“Usted por allá puede ir tal día y tal otro no puede…”, así -al punto de no poder ingresar libremente a la finca familiar, de andar prevenidos por los operativos de las autoridades, las acciones de los grupos al margen de la ley y hasta tener que cuidarse de sus propios vecinos, por el recelo en medio de la producción coca; el no poder que las mujeres de la familia llegaran a sus propios predios, ya que “por el miedo, solamente podíamos venir los hombres”- así, vivían en la finca La Fortuna y con esa misma angustia se mantienen múltiples personas que todavía no han apostado por la restitución de cultivos.
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Para nadie es un secreto que el departamento del Putumayo fue uno de los más afectados durante las épocas más recias de la violencia en nuestro país y quedó con muchos estigmas. En menor medida, algunas de esas acciones al margen de la ley se mantienen, pero cada día son más las personas de este territorio, ubicado en la región de la Amazonía de nuestro país, las que se la han jugado por nuevas economías.
Dentro de nuestra visita a Puerto Asís, Putumayo, en el marco del sexto concierto de la gira Colombia es Música Sacra en el que el Festival Internacional de Música Sacra de Bogotá, de la mano del Ministerio de Comercio Industria y Turismo y de Fontur, apunta a llevar un mensaje de reconciliación a diversos territorios de paz, tuvimos la oportunidad de presenciar de primera mano el trabajo que muchas familias campesinas vienen realizando desde hace unos años para la sustitución de lo que antes fueron cultivos ilícitos.
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Sustitución por voluntad propia
“La finca estaba dedicada completamente a la coca. Tenías 7 u 8 hectáreas llenas de eso (…) cultivarla era una economía más rentable de la que se pasó a tener al principio con el turismo, porque cuando la gente no conoce, no sabes si van a venir, si uno va a poder vivir de cultivos lícitos, mientras que con la coca se tenían asegurados unos ingresos. No se puede negar que antes la economía del departamento era principalmente relacionada a la coca”.
Quien cuenta su experiencia, por vivencia propia, y cuyos testimonios dan vida a este relato es Leandro Erazo, uno de los miembros de la familia propietaria de la referida finca y quienes por voluntad propia tomaron la decisión de dar un vuelco total a sus vidas: “nosotros lo decidimos voluntariamente porque no fue por obligación de un grupo armado o del gobierno, no. Mi papá y nosotros tomamos la decisión de ya no seguir más con la coca y de apostarle a los cultivos”.
Sin embargo, este es un proceso en el que no todo es color de rosa, con un camino lleno de espinas, en el que tarde o temprano se ven florecidos los pétalos de la tenacidad.
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Momentos de duda
La incertidumbre de no saber si de la mano del turismo, los cultivos lícitos y los frutos amazónicos se podía progresar, dado que los únicos ingresos de aquella época eran derivados de la producción de coca, los hizo dudar y que la economía se resintiera al principio. “No teníamos otras entradas. Fue notable el cambio y fue duro al inicio”.
Más complejo fue comenzar sin turistas y probar con algunos cultivos, como el palmito y el cacao, que no prosperaron: “Uno apostando a dejar la coca, pasar a cultivos legales, hacer el trabajo y que no funcionen. Uno decía ‘¿Y ahora?, ¿de dónde vamos a conseguir ingresos si no tenemos más?’”.
Pese a esto, la decisión estaba tomada y retornar a la ilegalidad no entraba en los planes de nadie en la familia, por eso se probó con otras alternativas y los frutos amazónicos se convirtieron en gran ayuda. “Producimos arazá, copoazú, azaí, cocona y camu-camu. También tenemos plátano, yuca y maíz. Ahora es más más sostenible. Fue duro el cambio, pero se pudo”.
Proceso de redención
“Yo fui una de las personas que cultivó y procesó. Uno ve todos los químicos nocivos que se usan para esa base de coca y ver que uno hacía ese mal, no solamente a uno, sino también a la sociedad es duro”, relata Leandro, visiblemente conmovido y arrepentido.
