Mucho se ha hablado de cómo la pandemia por coronavirus ha cambiado nuestros hábitos. Lo más extraño que he experimentado desde que arrancó este apático virus es no saludar a mi papá y mi mamá de beso y abrazo, una tradición que poco a poco va quedando en el olvido y espero que la próxima generación pueda rescatar porque después de tantos días sin ese gesto de amor familiar, uno se empieza a acostumbrar y no se puede caer en esa costumbre puesto que se convierte en hábito y, no solo de dinero y videollamadas vive el hombre… el amor es parte fundamental para alimentar el alma y continuar con fuerza esta difícil “nueva normalidad”, que por cierto, regresará a la antigua normalidad pero algunos se están preparando desde ya como si nos fuésemos a quedar de por vida encerrados saludándonos con los codos y diseñando productos para vivir aislados del resto de humanos. Relajen la raja, esto es temporal. Como dice el refrán, “No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”, somos animales con necesidades sociales, necesitamos pertenecer a una tribu e interactuar con ella, tocar, sentir, aislarnos de toda interacción va contra esa naturaleza.
PUBLICIDAD
Esta realidad, que aún continuamos asimilando, ha traído consigo una serie de retos para la sociedad que se debieron ir implementando sobre la marcha. La hiperdigitalización es una realidad y esta conexión ha hecho más llevadera una cruel cuarentena que ha sido la más larga en la historia de la humanidad. Si tomamos en cuenta que la cuarentena en Colombia empezó el 25 de marzo y termina el 31 de agosto, completaríamos 159 días encerrados. «Pero cuál cuarentena, eso no existe» gritan algunos; la cuarentena que respetamos unos pocos, les contesto. Porque hasta para el mercado me ha tocado pedir por medio de aplicaciones y así evitar salir. Pero aquí no estoy para hacer las funciones de autoridad, queda en la conciencia de cada persona si ha acatado las recomendaciones o no, también entiendo a los que necesitan un respiro, de verdad los entiendo. También quisiera darme ese respiro y salir un día de mi casa a un parque y jugar con mi hija o ir a un centro comercial con mi esposa, puesto que nuestras cédulas no coinciden en su último dígito.
Si vemos un capítulo de Los Supersónicos en 1990, parecería muy lejano ese futuro imaginado, verlo hoy sorprende con gran espanto lo muy acertado que fue su visión de lo que nos esperaba. No hablo por los carros voladores, esos aún los estamos esperando, hablo de las tareas que ahora son comunes como el teletrabajo, el entrenamiento online, la telemedicina y las videollamadas. Nos cambió la vida para bien, algo que nos deja el coronavirus es la interconectividad en servicios y, con suerte, una mejor asistencia médica con la cantidad de UCIs que tendremos al finalizar la pandemia. Esperemos que sí.
Momento, ¿qué pasó con los eventos que teníamos en curso? Antes de este anticipado Apocalipsis social teníamos planes: conciertos, eventos, muestras gastronómicas, reuniones familiares, entre muchos otros. Aplazar o adaptar, esa es la cuestión. Sin duda las aglomeraciones por estos días son impensables, entonces, ¿hacemos un alto en el camino y aplazamos todos esos planes o los adaptamos para próximas eventualidades similares? Muchas personas optan por evitar el gasto innecesario de dinero en una situación crítica que demanda una mayor asistencia social y menos espacio para derrochar lo que no tenemos. Otros apoyan estas nuevas iniciativas para rescatar la cultura y que no mueran en el olvido estas tradiciones que nos formaron desde nuestra tierna infancia. Ambos puntos de vista son entendibles, pero aquí entra en juego un tercer factor, la economía.
La economía no es solo la que mueven el señor Sarmiento Angulo ni don Arturo Calle, pensar que las afectadas son las grandes empresas es un sinsentido. En esta pandemia todos hemos perdido en diferente escala, tanto el gran empresario como el asalariado de a pie, siendo uno de los grandes perdedores de esta pandemia el sector cultural. Aquí varios millennials leerán aterrados que no todos somos rappitenderos y vivimos de hacer domicilios. No, para sorpresa de esas personas existen otros sectores ajenos a los de primera necesidad que tanto nos han ayudado durante estos días. También existen los que viven del entretenimiento, de realizar espectáculos, de presentarlos, de participar en ellos, del consumo que se vive en este tipo de espacios, de los que se benefician indirectamente de ellos. No solo se ve afectado el que realiza la presentación sino todo un ecosistema de actores directos e indirectos que hoy están de brazos cruzados.
Según un estudio realizado por el Departamento de Economía de la Pontificia Universidad Javeriana para la Alcaldía de Cali y Corfecali, el impacto económico de la Feria de Cali del año 2019 alcanzó los $411.000 millones. El impacto económico es la capacidad de generar ingresos para la gente y las empresas de la ciudad por un evento. O sea, esta no es plata que se vaya para la cartera del municipio, es dinero que se va a los bolsillos del taxista, del restaurante, del hotel, de los organizadores, de los artistas, hasta del señor de la “chaza” que vende dulces. Es dinero que circula en la ciudad y que ayuda a innumerables familias durante esta época. Ahora, en el aspecto cultural la cifra no es para nada despreciable, 7.400 artistas han sido partícipes de la edición 62 de la Feria, 7.400 artistas que lo dan todo en cada presentación y que viven del arte, que con ese arte pueden llevar comida a su hogar y darle estudio a sus hijos.
