1985. Todavía me acuerdo de él, llegando del aeropuerto entre lágrimas. Creo que fue la única vez que lo vi llorar, en serio. Venía con un cabestrillo hechizo, era como una bufanda escocesa que evitaba que el brazo quedara colgando y un yeso que no parecía tal. Era un amasijo tieso pero carente de cualquier forma. Era como si el yeso lo hubiera hecho yo, a los 9 años.
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La leyenda cuenta que a mi padre, biólogo marino, se le habían caído encima varias balas de oxigeno sobre una mano. El golpe le fracturó esa parte del cuerpo en 4 partes y el dolor no paraba aunque ya tenía yeso y demás así que, viendo sus lágrimas, nos fuimos donde el médico y el diagnóstico fue concluyente. Lo enyesaron mal en Santa Marta y por eso el dolor. Los médicos allá casi le friegan la mano y parece que toca volvérsela a fracturar para que quede bien encajada. Yo no sé quién se equivocó ahí o si los dos médicos a los que fuimos eran primos de Nick Riviera, el caso es que tocó romperle de nuevo la mano ya rota al viejo. Un tiempo después le pregunté que qué había sido lo peor de ese día y él decía que no hay nada más feo que ese sonido de los huesos que se van quebrando.
Y es que es así: es un sonido como de quiebre de madera, seco, pero impresionante. Como el del sábado en la noche de UFC 261 en Las Vegas en la batalla entre Chris Weidman ante Urian Hall. Weidman lanzó una patada hacia la pierna de Hall, una patada de esas que va con la fuerza exacta para provocar daño, pero en este caso en particular fue a él mismo. Estrelló la espinilla -para usar términos futboleros- en la pierna de su adversario y ahí llegó el crack tan doloroso y que genera espanto. La imagen, luego del impacto es conmovedora porque Weidman devuelve la pierna y la va a usar como apoyo pero apenas trata de ponerla se revela para él, lo que para todo el público ya era un hecho: su pierna estaba dada vuelta y aún cuesta creer que en esos pocos segundos Weidman alcanza a buscar usarla para ponerse erguido, como si no se diera cuenta de lo ocurrido. Claro, esa masa informe ya rota lo dejó caer y ahí estalló el drama. Hall, su contrincante, se olvidó de la UFC y se agarró la cabeza a dos manos. El árbitro en medio de la conmoción frenó el combate y Weidman, tendido en el suelo, mezcló dolor y lágrimas.
Weidman había vivido una situación similar, pero él había sido el espectador de lujo: años atrás en un combate con Anderson Silva se dio la misma circunstancia, porque Silva buscó la patada y Weidman la bloqueó con la rodilla y la consecuencia fue la misma que hoy sufre Weidman.
Y ese sonido. El mismo de madera rompiéndose y que detecta que algo salió mal.