivir en precariedad y en vulnerabilidad, y entonces o entran al microtráfico, o al ejercicio de actividades sexuales pagas.
Entonces ese ha sido el ejercicio, que cuando unos padres se acerquen a la Fundación vean que el problema no es su hijo o hija, sino que casi siempre tiene que ver con sus miedos cuando su hijo se enfrente a una sociedad que es transfóbica o misógina.
¿Cómo ha sido tu experiencia de vida transmasculina?
Yo tenía 21 años y en Colombia se había empezado a hablar de personas trans, pero no había una difusión amplia de lo que era ser una persona trans. Entonces nunca me identifiqué desde ahí.
Cuando sentí que esa identidad que me habían marcado en mis documentos no me correspondía, decidí hablar con mis papás y ellos me registraron nuevamente, de hecho antes del Decreto 1227 de 2015 que es el que permite el cambio de sexo.
Eso cambio un montón mis posibilidades porque por fin me sentía reconocido con mi identidad. Era una persona y me sentía pleno a pesar de que no tuve un proceso hormonal sino hasta los 38 años. O sea pasé más de la mitad de mi vida para enterarme que era una persona trans y que existían más personas trans como yo. Y eso fue lo que me impulsó a ser defensor de Derechos Humanos.
Pero también vivir como hombre me obligaba a algunas acciones que eran violentas conmigo y que no reconocí hasta ahora. Que Jonathan Espinoza no pueda entrar a un baño cuando tiene ganas de entrar y que es violento estar escondiéndose de una corporalidad diferente a sus parejas frente a su familia o pareja. Y eso pega en la autoestima, en la seguridad. Lo llena a uno de miedos. Creo que nadie se merece vivir así.
Tú que trabajas con niños que transitan, ¿cómo ha sido ejercer una paternidad trans?
Cuando yo hago mi tránsito me hago una figura pública, tuve que tomar una decisión y era o sentarme hablar con mi hija Andrea frente a que su papá era un hombre trans o no.
Entonces puse sobre la mesa todos mis miedos: que va a pasar con mi familia y mi hija cuando yo salga y vean que soy un hombre trans. Y después de mirar dije que no podía vivir mi vida pensando en los demás. Lo que esté suelto que se caiga.
Fue ahí cuando decidí, antes de hablar con cualquiera, salir y dar una entrevista pública en un periódico y en un noticiero en vivo. Cuando eso pasó, publico la nota (yo tengo a mi hija en todas las redes sociales) y me dijeron que tenía que hablar con ella.
Les respondí que no tenía que hacerlo porque el día que yo hago la publicación y el día antes, nada cambió. Era exactamente la misma persona. El mismo que le enseñó a Andrea a caminar, que estuvo con ella en el Hospital, que le dio el tetero. Y además dije, si yo tengo que entrar a explicarle algo sobre mí, ella me preguntará. Y si ella se aleja de mí es porque yo me equivoqué educando a mi hija.
Pero afortunadamente ella me quiere. Permanentemente está cerca de mí, me acompaña al trabajo ha estado en todos mis espacios y nunca me ha dicho ‘¿porque no me dijiste que eras trans?’.
¿Te gustaría tener otro hijo o hija?
En este momento yo te diría que no por muchas razones. Cuando nació Andrea yo tenía 21 años y estaba listo para entrar a estudiar Psicología en la universidad, pero me tocó suspender porque ella nació enfermita y su mamá tenía que quedarse en la casa, mientras yo salía a proveer.
Esto resultó en que fuera más difícil de poder ser profesional. Y ahorita habiendo estudiado y teniendo un trabajo un poco más estable, tengo la posibilidad de empezar a viajar a donde yo quiero, ir a los encuentros que quiero asistir. Entonces creo que tener un niño o una niña en este momento sería volver a sacrificar esto que he querido hacer durante mucho tiempo.
Y otra cosa, las personas trans nos pensamos mucho más el tema de cuánto tiempo tenemos, porque nuestro promedio de vida en Colombia son 28 años. O sea, yo ya estoy capando, llevo como 20 años de más. Pero nos merecemos poder tener una vejez en dignidad.
Desde tu experiencia personal y de la Fundación, ¿qué tanto se protege a las paternidades trans en Colombia?
Es un tema difícil en varios sentidos: uno tiene que suspender su tratamiento hormonal para poder gestar a su bebé. Dos, el pasar por un proceso de postparto y todas esas cargas hormonales que se generan durante un embarazo. Y tres porque además tienen que cargar con que la sociedad no les reconozca como hombres que gestan, sino que tienden a estigmatizarlos y decir que si usted está teniendo un hijo, es una mujer, negándoles así su derecho a la identidad.