Columnas

La caída del imperio

Columna de Adolfo Zableh

Nadie que haya estado en la cima piensa que va caer algún día. Pasó en su momento con Kodak, el gigante de la fotografía, el Apple de su época, que se dejó tomar ventaja en la carrera por la fotografía digital y terminó pagando el precio. Hoy lucha por reinventarse, al punto de que ha empezado a producir productos farmacéuticos. Imperios han caído todos, sin excepción, y no solo los económicos; de Roma hacia abajo el mundo ha visto desmoronarse a sus más relucientes civilizaciones, así que es una necedad creer que algo, por muy poderoso que sea, no va a tener sus horas bajas.

Toda esta introducción para explicar la razón de la foto que abre esta columna. Puede parecer una pared más de la ciudad, Bogotá está tan deteriorada que el desgaste se volvió paisaje. Los grafitis en los muros y la basura en el suelo, hasta ahí todo normal, pero si miran bien, en la parte superior y a los costados hay unos nombres de revistas que en algún momento fueron muy famosas. Así, la imagen no es solo un retrato de la dejadez de nuestras calles, sino que tiene una fuerte carga simbólica que nos habla de la decadencia de los medios de comunicación.

Para ninguna de las revistas que están ahí alcancé a escribir, pero llegué a leerlas sin excepción por una u otra razón. Todas hacían parte de uno de los grupos de medios más fuertes del continente y hoy en algunos casos no son más que un recuerdo. No digo sus nombres por respeto a la industria y a los colegas, pero también por el dolor de ver que los impresos están en su punto más bajo. Se están acabando los lugares para publicar y no solo es triste, sino preocupante; pequeños y grandes medios de comunicación están luchando por sobrevivir, incapaces de adaptarse a los tiempos, tal cual como Kodak en su momento.

Entre los nombres que alcanzan a leerse a la distancia está el de la que fue durante muchos años la revista más leída del país, más de un millón de lectores en cada ejemplar, y véanla ahora, apenas un pequeño y descuidado letrero que de vainas se lee cuando se camina por el andén, ya no digamos cuando se pasa a la velocidad de un vehículo. Es una dura lección de vida: no importa lo grandes que hayamos sido, el final llega para todos.

Caída de la pauta publicitaria, de los lectores y de las suscripciones conllevó a una crisis que tuvo también una disminución en la calidad de los contenidos. Con influencers, redes sociales y canales de Youtube de por medio, todo más inmediato y cercano al consumidor, las revistas nunca encontraron la forma de darle al consumidor un producto similar en calidad, relevancia, inmediatez, costo y formato. Pero no fue lo único: exceso de periodistas, mala formación profesional y la misma soberbia de los medios defiendo el orden establecido, arrodillados por la pauta y al poder, hicieron no solo que el periodismo que hacían se volviera obsoleto, sino que la gente lo notara y se cansara.

Las reglas cambiaron y fue como si a ningún periodista le hubieran avisado. Hoy navegamos en medio de la confusión y la desesperación, tratando de hallar una nueva fórmula, cuando la vieja fórmula la teníamos totalmente descifrada. Fueron los días dorados del periodismo, al menos los que yo viví. Había limitantes, sí, pero teníamos los recursos y el apoyo para salir a la calle y buscar las historias. Hoy seguimos estando en la calle, pero no de la forma en que soñábamos cuando nos metimos a estudiar esto. Somos unos desamparados casi, apenas unos nombres en la pared que con el tiempo serán olvidados hasta por quienes los fundaron.

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