Aunque a uribistas y petristas les resulte insultantes ser comparados, hay que decir estos dos han sido los liderazgos más importantes de Colombia en los últimos 20 años.
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De Alvaro Uribe se puede resaltar su rigurosidad, disciplina, enfoque, carácter, espíritu de trabajo. Y se puede decir también que en su afán de llevar adelante su política de seguridad democrática, generó una presión excesiva en sus subalternos, que condujo a actos deshumanizantes. También que su círculo cercano parece estar siempre asociado a la criminalidad y la trampa y que las investigaciones por chuzadas son una constante.
De Gustavo Petro se puede resaltar su empatía con las clases más olvidadas del país, sus ideas para un progreso sostenible y su enfoque hacia una sociedad progresista con menos desigualdades. También se puede decir que tiene un carácter egocéntrico, que le dificulta construir equipos, que a veces explota exageradamente las diferencias sociales a su favor, y que le cuesta ver a Colombia más allá de las necesidades de los pobres y eso lo ha distanciado de empatizar también con las clases media y alta del país.
En la sumatoria han sido más las cosas buenas que ambos han aportado al país. Dicho esto, hoy siento más que nunca, que ya es hora de mirar hacia adelante.
Hoy en día ni Petro ni Uribe representan una solución a los problemas actuales de los colombianos. Sus herramientas se agotaron. Son dos extremos que no aportan variantes. Uno es un gobierno para los empresarios y otro es un gobierno para los pobres. Uno sabe hacer riqueza y el otro, distribuirla. Necesitamos un liderazgo que conozca las claves del progreso económico al tiempo que garantice justicia social y derechos humanos.
Petro y Uribe hoy son como el jugador que sabe patear solo con una pierna. En el fútbol moderno no caben. Es hora de mirar hacia delante, y evaluar opciones políticas que nos puedan conducir hacia un estado de bienestar. Un liderazgo integrador donde todos empujemos hacia el mismo lado.