Dentro de esos químicos, refiere que “a eso se le echa cemento, triple 15, ácido sulfúrico, soda, gasolina y más químicos que son muy fuertes para el organismo. Muchas personas que consumen observan el producto, pero no saben qué hay detrás del mismo, entonces es bueno que investiguen un poco más sobre qué contiene ese producto”.
Finca La Fortuna
Ubicada en la vereda Hong Kong, a 10 minutos del centro de Puerto Asís, este proyecto familiar es un gran refugio natural que alberga historias de resiliencia, perseverancia, reconciliación y, en especial, un ejemplo claro de que un futuro mejor y cargado de calma es posible para todos. “Es la tranquilidad, la paz que se siente lo que a uno lo motiva a seguir adelante, también los hijos, ver que ellos van por buen camino, que les gusta el campo, da gusto seguir con la economía que ahora tenemos. Por eso la finca se llama La Fortuna porque es una fortuna estar acá con esta tranquilidad que tenemos ahora”.
Desde que se llega queda claro que la experiencia de conexión natural es de primer nivel. Para pisar sus terrenos se debe llegar por las aguas de la quebrada Agua Negra, que metros abajo desemboca en el generoso río Putumayo, por donde uno debe remar quebrada arriba en medio de una canoa, que es de uso diario para los habitantes del sector. Mientras se avanza por las aguas color café, resultado de su fondo cargado de hojas, se va internando en un bosque espeso, cargado de tupidos árboles desde los que diversas especies de aves coquetean con sus cantos a los visitantes que, inquietos, se van maravillando con la aventura.
Al desembarcar, el terreno se despeja un poco para ser recibido con una sesión de meditación que permite liberar cargas y entrelazarse aún más en la conexión con la naturaleza. Luego, en medio del sofocante calor, propio del clima cálido-tropical de la región, un refrescante granizado de arazá (fruto amazónico) espera para convertirse en un verdadero elixir refrescante de renovación de energías.
En este lugar se puede disfrutar de senderismo guiado por un intérprete local, aprendizaje y degustación de frutos amazónicos, gastronomía campesina, observación de aves, paseo en canoa, un escenario maravilloso para fotografiar y la oportunidad para un intercambio cultural, cargado de anécdotas. Además, uno de los viejos laboratorios pasó a ser uno interactivo en el que se invita a reflexionar sobre lo nocivo del consumo de las drogas y se mantiene como un recuerdo imborrable para no caer en ese pasado que tanto atormentó.
También está la posibilidad de preparar un fiambre campesino que parte desde ahumar la hoja de plátano para llenarlo con algunos de los alimentos que se dan en la finca, tales como pescado, gallina, yota, chiro, iraca, yuca, maíz y muchos más.
El cambio fue posible
Este es un ejemplo vivo de que la sustitución de cultivos es viable, sustentada de la mano de productos de la región, el turismo, los alimentos propios y todas las alternativas que provee la tierra en medio de la legalidad. “Con eso podemos sustituir la economía de la coca que para el campesino prácticamente no es rentable, mientras que de otras maneras sí se puede salir adelante”.
Poco a poco, con mucho coraje, resiliencia y determinación, esa transformación se hizo posible y aquellos tiempos en los que solamente los hombres podían asomar en ciertos días quedaron atrás y ahora “toda la familia viene y es una tranquilidad inmensa la que hemos tenido. Ahora, esto es un territorio de paz”.
Allí, lo que antes era miedo y zozobra, ahora se convirtió en sonrisas, esperanza, alegría y mucha ilusión de cara al porvenir. Donde sonaban balas, gritos y amenazas; resuenan los chillidos de los monos y el canto de las aves, y de los fétidos olores de los químicos, con los que se formaba la base de coca, se pasó al dulce aroma de los frutos amazónicos. Sin duda, pisar sus tierras es toda una Fortuna.