Durante los años más oscuros de Medellín, entre las décadas de 1980 y 1990, la ciudad vivió una guerra sin cuartel. Marcada por enfrentamientos entre el narcotráfico, el gobierno y grupos paramilitares, la capital antioqueña se convirtió en un campo de batalla donde los principales afectados fueron los civiles. Después de 34 años, se confirma que una de las peores masacres que ha vivido la ciudad, en la que murieron 23 personas y 3 sobrevivieron en el bar Oporto, que fue endilgado a Pablo Escobar, se confirma que fue responsabilidad de uniformados del Cuerpo Élite de la Policía de la época.
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La declaración de guerra que cambió todo
En 1984, la muerte del ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, la muerte de Luis Carlos Galán y la bomba del avión de Avianca en 1989, marcaron el inicio de una era de violencia sin precedentes. “La escalada comenzó cuando Pablo Escobar declaró la guerra al Estado. Este enfrentamiento convirtió a Medellín en una ciudad bajo constante amenaza, no solo por los narcotraficantes, sino también por las fuerzas del orden que muchas veces actuaban de manera indiscriminada”, afirma Santiago Salazar Restrepo, documentalista y hermano de una de las víctimas de Oporto.
El conflicto alcanzó su punto álgido en 1989, cuando el atentado contra un avión de Avianca y los asesinatos masivos de policías pusieron a la ciudad en el epicentro de una crisis nacional. La oferta de Escobar de pagar recompensas por cada policía asesinado exacerbó la violencia, corrompiendo a ambos lados del conflicto.
El Cuerpo Élite de la Policía detrás de la masacre
En respuesta, el gobierno creó un cuerpo élite de la Policía Nacional, compuesto por 550 agentes entrenados para combatir al Cartel de Medellín. Equipados con tecnología de punta, estos agentes, conocidos como “los rojos”, que eran una división de la Dijin y del cuerpo Elite de la Policía, operaban principalmente en las comunas, donde la situación se tornó aún más crítica. Las masacres perpetradas por este grupo en los barrios populares tenían como objetivo debilitar el ejército privado de Pablo Escobar, lo que provocó que se ofrecieran recompensas por cada policía asesinado.
“El problema es cuando llegan con esa política dura, de salir con todo contra los antioqueños, porque desde Bogotá asumían que es que todos y cada uno de los medellinenses y antioqueños trabajaban para Pablo Escobar, lo que no era cierto. Habían muchos intereses de por medio, empiezan a participar la DEA y la CIA. Empiezan a hacer sus patrullajes y se forma un grupo que van de civil, todos de negro, y los llaman “los rojo”, que andaban en todoterrenos. Como dicen que los gatilleros de Pablo Escobar habitan en las comunas, van indiscriminadamente a masacrar a los jóvenes, cuando los principales gatilleros estaban escondidos y acuartelados con él”, relató Salazar.
Una de las masacres más recordadas de Medellín ocurrió en el bar Oporto, que se encontraba ubicado por la actual Loma de los Benedictinos, que para ese entonces era rural, donde un grupo armado asesinó a 23 jóvenes e hirió a una mujer.
“Cuando sucede esto, ya los muchachos están prácticamente en el suelo, unos muertos, otros agonizando. Unas niñas empiezan medio a reaccionar y otras no, porque están en shock. Curiosamente la Policía, El Ejército y las ambulancias llegaron casi de inmediato. Como me lo relató uno de los tres sobrevivientes, que me dijo ‘fue increíble ver que en lo que logré sentarme, ya estaba entrando la Policía’. Llegaron tan rápido que los mismos vecinos que estaban ahí, en las fincas aledañas, en las fincas vecinas, salieron apenas vieron que salieron los asesinos”, agregó.
De acuerdo a la investigación realizada, se estima que entre cerca de 15 encapuchados fueron los asesinos, que se movilizaban en vehículos todo terreno e incluso hay versiones que indicarían que se movilizaban en taxis. “Era increíble que hayan llegado las ambulancias ahí mismo y la Policía al ver los vecinos, lo que hicieron fue encañonarlos, amenazarlos y echarlos del lugar a la fuerza, cuando les decían que los jóvenes estaban vivos, a los que les habrían contestado que no iban a manchar los vehículos con la sangre de ellos”, contó.
Empresarios y civiles, entre el fuego cruzado
La violencia no solo afectó a las comunas, sino también a los sectores empresariales y sociales. Muchos empresarios se vieron obligados a colaborar con uno u otro bando para proteger sus intereses, mientras que miles de inocentes perdieron la vida.
“Los capítulos del narcotráfico en Medellín no están documentados en ningún lado. Ninguna de esas masacres, 54, y esas bombas han sido reconocidas por la Unidad de Víctimas, dicen que eso no hace parte del conflicto armado. Este es como el gran agujero negro que hay en la historia del conflicto armado en Colombia. Eran los agentes del gobierno peleando con los de Medellín, entraron al final los paramilitares, la DEA, la CIA. En ese capítulo de un año hay casi 7000 muertos y según me confirma a mí John Jairo Velásquez Vásquez, Popeye, fueron 50.000 civiles que dejó la narcoguerra”, explicó.
Un documental para la memoria y la verdad
Hoy, décadas después, este proyecto audiovisual busca reconstruir la historia desde el punto de vista de las víctimas. “Queremos arrojar luz sobre estos hechos, cuestionar la narrativa oficial y denunciar las atrocidades cometidas tanto por los carteles como por las fuerzas del Estado. Este documental no solo está destinado a Colombia, sino al mundo, para mostrar el costo humano de la guerra contra el narcotráfico”, indicó el documentalista.
Además de rescatar la memoria histórica, el objetivo es dar reconocimiento a las víctimas y sus familias. “Muchas masacres y desapariciones no han sido reconocidas oficialmente. Necesitamos desestigmatizar a quienes sufrieron en esa época y comprender que no fueron solo estadísticas, sino personas con vidas e historias que merecen ser escuchadas”, enfatizó.
Este documental promete ser más que un testimonio; será un llamado a construir una sociedad basada en la justicia y la verdad. Medellín, que hoy lucha por reinventarse como un ejemplo de resiliencia, aún tiene heridas abiertas. Reconocer su pasado es el primer paso para sanarlas y evitar que estas atrocidades se repitan.
La cifra
- 23 muertos y 3 sobrevivientes dejó la masacre del bar Oporto en Medellín.