Lo que sería una excavación arqueológica de rutina terminó revelando una historia más precisa del pasado de Cartagena entre los siglos XVI y XIX. En 2017 comenzaron las obras de restauración del Claustro de San Francisco para convertirse en un complejo hotelero en Getsemaní, proceso que se dilató en más de un año y medio por las excavaciones en un predio de siete hectáreas, que comprende el antiguo claustro, su iglesia y dos capillas, convertidas estas en salas de cine en el siglo XX, donde los arqueólogos se toparon con un complejo funerario compuesto por varios espacios de entierro.
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Actualmente, en la Universidad del Norte en Barranquilla en alianza con la Fundación Erigaie se han estudiado 150 individuos de un total de más de 900 recuperados, de los cuales no todos fueron hallados completos, sino por partes. Se han identificado hombres, mujeres y niños de todos los rangos de edad con fenotipos indígenas, africanos, europeos y mestizos que comprenden un periodo de tiempo entre 1580 a 1900.
“Inicialmente, en la investigación arqueológica, se tenía una baja expectativa de hallar evidencias en buen estado de la evolución constructiva del conjunto conventual, por cuanto sobre este se acondicionaron cuatro grandes teatros de cine. No obstante, además de encontrar las huellas de antiguas estructuras, muy rápidamente, empezaron a aparecer enterramientos humanos”, dijo a PUBLIMETRO, Monika Therrien, antropóloga, historiadora y directora de la Fundación Erigaie.
Las primeras cajas con los restos llegaron a la Universidad del Norte a finales de 2018, con lo que comenzaron los estudios en 2019 y después llegó la pandemia de 2020 que frenó los procesos y en 2022 se reinició su estudio.
Lo que era Getsemaní
El barrio, cuyas propiedades alcanzan el día de hoy, hasta más de los once mil millones de pesos, en la época de la colonia era una zona de arrabal, ubicada en las afueras de la ciudad amurallada y que, por lo tanto, no pagaban los mismos impuestos. Este era originalmente una isla llamada de San Francisco, pero cambió su nombre a Getsemaní evocando el huerto de Jerusalén, porque el lugar también era una zona de siembra de hortalizas, incluso en el mismo claustro, que abastecía a la antigua Cartagena del siglo XVI, según investigaciones del arquitecto y restaurador Rodolfo Ulloa.
Este territorio recibía por igual a los marineros y religiosos en el puerto de Cartagena, acogía a los más pobres, a los artesanos y a los esclavos de la Corona Española, soportaba los primeros ataques y hostigamientos de piratas que iban dirigidos a la ciudad y, de igual forma, era el caldo de cultivo, por el hacinamiento de la población, para la llegada de pestes y demás enfermedades que azotaron al Corralito de Piedra a través de los siglos.
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Entre los hallazgos arqueológicos, que corroboran la información histórica, encontraron balas de cañón y pedernales que usaban para cargar las armas de fuego, como indicios de los ataques que recibió la ciudad de Cartagena, por ser la isla de Getsemaní la entrada a la ciudad.
Las capas de la historia del Claustro de San Francisco
Durante estas investigaciones se analizaron las distintas capas del terreno, cada una de ellas asociada a diferentes momentos históricos del sitio y se identificaron varios espacios de enterramiento, usados desde el siglo XVI hasta el siglo XX.
En el corredor del templo se hallaron materiales pertenecientes a restos indígenas, que sería la mano de obra que habría ayudado a construir esta edificación. Los indígenas estaban asentados allí antes de la Conquista y contribuyeron a la construcción del claustro luego de la fundación de la ciudad de los españoles. El templo se terminó de construir entre 1590 y 1592, mientras que, poco a poco, fue creciendo el claustro hasta 1639.
Los arqueólogos en las excavaciones hallaron un alto nivel freático, por las inundaciones de la marisma, algunas áreas estaban cubiertas de agua, lo que afectó la conservación de los restos. La gran cantidad de restos humanos también evidenciaron que constantemente se estaban utilizando los espacios para nuevos enterramientos.
En la Universidad del Norte a través de la Bioarqueología histórica, que se ocupa del análisis de los restos óseos humanos en contextos históricos, explicaron la forma en que fueron enterrados estos cuerpos. “Por temas de espacio cuando abrían una nueva tumba cortaban y alteraban la anterior y por ello los individuos no fueron recuperados por completo. Las tumbas más recientes son las más completas”, contó Javier Rivera Sandoval, profesor investigador del departamento de historia y ciencias sociales de la Universidad del Norte.
Entre los detalles especiales también hallaron los alfileres para sujetar las mortajas, un textil con el cual eran cubiertos y enterrados los cadáveres. “Podemos ver el paso del tiempo en las capas halladas y el cambio en el uso de mortajas hacia el uso del ataúd que corresponden a dos momentos distintos de la historia”, resaltó el profesor Rivera.
La última morada de los niños no bautizados
Otro de los aspectos que resaltó en las excavaciones fue el enterramiento de los niños que, de acuerdo con los historiadores, estaba permitido en las iglesias a partir de los siete años de edad, sin embargo, familias prestantes lograron cambiar las reglas, como se encontró en una de las tumbas.
Hacía el altar mayor a un lado de la cúpula, cercana al presbiterio, se halló una estructura bien elaborada y ostentosa, en la que se encontró un individuo cubierto de cal y debajo se halló otro individuo con una lápida en memoria de María Dolores Wenseslava de Zubiría y Osse, quien falleció el 8 de agosto de 1841 a la edad de cinco años. En ella se lee la siguiente dedicatoria: “Dejando a sus padres sumergidos en un dolor inconsolable por tan grande pérdida”.
