La espera

“Tal vez los escritores escriben novelas para entender lo que significa esperar; un verbo que sugiere algo profundamente poético: una angustia, una sensación psicológica próxima al placer y al dolor. Una serenidad. La literatura sobre la espera narra lo que no comprendemos de la vida”: Miguel Ángel Manrique

Esperar es lo que, en La espera de Ha Jin, soporta Lin Kong para que la burocracia comunista de Mao Tse Tung le conceda el divorcio. Esperar es lo que hacen Vladimir y Estragon, en la tragicomedia de Beckett, mientras conversan al lado de un árbol, por si se asoma Godot. Esperar consume la vida del teniente Giovanni Drogo en El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati. Esperar es lo que le promete Florentino Ariza a Fermina Daza, por cincuenta y un años, nueve meses y cuatro días, en El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez.

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Esperar, aguardar, permanecer, quedarse, aguantar, perseverar, ilusionarse, desear, creer, suponer, concebir. Los sinónimos a veces intentan sustituir el significado de la palabra, como una verdad, pero sin lograr la justa precisión. Los sinónimos de ‘esperar’ no lo reemplazan, ni al sentido que, cultural e históricamente, le ha asignado la literatura. Esperar es un verbo transitivo, según el diccionario, que proviene del latín sperare, tener esperanza.

Cuando se habla de esperar, se infiere que es ‘algo’ o ‘a alguien’: espero que el país pueda vivir en paz, espero la salida del sol, espero a Gabriela. Esperar es tener esperanza de conseguir lo que se desea. Parece una explicación tautológica, pero si lo reemplazara con otro sinónimo, por ejemplo, aguardar, no adquiriría más claridad el huidizo sentido de este verbo, tan próximo a la incertidumbre.

Porque aguardar tiene como un matiz de brevedad. Aguardar a que te examine el médico, a que te atienda la cajera del banco, a que cambie el semáforo. Nadie aguarda mucho tiempo, pero puede esperar toda la vida. Esperar tampoco es exactamente permanecer, estar como detenido durante cierto tiempo en un sitio. Uno permanece un rato en un café. Sucede lo mismo con quedarse, esperar no es quedarse ni aguantar.

Aguantar es resistir o sostener algo durante un tiempo, pero no significa esperar. Perseverar tampoco parece un sinónimo adecuado para sustituir el significado preciso de esperar, porque mantenerse constante implica una acción y una fe, y esperar puede prescindir de la acción y de la fe. Quizá, esperar sentado, bailando o durmiendo, dé lo mismo.

Una novela revela el significado poético del verbo esperar: “Porque la espera es algo imaginario y concreto a la vez: una visión de algo potencialmente real que se oculta”, dice Andrea Köhler. Esperar, entonces, tendría un sentido más literario que semántico, porque el diccionario no abarca el universo de significados que ha adquirido este verbo en la literatura y porque, aislada, una palabra significa poco.

Tal vez los escritores escriben novelas para entender lo que significa esperar; un verbo que sugiere algo profundamente poético: una angustia, una sensación psicológica próxima al placer y al dolor. Una serenidad. La literatura sobre la espera narra lo que no comprendemos de la vida.

Esperar son los quince años de resistencia del coronel, a ver si un día le pagan la pensión de veterano de la guerra civil. Esperar es lo que, en la novela de Antonio Di Benedetto, atormenta a don Diego de Zama, un funcionario americano a las órdenes de la corona española en Paraguay, que quiere un traslado a Buenos Aires. Esperar es lo que hace Penélope, mientras Ulises se revuelca con Circe, y hacen, también, los personajes del cuento de Cepeda Samudio, mientras beben y oyen música en un bar.

Esperar es una acción silenciosa y paciente relacionada con el tiempo. Esperar es lo que antecede a la forma; la inversión de instantes, antes de que algo se transforme en otra cosa. Esperar es lo que antecede a la belleza y al conocimiento; al orgasmo y al sueño. Inevitablemente, esperar también es lo que antecede a la muerte.

Miguel Ángel Manrique / @miguelmanrique

 

 

 

 

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