Las sociedades contemporáneas y con perspectivas de desarrollo económico y social siempre han apelado a ubicar sus necesidades y anhelos con simbología. De 196 países, hoy más de una tercera parte mantienen en su simbología tradiciones religiosas, éticas, o paradigmas del deber ser. 31 Estados, entre ellos Australia y Nueva Zelanda, apelan al cristianismo en sus banderas, a pesar de ser naciones no confesionales y pluriculturales, 21 naciones hacen lo propio pero con el Islam, tres hacern referencia al budismo y al hinduismo, dos al budismo puro, y siete naciones a otras religiones y creencias, entre las que se destacan la de Israel, desde luego reivindicando el Judaísmo, y la Japonesa que incorpora el Sol naciente propio de creencias espirituales de Shinto: ¡siempre hay un nuevo comienzo!
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Los símbolos de una nación nunca serán suficientes, pero siempre serán necesarios para lograr tener una identidad en el deber ser, y sobre metas por cumplir. Así por lo menos lo concibió Lee Kuan Yew al momento de escindir parte de la península sur de Malasia y fundar hace mas de 50 años lo que hoy conocemos como Singapur, paradigma de gerencia publica, libertades económicas, transparencia y respeto al Estado de Derecho, pero sobre todo crecimiento y desarrollo económico, no en vano hoy cuenta con la principal refinería del mundo y el cuarto centro de negocios en el globo: su simbología siempre va con elementos de fuerza y transparencia.
Por ello sus principales símbolos son el león y el agua, y ello logran identificarlo o plasmarlo en todo su despliegue público y privado. Por ejemplo, la Corte Suprema de Justicia de hoy se encuentra en una infraestructura a una altura considerable, con visión de 360 grados y grandes ventanales, lo que podría incluso confundirse con el famoso restaurante de Seattle, del centro de observación espacial; en Singapur lo concibieron así porque lograron establecer que las instituciones de gran importancia como su Corte Suprema de Justicia deben estar por encima de toda la sociedad, imprimir gran altura y denotar transparencia, pero: ¿y qué tiene que ver esto en estas latitudes?
Pues tiene que ver en todo y a grandes cantidades. En medio de lo que hoy está viviendo el mundo, una pandemia sin precedentes, Colombia viene siendo objeto de los más viles y espeluznantes esquemas de sabotaje a la institucionalidad, donde la promoción de la anarquía y el caos se ha vuelto una total y alarmante constante, situación que desde luego no puede continuar más, ¡estamos al limite! Y algo, o mejor mucho, podemos hacer, mientras las Farc y el ELN acababan con los centros de atención inmediata de la policía, el “hijo” del expresidente Santos utilizaba por redes sociales, la enseña del escudo de Colombia con gran “orgullo” donde se denotaba “desorden y libertad”, “libertad y desorden”.
No solo se reprocha la burla contra uno de nuestros símbolos patrios, en un momento de alta crisis y caos sin precedente también, sino que valida de nuevo la necesidad de reposicionar los principios de una nación en momentos de crisis, por ello y quizás sea imperante modificar la ley 3 del 9 de mayo de 1834, imprimiendo valor necesarios como debe ser: “orden y libertad”, un llamado a las bancadas para que hagan lo propio; por algo se empieza, si recuperamos el orden como principio fundamental de una nación, muy seguramente a futuro no tendremos que preocuparnos por el ejercicio sin titubeo alguno a todas nuestras libertades publicas.
Corolario: No basto con que las Farc y el ELN sembraran el caos en Bogotá, también tuvimos que aguantarnos la majadería de que el crimen de lesa humanidad de Álvaro Gómez Hurtado fue supuestamente a manos de las Farc, todo para torpedear la línea de investigación de la Fiscalía General, con el propósito de tapar la diligencia que involucraría al alfil mas cercano a Ernesto Samper. Vivir para contarlo…
Guillermo Rodríguez / @guillorodrig