Si eres amante de los viajes de aventura, el conocimiento ancestral, los atardeceres, el contacto con la naturaleza y te quieres desconectar del caos de la ciudad, Inírida es tu próximo destino porque es toda una maravilla.
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A una hora de Bogotá u hora y media desde Villavicencio, vía aérea, está ubicada la capital del departamento de Guainía, el punto más al oriente en Colombia, a donde llegamos gracias a la invitación de Fontur y allí nos dejamos ‘empusanar’ por un sinfín de deleites sensoriales que, de forma mística, hacen que no te quieras marchar.
Antes de tocar tierra firme, desde el avión, tienes la fortuna de observar increíbles paisajes y contemplar cómo la selva va atrapando de a poco al extenso llano hasta adueñarse por completo de todo el panorama. A medida que te vas aproximando, los serpenteantes ríos que circundan sus suelos se muestran al acecho para atraparte con su majestuosidad y su diversidad de tonalidades.
Al salir del aeropuerto, en donde te dan una cálida bienvenida, eres sorprendido con bailes típicos de la región y su mayor insignia: la flor del Inírida, una especie de tal galantería que no se da en ningún otro rincón del planeta, “pues Dios lo dispuso un día, que solo cayeran luceros en las tierras del Guanía”, así lo describe a la perfección en su canción Jorge Gámez, el cantor del Inírida. La misma fue el emblema de la reciente COP 16 y con razones de sobra.
Parque Natural Kenke
Ubicado en el tramo final del carreteable pavimentado más extenso de la población (12 kilómetros) se encuentra este ecoparque natural y cultural, habitado por la etnia de curripacos, en medio de la comunidad Berrocal Vitina en donde te reciben con un Madshia, mucapua icapa Wadershé (bienvenidos, gracias por venir a visitarnos) y en el que lo primero que observas es un interminable jardín de la Flor de Inírida que de entrada te indica el lugar tan especial en el que estás.
Posteriormente, un espectacular banquete con varios de sus platos típicos espera para ser degustado. Frutos de la región, incluido el túpiro (lulo salvaje) caldos, sopas, varios tipos de pescado, en donde resalta por su tamaño y sabor el Amarillo (un tipo de bagre) al moquiado (técnica de cocción al humo), también aguardan platillos propios como el ajicero y los derivados de la famosa yuca brava -principal complemento alimenticio de los pueblos de la Amazonía- tales como el casabe, el mañoco, el almidón y la catara; que son los alimentos que los llenan de energía para sus extensas jornadas diarias. Además, está el Mojojoy, que alguien por allí se atrevió a probar.
A medida que se avanza, la experiencia deja contemplar y hasta practicar algunas de las costumbres de sus habitantes. La vivencia incluye disparar flechas con arco, tirar en cerbatana, conocer sus técnicas de pesca y recolección, así como reconocer un sinfín de plantas que complementan su dieta y otras que les sirven como medicina.
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Al final de la jornada te puedes internar por uno de sus senderos rumbo a un profundo bosque que lleva a un hermoso nacedero de agua color rojizo en donde puedes columpiar tus emociones y darte un refrescante baño en un lugar que sí o sí te hará conectar contigo mismo. Por si fuera poco, un alucinante atardecer multicolor te espera al salir de allí. Ya te has enamorado.
Cerros Mavicure
Si hay una imagen que ha trascendido de estas tierras son estos majestuosos cerros a los que llegas tras una travesía en lancha por aguas del río Inírida, mismo que en lengua primavera significa “Espejito de Sol”, en un trayecto que no deja de fascinarte con la hermosura de sus paisajes y en el que al llegar a tu destino quedas atónito tras contemplar tal majestuosidad y energía que solo despierta este lugar.
De un costado posan imponentes los cerros de Pajarito y El Mono, mientras del otro lado de los raudales del afluente está el Mavicure, único con posibilidad de ascenso y al que suben quienes quieren la experiencia más enriquecedora. Son aproximadamente 1,5 kilómetros de distancia con 321 metros de desnivel, que se recorren en promedio en una hora y media, en donde se encuentran sogas y algunas escaleras adecuadas para facilitar el avanzar. A medida que se progresa se van encontrando diversas ventanas naturales que regalan vistas fabulosas cargadas de anécdotas que van siendo relatadas por el guía de la comunidad, en nuestro caso Ferney o Purupupú, como lo conocen en El Venado, su asentamiento.
A muchos, el extenuante calor los pone a dudar de completar el recorrido, pero una vez se llega a la cima hay una recompensa que simplemente es indescriptible y en la que no acoplan las palabras perfectas para reseñar las sensaciones que se despierten. Hay quienes ríen, hay quienes gritan, otros también lloran, algunos acallan, pero todos se maravillan con la imponente postal que la Pachamama ha puesto al alcance de sus ojos. Un privilegio absoluto. La vista de 360 grados, predominada de selva, es cortada de tajo por las aguas del Inírida, en las que brillan algunos claros que son sus inigualables playas blancas. Al otro lado del río, y ya sin la nubosidad que los acompaña en las primeras horas del día, se encuentran, esta vez de frente, con la autoridad que despiertan Pajarito -refugio de la Princesa Inírida y de donde descuelgan ramales de Pusana, una planta que es transformada para convertirse en un elixir de amor que hace ceder hasta el más recio- y El Mono que le da el todo al entorno.
