Esta semana fue el Día del Periodista, uno de esos oficios reconocidos por ser mal remunerados, como el de profesor o policía. Es tan mal pago que, indagando con periodistas jóvenes, he descubierto que hoy se gana menos de lo que se ganaba hace diez años; así es el tamaño de la crisis en la carrera.
Sin embargo, que el dinero escasee no quiere decir necesariamente que sea una profesión noble, no siempre (lo mismo que ocurre con los profesores y los policías). Nunca he entendido esa relación automática que existe entre la falta de recursos y la hidalguía, como si una cosa tuviera que ver con la otra. No creo que los periodistas seamos personas buenas y nobles, ni que el oficio sea extraordinario, como se suele repetir. Es un trabajo más ejercido por humanos comunes y corrientes, y no creo que tener una alta capacidad para comer mierda nos haga especiales.
Una de las cosas que más nos gusta a los periodistas de serlo es que, a falta de dinero, el oficio da otras cosas. La posibilidad de contar la vida, que es algo maravilloso, y, si se corre con suerte, viajar y conocer personajes extraordinarios. Aunque mucho de eso se ha desvirtuado con el tiempo porque para trabajar hoy basta un computador y un celular, todo se hace a la distancia y quienes salen a la calle son los menos, los afortunados. Aunque eso de afortunados también es relativo porque Colombia es uno de los lugares del mundo donde ser periodista es un trabajo riesgoso. No en vano, todos los años peleamos el liderato en el escalafón de los países con más periodistas amenazados.
Por lo mal remunerado y lo peligroso, muchos han terminado cambiando de oficio u optado por hacer un periodismo más light, haciendo su trabajo entre cuatro paredes y sacando la información directamente de los cables o de internet. Otros han ido evolucionando con las tendencias tecnológicas y han terminado cubriendo la vida de los youtubers y otros influenciadores. El periodismo que yo estudié y empecé a ejercer era otra cosa, no sé si mejor, pero sí otra cosa, y creo que, por muchas visitas a la página que dé, para hacer curación de memes no se necesita estudiar cinco años. En mi época tampoco lo consideraba necesario; para mí, la carrera de comunicación social no requiere más de dos años de teoría intensiva (y estoy exagerando, podría ser apenas uno) y luego a la calle, que es donde de verdad se forja un periodista.
Arriba dije que muchos periodistas han cambiado de oficio, categoría en la que no me atrevo a incluirme, no todavía. Aunque cada vez me alejo más de la profesión y desde hace ocho años no piso una sala de redacción, de alguna manera sigo ejerciéndola por medio de columnas de opinión y otros artículos ocasionales. Soy una especie de híbrido, a medio camino entre la prensa y la literatura, oficio que desde el año pasado empecé a considerar en serio. Siempre aferrado a las letras, he ido descubriendo que me causa más placer hacer un libro que una crónica, pero, insisto, no soy una cosa ni la otra; no me siento con la autoridad para decir que soy periodista, pero tampoco me veo como un escritor de profesión. Igual, ya sea periodista o escritor, lo que estoy haciendo es cambiar un oficio mal pagado por otro peor pagado; la verdad, muy avispado no es que sea.