Me ha ido bien con la cuarentena, no me quejo. Digo, inconvenientes hemos tenido todos, desde reducción de ingresos hasta problemas de convivencia, ansiedad y desorden en el sueño, pero nada grave ni permanente (ojalá). Entiendo lo afortunado que soy al haber podido seguir trabajando desde la casa sin mayores traumas, pero el punto de esta columna es precisamente ese: saberse privilegiado en un país en constante crisis y casi tener que disculparse por ello.
Tomemos el servicio al cliente. Entre más atrasado es un país, menos válida es la frase “El cliente siempre tiene la razón”. Si vives en un país nórdico, que es la referencia que solemos usar, cualquier problema te lo solucionan rápido no solo porque estés pagando, sino porque lo mínimo, lo lógico, es que las compañías prestadoras de servicios se desvivan por cumplir su compromiso con el usuario. Si vives en un lugar como Colombia, en cambio, tienes que rogar no solo para que cumplan, sino en ocasiones para pagar porque ni la plata te la reciben. El otro día me pasó que casi no puedo pagar el recibo de la luz. Por internet fue imposible porque la página del banco estaba caída, salí a un Baloto y no había línea, pasé por un supermercado y fue imposible porque el lector del código de barras no servía. Luego de casi dos horas y cuatro intentos llegué a un banco que me aceptó el pago. Suplicar porque te reciban la plata y agradecer por ello, no encuentro ahora mismo una mejor definición de ser miserable. En Colombia estamos tan jodidos que, más que chiste, la expresión “¿Es que mi plata no vale?” es una realidad que tarde o temprano nos golpea a todos.
Las compañías de internet, las de celulares, los bancos y similares están al mismo tiempo haciendo su agosto y a punto de colapsar con todo esto porque no dan abasto. El internet y demás redes se caen, las promociones no se cumplen, los cobros son arbitrarios y excesivos y no pasa nada, toca luchar contra ellas durante horas, si es que te atienden, y la excusa que sacan es el coronavirus, como si en condiciones normales el servicio que prestan fuera una maravilla. Hoy estoy sin internet, sin teléfono y se ha ido la luz siete veces dos mientras escribo este texto), y sé que nadie va a responder por ello, toca si acaso armarse de paciencia. Los colombianos somos una mezcla de ineptos y aviones, vivos y bobos, ineptos o de aviones, por eso funcionamos a medias y más que un país hemos construido una selva con brochazos de civilización.
Por ejemplo, cada tanto entramos en estado de emergencia cuando hay temporada de lluvias. Todos los años no solo sabemos lo que va a pasar, sino cuándo va a pasar, y aun así el país se inunda y la gente se queda sin techo. Y si no podemos con una calamidad que hace ya parte de nosotros, calcule el caos ahora con una enfermedad que nadie vio venir. No soportamos un aguacero, vamos a soportar una pandemia.
E insisto, no quiero sonar como un blanquito en problemas, que sé que lo soy. Acá hay gente desplazada, que hace fiesta si logra comer una vez al día, que tiene que caminar kilómetros para ir a estudiar, que en su vida ha usado un computador, que ha sufrido de violencia física, sexual, sicológica; gente realmente jodida que sigue dándole porque no hay de otra, porque la otra opción que tiene es dejarse morir. Ni ellos tendrían que atravesar por todas esas miserias, ni yo tendría que sentirme mal por llevar una vida relativamente cómoda.