Columnas

Los protocolos de bioseguridad

No sé qué me da cada vez que alguien dice que cumple con todos los protocolos de bioseguridad. Protocolos de bioseguridad suena bonito, convincente y metódico, hasta científico, y salvo lo de bonito, no es nada de eso. Es como cuando ante un crimen la autoridad dice que adelantará una investigación exhaustiva, palabras vacías que muchas veces terminan en nada. Con el coronavirus nos estamos enfrentando a algo que no conocemos, pero nos hacemos los que sí, de ahí que posemos de responsables con el asunto, pero basta con mirar lo que pasa en la calle para entender que responsabilidad, protocolos y bioseguridad es lo que escasea.

Esto del virus es una recocha, empezando por el virus mismo, nadie lo entiende y no hablo solo de descubrir cómo se cura. Una semana lees que es almamente mortal y contagioso y a la siguiente resulta que no lo es tanto y que no sé cuántos ciudadanos de cada diez ya tienen los anticuerpos para soportarlo; un día mata a una persona sana de 30 años y al otro no puede con alguien de más de noventa años que superó un cáncer. Es un virus tan impredecible como caprichoso, de ahí tanto miedo ante la situación y tanta rabia con los que lo subestiman.

La semana pasada salí de mi barrio por primera vez desde marzo porque me contrataron para un trabajo y la verdad es que me debatí entre la dicha de volver a andar la ciudad y los nervios por contagiarme. Estuve afuera casi todo el día, pero me bastó menos de una hora para ver que eso de aplicar los protocolos de bioseguridad es más verso que otra cosa. Para empezar, gente sin tapabocas, o usando de cualquier tipo, como si todo pedazo de tela sobre la cara sirviera como protección. Eso, y distanciamiento social nulo, cosa que se ve en todos lados, como los supermercados. Es chistoso cuando te ponen a hacer fila con dos metros de distancia para entrar, pero una vez adentro no hay lío en que nos pongamos hombro a hombro a bajar productos del anaquel.

Y no hay que salir de la casa para ver que somos irresponsables y coherentes. En las transmisiones del fútbol europeo se puede ver que cada equipo llega al estadio en dos buses en vez de uno para que jugadores y cuerpo técnico pueda cumplir con el distanciamiento social, mismo que guardan en los bancos de suplentes, dejando hasta tres y cuatro sillas de diferencia, siempre con la mascarilla en su lugar. Pero luego en el túnel para salir a la cancha se saludan como si nada, se abrazan en los goles y en las jugadas de pelota quieta forcejean sin asco. Al fin, ¿cuál es el mensaje que le quieren mandar al mundo? ¿Se están cuidando o no?

Y es imposible culpar de esto al gobierno, sea local o nacional, como tampoco es viable culpar solo a los ciudadanos, acá la responsabilidad es compartida. Es cierto que el estado debe velar por el bienestar de las personas, pero también es cuestión de cada uno cuidarse, tener un mínimo básico de instinto de supervivencia y consideración por el otro. Acaba de pasar con un alcalde en el Huila, que celebró su matrimonio con cincuenta invitados donde nadie guardó el distanciamiento ni usó tapabocas, aunque lo peor es que subieran a internet el video de la fiesta. En serio, lo ideal es que seas un ciudadano responsable, pero si vas a cometer una estupidez, al menos no la compartas con el mundo.

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