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¿Detestan todo lo que sea “guiso”? Vea de dónde sale lo que ustedes odian

Mucho se ha hablado de los «guisos» en Colombia, y no falta el que considere que muchas de las expresiones o comportamientos de un grupo social o una persona sean de «mal gusto» o «mañé». Gracias a  su exposición en redes sociales y lo que tácitamente se ha llegado a considerar «vulgar» y «ordinario», ha salido un estereotipo claramente visible de un guiso: Si es pobre, se verá comúnmente con look que asemeja al de un artista de música urbana. Si es rico, ostentará sin medidas.

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Lo mismo con las mujeres, que muestran toda su exuberancia y son consideradas «lobas». Pero ¿se han puesto a pensar de dónde viene todo lo que ustedes odian? Aquí les dejamos algunos datos.

Los nombres: Yurani, Yeiner, Yaritza, Sneider, Stiwart. Etcétera. Los más «guisos» del universo. Surgieron para la época en que la influencia norteamericana comenzó a ser visible en la publicidad y en la cultura de consumo de Colombia. Para comienzos del siglo XX la prensa mostraba como un ideal expresarse con extranjerismos (según relata el libro: A Plomo Herido, de Maryluz Vallejo), porque tener un apellido de este calibre o expresarse así para acercarse a lo europeo eran símbolos de progreso.

Cómo comenzó: Al llegar la influencia del cine norteamericano y la publicidad, las clases menos pudientes pero con creciente poder adquisitivo comienzan a ver en el nombre un poder simbólico y de ostentación social. Así, los nombres de personajes de series, o famosos extranjeros fueron adaptados de este modo. También es famoso el relato de poner nombres de embarcaciones a los hijos.

Los de «buen gusto» y ricos odian esos nombres: Y como siempre ocurre, para mitades del siglo hasta los años 70, los ricos comenzaron a diferenciarse de todo de esa clase media y baja que podía adquirir bienes y quería ser como ellos. Un proceso histórico normal (remítanse a ensayos de Bruno Remaury y al libro «Latinoamérica, las ciudades y las ideas»). Por eso comenzaron a nombrar a sus hijos de otro modo (más españoles y clásicos) y a denigrar los nombres de los pobres. Ahora son considerados nombres asociados a una clase social «inferior».

Pronunciar mal el inglés: El mismo proceso se vivió para las palabras extranjeras, tan propias de la «gente elegante» de la época de 1910 a 1950. En las crónicas de Mario Ibero, en los años 40, ya podemos encontrar que a los franceses se les decía «mesié» en vez de «monsieur».

Los dichos: ¿Se han fijado que hay expresiones que consideran «guisas» como «papi», «reina» , «mi amor», «mi bb» o ven que «ezcriven azzii» o hablan «a lo sicario»? Las dos últimas expresiones tienen su origen. En el caso de la escritura, se comenzó a escribir de este modo en la época de las primeras herramientas digitales como el Messenger, cuando se comenzó a explorar una nueva forma de identificarse en la red y a explorar con fuentes (como Comic Sans, no lo nieguen). Esto fue extensible a varias clases sociales durante los primeros años del 2000.

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«Yo le doy piso, gono**»: En el caso de las expresiones dignas de «El Zarco», recuerden que «El Parlache» se inició en Medellín desde su época Colonial, en ámbitos de trabajo, y luego con las migraciones y la violencia, se instauró una jerga en el contexto marginal que se popularizó por el narcotráfico.

La pinta, ñero: Recuerden que para la década de los 80, en Medellín, sobre todo, el sicariato se consideró una opción seria para muchos jóvenes, que en la desolación de su vida vieron al punk como forma de escape (Rodrigo D No Futuro lo muestra). De ahí que sus peinados y su estética sea tan particular. Luego, la música urbana (desde el hip hop hasta el reguetón) pasó a ser un campo de expresión de muchos jóvenes.

Esa vieja es una loba: La «loba» nació de la mano del gusto del narcotráfico, y de ahí la cultura por la exuberancia y el volumen, cosa que trascendió en la moda colombiana. Pero hay que aclarar que la moda de la élite colombiana siempre ha sido culturalmente distinta a la popular: La primera está medida por las siluetas y los cuerpos europeos. La segunda, por mostrar la exuberancia y belleza de la colombiana como motor social.

Paseo a Melgar: En realidad, antes de que el dictador Gustavo Rojas Pinilla le diese un aire de renovación a la población tolimense, los paseos de las gentes «ordinarias» eran al Salto de Tequendama o a poblaciones cercanas.

Irse a «pasear» lo hizo hasta la gente de la high: Tenemos evidencias desde el siglo XVIII con una crónica de un paseo virreinal, pero si quieren irse un poco más cerca, consulten al cronista José Manuel Groot, en el siglo XIX. Pero este pueblo en particular tuvo su «boom» desde los años 60, cuando aparece CAFAM y las bases militares. Al tener un pueblo con tanta bonanza y de clima cálido y al ser el paso obligado hacia Girardot, comenzó a cotizarse como un destino turístico barato y cercano para todas las clases sociales.

Paseo de olla: No es guiso. De hecho, es una tradición muy arraigada en las ciudades calientes de Colombia, como Valledupar y Cali y tiene muchos años. También se hacían «picnics» con gallina alrededor de Bogotá, como atestiguan cronistas como Mario Ibero (Semanario Sábado, años 40).

Reguetón y Giovanny Ayala: La música tropical, urbana y popular fueron expresiones asociadas a las clases populares, que se identificaron con sus letras. Lo mismo pasó con la cultura mexicana, que desde los años 50 calò hondo en nuestro país. De ahí que los cantantes de «musica popular» sean tan famosos. Por eso ritmos como el reguetón, tan fácilmente digeribles y que combinan la estética de la música urbana con lo bailable, han tenido tanta aceptación. En su defensa hay que decir que incluso se bailan en lugares de estrato 6.

Estética: La estética popular en los países de Latinoamérica siempre ha sido provista de sincretismo: Símbolos religiosos y de la cultura pop como muñecos animados se mezclan en grandiosa profusión. Vayan al Cementerio Central de Bogotá a la zona popular para ver fotos, muñecos y flores con mensajes sentimentales, como prueba de esto.

Maquillarse en el bus: En todo el mundo lo hacen. Y en todo el mundo es igual de mal visto.

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