La Feria de Cali no es solo una rumbita semanera, es una tradición que nos recuerda que con alegría se vencen las tristezas. Esta no inició como una fiesta de algún narco caprichoso sino como una conmemoración de aquel fatídico 7 de agosto de 1956 en el cual una descomunal explosión mató instantáneamente a 4.000 personas y dejó heridas a 12.000 más. Ese día 1053 cajas provenientes de Buenaventura cargados con 42 toneladas de dinamita explotó en el barrio San Nicolás dejando lo que hoy se conoce como el hundimiento de la 25 con octava. Para los que no saben de direcciones pero sí de moteles, el desnivel que queda antes de llegar a Condoricosas.
Desde 1957 se dio inicio al carnaval que buscó hacer homenaje a este punto de quiebre que vivió la ciudad y que hoy se conoce como la Feria de la Caña, nuestra Feria de Cali. No deja de ser paradójico que 64 años después de aquella explosión, haya un sentimiento tan marcado a terminar con la festividad decembrina que no solo llena las calles de jolgorio sino que aporta un dinero importante a la economía de la ciudad. Estamos ante un evento único en la historia de la humanidad y este momento necesita de toda nuestra creatividad. Bien lo dijo Alexander Zuluaga, gerente de Corfecali, en la entrevista que el editor del periódico Q’hubo Cali, Rubén Darío Valencia, le hizo el 7 de agosto del presente año: “No hacer la feria este año, sería sepultar el sector cultural de Cali”.
Alexander Zuluaga tiene este año una responsabilidad que no habían tenido los demás alcaldes y organizadores anteriores, luchar contra ese sentimiento de pesimismo que tienen los caleños frente a la Feria de Cali. Una tarea titánica por encima de la organización misma, es cambiar ese chip negativo a la ciudadanía y convencerla de lo importante que es adaptarnos este año para sacar adelante esta celebración a la vida. Según sus palabras, en esta edición virtual TODOS LOS EVENTOS DE LA FERIA SERÁN GRATUITOS. Me vi en la necesidad de escribirlo en mayúsculas debido a que los años anteriores, este fue el talón de Aquiles de los administradores de la ciudad. Aunque la mayoría de eventos eran gratuitos, la gente no sentía su evento principal, el Salsódromo, como propio, sino para personas con los recursos que le permitieran disfrutarlo. Un evento para el pueblo pero sin el pueblo.
“Ni mis amigos están de acuerdo con hacer la Feria virtual”, le dijo Zuluaga a Rubén Darío Valencia. Quién no, si en este momento tenemos necesidades apremiantes que deben atenderse, pero debemos continuar adelante con nuestros proyectos antes de que la crisis económica nos arrope como un tsunami de miseria general. Es necesario empezar a buscar las salidas a una crisis que nos tiene jodidos en todos los aspectos y cuyo año entrante no pinta mucho mejor, pero que como en aquel año 56, de alguna forma, nuestros antepasados sacaron adelante por encima de la tragedia.
Al día de hoy he tenido que cubrir la Feria de Cali como labor periodística sin ser periodista, soy estratega digital de profesión, pero con labores de reportero que espero sean bien recibidas, como sea, odio las aglomeraciones. No me gusta estar atrapado en un tumulto de personas que viven su propia alegría, disfruto mucho la soledad, pero respeto ese momento de catarsis que tienen los caleños bailando en la calle hasta debajo de la lluvia al son de una salsa que repara corazones rotos. Es por eso que estoy convencido que por más que yo sea un lobo solitario, es necesaria esa inyección de felicidad que trae la Feria de Cali a la ciudad. Necesitamos seguir apostándole a este tipo de actividades que impulsen la economía y el estado anímico de los caleños en tiempos tan difíciles como los actuales.
Es que no quiero imaginarme vivir una pandemia sin salsa, sería mejor no vivir. Encerrados en la cuarentena más larga de la historia sin un motivo para seguir adelante es sucumbir a ese sentimiento depresivo que busca apoderarse de nosotros. Necesitamos espabilar, necesitamos buscar una campana y decirle a esos espíritus que no nos vamos a dejar vencer, que buscaremos la manera de seguir luchando por nuestros ideales al ritmo de la clave, así sea desde la virtualidad. Señor Alexander, no lo conozco, pero deseo con todo el corazón que la Feria de Cali Virtual sea un éxito, no para su hoja de vida, sino para el ánimo de una ciudad golpeada por la pandemia. Usted puede hacer historia como ese gerente que sacó adelante un evento en contra todo pronóstico y con enemigos hasta debajo de las piedras.
Es hora de rescatar esa caleñidad y ese sentido de pertenencia que nos caracteriza. Este puede ser el parteaguas que necesita Cali para volver a pensar como ciudad y no como individuo, de que los ciudadanos presenten iniciativas y recuperemos juntos a La Sucursal del Cielo. Un saludo especial a Juan Martín Bravo, Nicholas Benedetti, Andrés Lozano de Publilatina y Brany Prado de ACODRES quienes esta semana se pusieron la camiseta por la ciudad con el hashtag #AperturaBioseguraEnCali y una valla en la icónica Avenida Roosevelt priorizando en la agenda nacional la necesidad de reactivar el sector gastronómico y así evitar que más restaurantes en la ciudad sigan cerrando. Juntos somos más fuertes y este es solo el inicio de un colectivo que puede lograr grandes cosas para la ciudad.
De antemano me disculpo por la hora de publicación del texto, todo el fin de semana estuve con mi bebé enferma en la clínica y no me fue posible entregarlo a tiempo al editor de Publimetro para que estuviese a primera hora en el portal, pero me prometí a mí mismo sacar esta columna semanal así llueva, truene o relampaguee cada domingo. Para mi tranquilidad, María José ya se encuentra bien de salud y espero que así continúe hasta que la vida me permita verla a los ojos.
Gracias por llegar hasta aquí, nos leemos la próxima semana. Me encuentran en Twitter como @JulianJaraUribe.