Por si fuera poco, en la cima, Rebeca, otra de nuestras acompañantes guías, da un taller con precisas instrucciones para quien quiera se pueda tejer su propio abanico y así poderse refrescar, mientras degusta la magia al paladar que despierta el coco de monte. Un fruto de sabor delicioso y singular.
Caño San Joaquín
Tras un cargado desayuno, la travesía continúa por el río de inagotable belleza en cada tramo que ahora conduce a un lugar completamente aislado en donde nuevamente esperan las hechizantes aguas color rojo granate que esta vez se conjugan de manera perfecta con su delicada arena blanco perla que, de seguro, envidian muchos mares del mundo. De hecho, junto otras de la región, como las del río Atabapo, son consideradas las playas más blancas de Suramérica sobre agua dulce.
Momento ideal para refrescarse del intenso sol en este edén, que, si pudiera describir Gabriel García Márquez, no lo podría denominar de una manera distinta a realismo mágico. Y es eso, todo en este penetrante embrujo visual es fantástico. La blanca arena se va transformando en miel al ser impregnada por el agua roja. Esta, a su vez, a la distancia va intensificando a tonos marrones que se enlazan con las raíces de los árboles, que al ascender la mirada entregan el verde de sus copas para entremezclarse con el blanco de un cumulo de copos de nubes que se intercalan con el intenso azul de su cielo. Un espectáculo multicolor.
Si el paisaje parece un poema, entrar a sus aguas es algo místico, que también resulta complejo de reseñar y hasta de comprender. La finura de su arena, la tranquilidad en su cause, el silencio del lugar -que solo llega a ser interrumpido por el cantar de las diversas aves del entorno, que resultan un elixir musical- entrega una paz soñada para una conexión tan natural que lleva a sentir hasta las vibraciones de la arena y en muchos casos que hasta la tierra te está hablando. Eso es caño San Joaquín, un lugar que quien haya visitado puede coincidir que es simplemente un realismo mágico.
Diversidad de comunidades
Curripacos, Sikuanis, Piapocos, Puinaves y Cubeos son parte de las 14 etnias registradas en las bases de datos del Ministerio del Interior y en la oficina de asuntos indígenas de la gobernación de Guainía y las mismas se entremezclan en las 126 comunidades que hay en estas fabulosas tierras y con quienes se comparten fantásticas anécdotas y leyendas. Su conocimiento guarda cientos de relatos como los de la reseñada Pusana, también inspira la leyenda de la Princesa Inírida, la de la Indiecita Mapiripana -que coincide con el relato de José Eustasio Rivera en su obra de la Voragine, que de hecho este domingo 24 de noviembre cumplió el centenario de su publicación- narraciones de dioses ancestrales y muchos relatos más.
En estas comunidades también te puedes maravillar con senderos como el de la Miel, en La Ceiba, que te lleva a degustar una variedad exclusiva de exquisito almíbar de abejas sin aguijón que le da toques de sabor fascinantes. En todas las comunidades, se encuentran joyas de la artesanía colombiana con técnicas que han prevalecido y se han forjado de generación en generación. En el Coco Viejo se da la oportunidad de impregnarse de la cultura curripaca con talleres de alfarería y, para los más empapados, aparece el parque Amarru en el que está la posibilidad de dar un viaje al pasado con sus petroglifos y, de la mano de Melvino, la instrucción de cómo interpretar correctamente cada uno de estos surcos. Esto, en medio de otro paisaje fascinante en el que al fondo se fusionan los ríos Inírida y Guaviare. Del del otro lado de las aguas ya es Vichada, pero en esta orilla todavía estás en el Guanía, que en cada tramo te deja claro que es la “Tierra de Muchas Aguas”.
Por si fuera poco, muchas maravillas más esperan en esta tierra de encanto y fantasía, como la Estrella Fluvial en donde se unen los ríos Inírida, Guaviare y Atabapo, que luego reciben al Ventuari para formar el Orinoco. Caño Bocón, donde el amplío caudal se reduce para formar una imponente cascada. Está Caño Vitina, para un refrescante chapuzón, y La Laguna de las Brujas que también aguarda para ser contemplada. Estas y muchas aventuras más solo se pueden encontrar en este encantador paraíso natural.
El que diga que Inírida no es una maravilla, es que sin duda no ha visitado esta perla de nuestra Amazonía.
El Dato: Por decreto No 1593 de agosto 5 de 1974 se creó el Municipio de Inírida. Oficialmente nunca fue Puerto Inírida. El primer nombre tradicional indígena fue “Junsutat”, que en lengua Puinave traduce: “Mota de la Ceiba” (algodón del gigantesco árbol de la Ceiba). Posteriormente el caserío que fue predominado por indígenas puinaves se denominó Las Brujas y cuando fue corregimiento se llamó Puerto Obando.