Cultura

‘Aún Estoy Aquí’: el lujo infame de quebrarse ante una vida que continúa

La obra maestra de Walter Salles muestra que el dolor marca el alma solo cuando la vida debe seguir a pesar de la pérdida y la violencia.

Aún estoy aquí
Aún estoy aquí Fernanda Torres ganó el Globo de Oro 2025 por su interpretación contenida y poderosa. (Sony Pictures Releasing)

Ver esos ojos oscuros y sombreados por las pequeñas lágrimas casi secas de Fernanda Torres- que la audiencia sabe que está destrozada hasta la devastación al ver esas familias con el padre presente que sabe que jamás volverá a tener en su propia casa al este ser desaparecido por la dictadura militar- pero que tiene que contener para mantener a sus hijos lejos del horror en una heladería, contienen una actuación digna del Oscar (que será de sobra para Demi Moore en una institución que no sabe de sutilezas si se habla de nivel actoral): nada refleja mejor el dolor de una madre que sufre los horrores de un estado asesino y que debe escamotearle la realidad a sus hijos mientras ve, cómo, poco a poco, en el peso de los días, se va derrumbando la suya desde que su marido, al que jamás volvió a ver, le dijo que volvería por el soufflé.

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Nada refleja mejor ese dolor de Eunice Paiva al saber que- como muchas mujeres como ella desde la Patagonia hasta el río Bravo- han tenido que tragarse esas partes que han tenido que remendar a pedacitos para poder continuar en medio de la brutalidad.

Esto, porque el estar destrozada ante la oscuridad es un lujo que no se pueden permitir ante una vida que es impuesta.

Aún estoy aquí
Aún estoy aquí "Ainda Estou Aqui" es un testimonio cinematográfico de gran impacto emocional y político. (Sony Pictures Releasing)

Porque el lujo es hacerse pedazos. Porque el lujo es no poder llorar lo que fueron o tuvieron antes de que aquel hombre de sus vidas se fuera por la violencia de sus países, por abandono, por la fuerza, o por voluntad propia.

Y porque, por supuesto, en Eunice Paiva y en esa arrebatadora actuación donde todo el dolor se condensa como un puño en el estómago, están la Úrsula de Gabriel García Márquez, está incluso hasta la Abuela Alma de ‘Encanto’, están tantas madres, abuelas, tantas mujeres que no se dieron un minuto, siquiera, para poder desvanecerse y hacer el duelo por sí mismas ante sus propios hijos.

No pudieron, no quisieron. El tiempo no da tregua. Lo que hay que alimentar, sostener, hacer crecer, tampoco. Y el tiempo es cruel y cambiante, como se ve en la película de Walter Salles. La cotidianidad también.

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Reponerse, de un solo golpe, ante la ausencia y una nueva vida de espacios vacíos y fotografías de tiempos mejores.

‘Aún Estoy Aquí’: una vida perdida más allá de la violencia política en Latinoamérica

Y es que ‘Aún Estoy Aquí’, no muestra la violencia estatal explícita, política, de tantos países latinoamericanos, sino que la muestra en una realidad idílica que se desmorona. En el adiós a una casa nada más ni nada menos que frente a las playas de Copacabana, en Río de Janeiro, en los años 70, una vida de ensueño (incluso el filtro de aquella época y la música se construyen magistralmente desde la nostalgia) , con palmeras, luz cálida, fútbol, un padre idealista, amoroso y comprometido como Rúbens Paiva, una casa llena de amigos.

Aún estoy aquí
Aún estoy aquí "Ainda Estou Aqui", de Walter Salles, se ha destacado internacionalmente desde su estreno en el Festival de Venecia y es una fuerte contendiente en la temporada de premios 2025. (Sony Pictures Releasing)

Las motas de oscuridad llegan con llamadas, con salidas, con encargos. Con exilios que parecen más anécdotas graciosas.

Hasta que la realidad no se puede evitar más y envuelve todo en una mancha: un marido que jamás vuelve, una vigilancia perpetua , y Eunice pasa a la completa oscuridad y al horror absoluto a través de alaridos y ruegos en su prisión. Del que, aún más terrible, se tiene que recuperar con una sola ducha.

Del que siempre tiene que estar recuperándose en todo momento: no puede llorar ante sus hijos aún cuando sabe que su marido ha muerto. No puede llorar cuando la confirmación de que su vida está hecha pedazos y jamás será igual se la da la muerte de su mascota, brutal y repentina (un símbolo violento de cómo su vida jamás será lo que era debido a una acción espantosa e injusta de la que nadie se hace responsable), aunque sí reclama por su marido para eludir a los agentes que la vigilan. Pero solo pide un cobertor para ella, luego de ser atropellada.

E incluso, cuando le piden que no sonría en un artículo que reclama la desaparición de su marido, lo hace contra todas las indicaciones. Igual quiere mostrar que no la derrotaron. Que no pudieron con ella. Es lo único que le queda.

Eso es lo más poderoso también de la película. Sus hijas son las que se pueden permitir tener ese luto que ella no por el padre desaparecido por la dictadura militar. A través de ellas, es que se siente ese impacto de la pérdida. Pero en el caso de Eunice, ella nunca puede manifestarlo.

Ella abraza a esa hija que ve desolada su mudanza. A esa otra que se despide del mar. Es la que sigue conduciendo cuando otra de ellas se despide de esa luz cálida de Río que envuelve esa esplendorosa casa en la que tuvieron una vida que la dictadura les quitó. Ella, que solo fija únicamente sus ojos en el retrovisor para verlas. O para ver a quienes la persiguen.

Nada más. Ni un solo gesto grandilocuente, y en eso radica precisamente la grandeza de esta película. Todo está en lo pequeño. En los detalles. En esa mirada estoica de una Fernanda Torres enorme que carga con el peso de un personaje que lucha silenciosamente para que no todo su mundo se desmorone.

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Aún estoy aquí
Aún estoy aquí Fernanda Torres ganó el Globo de Oro 2025 por su interpretación contenida y poderosa. (Sony Pictures Releasing)

De este modo, no se verán declaraciones tipo Gregory Peck cuando ella se gradúa de abogada por derechos humanos y lucha por los indígenas (eso mejor dejárselo a Hollywood). En un salto de 25 años, ya en Sao Paulo, se muestra que la vida sigue, simplemente. Eunice sigue, a pesar de todo y contra todo. Eunice sigue trabajando, metida en su oficina, en sus archivos y fotografías.

Siempre en el interior, siempre encerrada, sigue honrando la presencia de Rúbens ante la pregunta de una periodista impertinente incluso al tener ya su certificado de defunción. Y la vida vuelve a seguir, ya cuando ella, cuatro años antes de morir (la abogada y activista murió en 2018 y estuvo sus quince años finales con Alzheimer) simplemente se detiene, en un arranque de lucidez para ver que por fin se hizo justicia.

Por fin puede llorarlo.

Y ni aún así, una sola lágrima en una de las películas donde la poesía más bella se logra a través de las miradas y lo que se queda simplemente y siempre, adentro.

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