“Primero hallamos niños, los que, durante la época colonial, hasta los 7 años aproximadamente eran enterrados en un sitio apartado de la huerta del convento. Luego fuimos encontrando las sepulturas de los bautizados, jóvenes y adultos, en lo que alguna vez fueron los templos y capillas que regían los franciscanos. Esto llevó a reorganizar el equipo de investigación y a establecer la alianza entre la Fundación Erigaie y la Universidad del Norte, y así trabajar con el profesor Javier Rivera, quizás el más destacado en el campo de la antropología física en el país y con sus asistentes”, destacó la antropóloga Therrien.
Además, en las capillas laterales, en las que había dos salas de cine, estaban decoradas con azulejos y de allí desenterraron fragmentos de lo que podría ser un plato que servía como pila bautismal.
“Sí, se encontró un buen número de niños, que en esos contextos no es tan frecuente hacerlo, pero se contó con la suerte de excavar un área exclusiva para el enterramiento de infantes y los historiadores encontraron referencia al hecho de que los niños no bautizados, no podían ser enterrados al interior de la iglesia, entonces se designó un lugar fuera pero a la vez cerca de la misma”, agregó el profesor Rivera.
Entre los datos curiosos, también hallaron enterrados restos de iguanas, animales de granja que sirvieron como alimento, una lujosa bacinilla de peltre francesa y un carro Volkswagen completo, que nadie comprende cómo llegó hasta allí con el paso de los años.
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Vidas intensas y fugaces
El profesor Rivera detalla, que entre los rangos de edad, solo se hallaron dos individuos adultos mayores. El resto eran personas relativamente jóvenes, que fallecieron debido a la alta mortalidad derivada de las dificultades en el sistema sanitario, manejo de agua, basuras e higiene de esta barriada.
Entre los restos se halló el de un hombre adulto joven, de fenotipo europeo, que padeció osteomielitis, un proceso infeccioso en el hueso de la tibia, quizás causado por una herida que se infectó, que no fue tratada y que avanzó al punto de generar una afectación en la médula. A través de la Bioarquelogía, se detalló que la herida comenzó a supurar y afectó el hueso dejando marcas considerables. “El individuo pasó mucho tiempo con la herida, quizás fue tratada con medicina de la época para resistir, pero el padecimiento quizá le pudo producir la muerte”, expuso el profesor Rivera.
A través de la Bioarqueología histórica también esperan estudiar otros indicadores como el cálculo dental de los individuos hallados, por la mineralización de partículas de comidas y plantas que estaban consumiendo y con ello se puede reconstruir la dieta de la época. Esta información después se cruza con otros indicadores a nivel del esqueleto, para determinar si la persona padeció, por ejemplo, de estrés nutricional, que se puede observar en lesiones en los huesos o en las líneas hipoplásicas, asociadas al proceso de crecimiento de los dientes y que se forman en la niñez. Otros estudios, como los análisis isotópicos complementan los datos e incluso pueden revelar los orígenes y migraciones de las personas a través de los elementos que se fijan a los huesos con la dieta. “Vemos en muchos casos que no se alimentaban bien y padecían otra serie de factores que impedían que los nutrientes no se fijaran en el cuerpo, por ejemplo los parásitos, que eran muy frecuentes en la época y se manifiesta a nivel de unas lesiones poróticas a nivel del cráneo y en el techo de las órbitas que están vinculadas al estrés nutricional y en muchos individuos de San Francisco lo hemos identificado”, explicó Rivera.
La idea con esta investigación es levantar los perfiles biológicos de estos individuos para escribir una biografía histórica y analizar las condiciones de vida de esta población en conjunto. Sobre las pandemias que enfrentó Cartagena en esos siglos y la relación con los restos hallados en San Francisco a través de los huesos es aún difícil encontrar evidencia, sobre todo, en enfermedades como las fiebres, la viruela y el sarampión que aquejaron a la población en varios periodos, ya que son enfermedades que no dejaron huella en los huesos.
Esperan en el futuro poder realizar estudios comparativos con otros sitios de enterramiento en Latinoamérica en épocas similares. “Este lugar y sus restos se convierten en una oportunidad única en la región, por ser una de las colecciones más grandes en la región, que se convierte en un banco de información valiosa, que nos va permitir comparar qué sucedió con esta población en el cambiante periodo colonial y así construir una línea de tiempo sobre las condiciones de vida de estas personas”, destacó Rivera.
Los investigadores confirmaron que la conversión del conjunto conventual en un proyecto hotelero incluye acondicionar un área de exhibición de estos hallazgos arqueológicos y de los arquitectónicos hechos durante su restauración, la cual estará abierta tanto al público como a los huéspedes del hotel.
“La suma de los análisis que son posibles de realizar en cada individuo, sobre su origen, su trasegar, sus oficios, sus enfermedades y hasta víctimas de actos violentos, harán posible ofrecer una historia diferente del Caribe colombiano. Una historia a partir de los restos del más pobre, la esclava, el militar, el religioso, la mujer torturada, el niño enfermo. La Universidad del Norte, además de contribuir con preservar en sus depósitos esta valiosa población del pasado, promueve el estudio de estos restos entre los estudiantes y divulga este conocimiento”, concluyó Therrien.
Las cifras:
Se extrajeron casi mil individuos enterrados a lo largo de más de 300 años, en nueve sitios de entierro, identificados en el conjunto conventual de San Francisco que funcionó entre 1580 y 1900.