Institucionalidades aparte, Bogotá merece atención. Necesita cronistas, narradores, espectadores y protagonistas de todas las condiciones y vertientes de pensamiento que la cuenten y vivan a su forma. Amerita un mayor número de miradas sensibles y de voces sensatas y objetivas dispuestas a quedarse observándola, oyéndola, olfateándola, tocándola, saboreándola y experimentándola en alma y cuerpo propios, para luego transformarla en palabras e imágenes. Reclama la atención de ciudadanos deseosos de trascender el estereotipo de caos, folclorismos y cachaquerías de antaño, que aún tantos replican. Exige la presencia de observadores agudos y a la vez afectuosos, prestos a contarla sin eufemismos, con las debidas dosis de autocrítica que toda experiencia reflexiva requiere. Suplica a gritos una confrontación amigable de ideas en torno a su presente y a su porvenir.
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Y no sólo desde la perspectiva pragmática, puramente noticiosa y en ocasiones demasiado teñida de color ‘amarillo pasquín’, típica de tantos reporteros a cargo de eso que llaman ‘orden público’. Tampoco a partir de diagramas de flujo, códigos de barras, proyecciones demográficas, datos fríos en materia de salud, económicos, de movilidad o estadísticos. Mucho menos desde la mirada reduccionista y caricaturesca del “ala, chinita querida”, de la muy bogotana pero asimismo muy manoseada ‘Gata golosa’, de la almojábana, el ajiaco o el tamal con chocolate, todos símbolos inobjetables, pero cuya presencia ha derivado en discursos reduccionistas.
Bogotá clama por nuevas ciudadanías y nacionalidades. No sólo es bogotano aquel que ostenta abolengos ni “pureza de sangre o de suelo”. Bogotanos somos los descendientes de inmigrantes —mayoría, por cierto— y los inmigrantes mismos. Bogotano es aquel que habita esta ciudad y que, sin obviar los defectos que la ‘engalanan’, destina sus energías a algo más que quejarse. Bogotá no es una sola sino un sinnúmero de ciudades confederadas, sometida a avatares geopolíticos y entrelazada. Lo que ocurre en Usme retumba en Usaquén. Aquello que acontece en Suba resuena en Sumapaz. No hay por tanto, una sola forma de pertenecer a este conglomerado.
Bogotá demanda, pues, y cuanto antes, una camada de entusiastas interesados en develar los misterios que alberga. En conocer su fauna, que aunque muchos lo crean imposible es numerosa y variada. En explorar su flora. En raspar la superficie y dimensionarla en tiempos pretérito, actual y futuro. En narrar las historias de tantos personajes anónimos elevados a la categoría de patrimonios barriales: el comerciante informal que nos vende fruta, el ‘graffittero’; la ‘rapera’; los ‘entretenedores’ urbanos que deambulan con una máquina de electricidad terciada mientras van ofreciendo a posibles clientes una descarga paga a medida que accionan una palanca; el pregonero que expende o compra cacharros.
Ingredientes como los anteriores, sumados a muchas otras cosas de todos los días —tránsito, servicios, estado del clima y demás— son los contenidos que a partir de hoy servirán de fundamento a ‘Capital en Línea’, un magazín de ciudad producido y emitido por Canal Capital de cuyo equipo soy honroso colaborador, con Bogotá y quienes la habitan como invitados de excepción. A las 10 a.m. comenzará esta aventura, incierta y al tiempo grata. Dudo que sea el acontecimiento más importante desde junio 13 de 1954, cuando la televisora nacional inició sus emisiones, pero, cuanto menos, esperamos escribir una modesta página en el largo trasegar de quienes desde mucho atrás hemos decidido ejercer el apostolado de relatar una ciudad, tan compleja como fascinante. ¡Los esperamos!