Tal como la rueda constituyó un avance sin par en la historia de nuestra especie y el piñón uno de los gérmenes que desataron la revolución industrial, hay por estas tierras un dispositivo de características sencillas aunque subvaloradas, cuya sola existencia ha bastado para mover y aceitar el aparato productivo de un país entero. No estoy hablando, como muchos ya supondrán, del serrucho o la motosierra, ambos empleados con amplitud, tanto en labores de ebanistería y tala como en aquellas referentes al ejercicio de la corrupción o la violencia. Nos referimos, más bien, a la legendaria ‘clavija’, herramienta patria por excelencia, maniobrada con pericia por parte de una buena parte de nuestros connacionales. Para los curiosos, extranjeros y desinformados, contexto: entendemos por “dar clavija” al abominable acto de dejar en desventaja a un determinado individuo en el marco de una negociación cualquiera. También al de valerse de ardides para alterar los montos justos dentro de contextos transaccionales.
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Clavija da el vendedor de verduras por peso que altera la báscula a su conveniencia. Clavija da el comerciante especulador y el prestamista de la modalidad cuentagotas. También los taxistas dados a ‘engallar’ sus vehículos con eso que llaman ‘muñecos electrónicos’, instalados para que al el taxímetro ‘se alebreste’ ante determinados estímulos. Clavija, y de la peor categoría, es esa que la oficialidad nos prodiga a manos llenas cuando privilegia los intereses del poderoso y construye la agenda nacional a partir de esa premisa. Clavija es la misma que con impunidad empuñan innumerables entidades financieras al castigarnos con tasas cercanas a la usura disfrazadas de filantropía o de deseos de vernos progresar. Clavija es una de aquellas cosas que los colombianos recibimos a diario, representada en el sinnúmero de atropellos subyacentes al hecho de habitar este suelo.
De tanto convivir con ella ya va siendo hora, pues, de desglosar la expresión para entender los alcances del término. En su acepción original ‘clavija’ no alude necesariamente al artefacto para ajustar las cuerdas de un instrumento cordófono. Se trata, para ser más exactos, de un vocablo derivado del latín ‘clavícula’, que tampoco se refiere en principio al tejido óseo del mismo nombre sino a una llave pequeña. Tiene sentido: en Colombia la clavija funge de clave maestra a la que ningún portón ni cajilla de seguridad, por fuertes que se ufanen de ser, osarán resistirse. Es poco lo que San Google tiene para agregar acerca de la etimología de este modismo. Sin duda resulta destacable, en cualquier caso, que toda referencia a la infamia de andar por allí ‘dándoles clavija’ a nuestros semejantes tenga como lugar de procedencia el suelo patrio, lo que nos conduce naturalmente a pensar que quizá aquello de la clavija como indumentaria ideal de ‘tumbe’ al prójimo es colombianismo.
Así las cosas, sólo queda preguntarnos… ¿no nos vendría bien, quizá, erigir un monumento a la clavija en cada oficina pública o privada? ¿Alguien se atrevería a disentir del más que necesario proyecto de instituir un día nacional de la clavija en conmemoración a lo mucho que esta ha contribuido para que compatriotas de todas las naturalezas consigan hacerse un capital? O, todavía mejor… ¿no tendría su lado consecuente admitirnos como la república de la clavija que somos y, una vez entendido lo anterior, reglamentar el uso de este artefacto para que entre tanta que repartimos haya cómo sobrevivir? Hasta un próximo martes.