La belleza agresiva de la naturaleza irrumpe el letargo de la rutina. Estar sin señal y sin wifi obliga a utilizar la red del cuerpo físico para conectarse con el entorno. En el Buraco do Padre la coincidencia del desconectarse parece un regalo divino. Divinidad y magia ayudan a percibir los sonidos de esta catedral natural con absoluto goce. Cuando afuera llueve, adentro hay refugio para aquellos que presencian el desborde de agua en la cascada que cae de la cúpula principal. Como si con la imponencia de la naturaleza no fuera suficiente, se es testigo de los hábitos de los moradores de esta catedral, unas aves conocidas como vencejos nuquiblancos que entran y salen en pareja y demuestran que la monogamia no es solo una ilusión de la especie humana.
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El turismo es, en cierta medida, un acto de fe ante la promesa de vivir nuevas experiencias. Los 120 kilómetros que hay desde Curitiba hasta la entrada del parque natural Buraco do Padre parecen pocos frente a la expectativa que generan las imágenes que se pueden encontrar en redes sociales o páginas de viajes. Estas fotografías que circulan solo son un reflejo inerte de la majestuosidad del lugar. Quizás no sea coincidencia que el Buraco do Padre deba su nombre a los jesuitas que iban allí a descansar, meditar o concentrarse porque, al igual que con la religión, la promesa del encuentro tiene herramientas limitadas para su registro y cualquier testigo parece un falso testigo.
El turismo de naturaleza se destaca como uno de los atractivos principales del Paraná, una región que en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de Brasil en 2022 dio 62% de los votos a Jair Bolsonaro y 38% a Luiz Inácio Lula da Silva. Es la región que tiene como postal principal a las Cataratas del Iguazú y su capital, Curitiba, es un referente en temas de urbanismo, cultura y orden. La ciudad de Ponta Grossa, que tiene 355.000 habitantes, es la ciudad más cercana al Buraco do Padre. Es además la ciudad del Operário Ferroviário, un equipo de fútbol que nació en 1912 y del que es imposible dejar de hablar, no solo porque el fútbol siempre es tema de conversación en Brasil, sino también porque el caleño Javier Reina juega actualmente como centrocampista.
Mientras se camina desde la entrada del parque hacia la parte inferior de la cascada, se entiende por qué los jesuitas tomaron este lugar como un sitio para concentrarse. Hay solemnidad en el recorrido: el río acompaña a los visitantes mientras letreros advierten acerca de la pureza del aire. La mente se calma con cada paso y se entrega al deleite del sendero de 880 metros. La formación del anfiteatro rocoso advierte la cercanía con el destino. La ingenuidad de creer haberlo visto todo es el ingrediente principal para la sorpresa de la llegada. Y aun así, la limitación del lenguaje evita describir con total precisión que la cascada que cae a 30 metros provoca un acto genuino de concentración al observar que se está ante una catedral esculpida al detalle por la naturaleza. Entonces, se cierran los ojos porque se comprende el poder de la presencia de lo divino en lo humano y de la unión de todo lo que es materia con la energía abrumadora de la vida.
En el siglo XVIII, los padres jesuitas intentaron establecer sus misiones y catequizar a los indígenas guaraníes en las tierras que hoy comprenden el Estado de Paraná, uno de los 26 que conforman la República Federativa del Brasil. En el proceso, los religiosos ocuparon algunos lugares como el Buraco do Padre, utilizado en esa época como espacio de paz y refugio. Durante mucho tiempo fue conocido como Buraco dos Padres, en plural, haciendo referencia al grupo de jesuitas, pero luego adoptó el nombre en singular. Los misioneros no lograron su cometido de catequizar a los indígenas de la región y tuvieron que partir hacia el nordeste del país, dejando intacta la catedral natural.
Los sonidos ensordecen la racionalidad de los visitantes acostumbrados al ruido artificial de las ciudades. Los vencejos nuquiblancos de esta zona, conocidos en portugués como andorinhões de-coleira-falha, son en parte responsables por este espectáculo musical, que sumado con sus acrobacias y sonidos enmudecen a los humanos presentes. Hablar, si quiera para comentar el espectáculo, es igual de inapropiado que hacerlo en la homilía de los ritos cristianos, no solo por el coro de los andorinhões, sino por los sonidos del agua y de los flujos del aire, que completan el concierto.
La formación natural del Buraco do Padre se dio tras la erosión subterránea y el colapso del techo por la filtración del agua, que talló con la maestría de lo que no se planifica las paredes y la estructura. La construcción social del Buraco es resultado del uso que le dieron los jesuitas y la apropiación que hoy se la da como destino turístico. Testigos de esta formación y usos han sido los andorinhões: admirados por los jesuitas por ser ejemplo de monogamia y responsabilidad hacia sus crías, al defender el nido y al dividir las tareas de padres entre machos y hembras. Estas aves, que pueden llegar a volar a una velocidad de 170 kilómetros por hora miden hasta 20 centímetros y pasan cerca de 10 de los 12 meses del año en el aire.
Son las aves que fungen como anfitrionas las que ayudan a entender al visitante su condición de observador pasajero. El turista aprende con cada experiencia la impermanencia de lo que vive, cuyo registro puede quedar en una imagen grabada o en la caprichosa memoria, que va dejando ir poco a poco algunos detalles de los recuerdos. Darle la espalda a la puerta de la catedral es parte del rito de despedida, que termina al entender que por muy placentera que haya sido la experiencia tuvo su inicio y su fin. La solemnidad va escapándose con la misma facilidad con la que surgió la sensación de unión con el todo, pero permanece en la mente la certeza de haber pasado por el éxtasis del vínculo con la tierra.