Yo creo que ya estuvo bien con el programa de televisión del presidente, ¿no? Se antoja a fachada porque a Duque poco o nada parece importarle la gente, y eso se ve con cada nuevo escándalo que sale. Masacres, chuzadas, violaciones por parte de miembros del Ejército, confusión con el dinero y los insumos para ayudar en la emergencia por el coronavirus. Todo es descorazonador mientras el presidente juega a presentar un magazín y promete investigaciones exhaustivas que suelen no conducir a nada, como si estuviera gobernando para la tribuna. El rating del programa ha ido bajando porque ya se volvió paisaje, sin embargo sigue al aire porque ha mejorado la imagen del mandatario, no porque sea necesario que Duque mismo aparezca cada veinticuatro horas para informar lo que está pasando.
Es que hasta el nombre del programa ofende, ‘Prevención y Acción’. Es cualquier cosa, todo insulso y sin gracia, en perfecta concordancia con quien lo presenta. Nadie quiere ver al presidente todos los días por mucho que el rating indique lo contrario. Yo lo veo a veces para reírme y llenarme de rabia, porque Duque produce ambas cosas al tiempo, risa y empute. Yo no soporto a Duque, no lo soporto, y acepto que es un problema mío que nada tiene que ver con él. Es que ese pelo, esa voz, esos cachetes, me dan ganas de cogérselos duro, como fingiendo ternura, pero hacerlo con rabia, que le duela, como diciéndole “No soporto que existas”.
Porque cada cosa que hace es peor que la anterior, como cuando le presentó al país una carita feliz y otra triste para anunciar que había que usarlas para sancionar socialmente a quienes incumplieran la cuarenta y felicitar a los que fueran juiciosos. Y encima, mientras las mostraba al aire, se le cayó una. De verdad que tiene unos asesores que no se sabe de dónde salieron, y él tampoco se ayuda. Eso tiene el uribismo, que ha permitido que escalen personajes del tipo María Fernanda Cabal, Miguel Polo Polo y Natalia Bedoya. A la sombra gobierna la maldad, que envía al frente a sus payasos para que nos burlemos de ellos mientras no nos damos cuenta de lo que está pasando.
Porque hay quienes dicen que Duque es un bobo, otros que es mala persona, yo digo que es ambas cosas, y se ve a leguas. Es cierto que el puesto le queda grande, pero también es mala clase, usa al estado y sus instituciones para fines personales, como si fueran suyas, y eso abarca desde el avión presidencial hasta los cargos públicos. Ahí está su mejor amigo como fiscal, y mientras le abre investigación a Claudia López por ir a hacer mercado acompañada, se va a pasear de puente a San Andrés y cuando lo descubren se hace el que trabaja, se echa flores y dice en público que ostenta el segundo cargo más importante de Colombia. Eso se debe decir a sí mismo cada noche frente al espejo antes de acostarse: “Francisco, eres la segunda persona más importante de Colombia”.
Yo a mis amigos los quiero, pero en la vida votaría por ellos para algún cargo público, a lo que hay que agregar que yo tampoco me lanzaría porque sería un desastre, quiebro al país en un trimestre. ¿Qué pasó entonces con Duque y con Barbosa? ¿Qué tan enfermo tiene que estar el sistema para que dos personajes así hayan llegado hasta lo más alto del mismo? Barbosa y Duque, qué fichas, no en vano son mejores amigos desde hace décadas. Me los imagino todos chiquitos, insoportables, gritando “Tío, míreme” mientras se tiran a una piscina haciendo la bomba y mojando a los que están cerca de ella, los típicos niños a los que no los quiere sino la mamá, y eso.