Ya estaba sentado Ángel Correa en el banquillo del Atlético de Madrid, reemplazado a la hora de partido por Yannick Carrasco, aún lamentando el gol anulado por fuera de juego unos instantes antes, cuando el VAR le concedió el tanto al atacante argentino, que celebró fuera del campo lo que se le había negado antes dentro; un gol que, sin embargo, no fue suficiente, nivelado de penalti por Enes Unal para el Getafe en el tramo final (1-1) para sostener en el cargo a Quique Sánchez Flores.
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En tiempos de VAR suceden situaciones tan inauditas como esa, impropias del fútbol de siempre, pero tan posibles ahora, cuando las revisiones tecnológicas, en este caso por unos milímetros, otorgan la validez del gol a un futbolista que ya no está sobre el terreno de juego. Todos sus compañeros fueron a buscarlo al banquillo. Correa salió de ahí para celebrar como merecía el gol, sin intuir que no iba a valer más que para un punto.
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Es la imagen de partido. Una instantánea novedosa. No es nada nuevo, en cambio, tan propio del fútbol, el ir y venir de los entrenadores cuando los resultados no van por el camino esperado. Le ocurre al Getafe y a Quique Sánchez Flores, cuyas horas parecían contadas en el banquillo azulón hasta el 1-1 de Enes Unal. El penalti fue su único tiro entre los tres palos. De todo el equipo. La mano extendida de Saúl, de espaldas al balón, en un remate de Borja Mayoral estableció la pena máxima. El empate.
Transcurridos 45 minutos, 0-0. Después, a la hora del duelo, Correa marcó el citado 1-0 que celebró ya sustituido, insuficiente para consolidar la reacción del Atlético, empatado a última hora, contra pronóstico, sin percibirlo, por un penalti transformado por Enes Unal. Quique Sánchez Flores sobrevive en el Getafe.
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