Así como rechazamos que confinen a alguien dentro un edificio, debemos rechazar también la esclavitud moderna, la de las empleadas/os de servicio que viven en casas alejados de sus hogares y privados de ver otros horizontes.
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La discriminación se extiende desde sus empleadores hasta la ley, que les exige una jornada laboral de hasta 10 horas, en comparación a las 8 horas de la jornada ordinaria de trabajo. También venían siendo excluidos de primas. Solo hasta el 2016 se les concedió el derecho a la prima, en una iniciativa que lideraron Angelica Lozano y Ángela Robledo.
Su rutina es más parecida a la rutina de un animal que a la de un ser humano. Se levantan, comen, sobreviven, duermen y repiten el ciclo todos los días. No hay progreso humano ahí. ¿Donde están las relaciones interpersonales, la familia, la educación, el crecimiento personal, la espiritualidad?. Están privados de todo eso. Son palomas que vuelan a ras de piso. Nunca desarrollaron alas.
El estado debe desarrollar políticas de dignificación y resocialización para intervenir en estos casos y garantizarles educación y condiciones justas de trabajo. Quien quiera tener empleada doméstica debe pagarle lo que le corresponde legalmente por su trabajo y no abusar de sus horas de trabajo, permitiéndole tener tiempo para vivir una vida propia, por fuera de la cárcel de sus deseos y caprichos.
Para aquellos “patrones” que todavía están a tiempo de entender: nadie es una herramienta al servicio de nadie. Ninguna vida se puede sacrificar al altar de una persona. Toda empleada doméstica merece dignidad, respeto y no debe ser vista como una propiedad, aprovechándose de su vulnerabilidad.
La mayoría son madres cabeza de hogar. Si las blindamos de dignidad y tiempo libre ellas pueden desarrollar familia fuertes, alejando sus hijos de la criminalidad, la drogadicción y la explotación infantil. Si hacemos brotar dignidad y derechos humanos desde lo más abajo de la sociedad, todos nos veremos beneficiados.
El reto de nuestra generación en términos de libertad es abolir la esclavitud moderna: la de las empleadas domésticas. Todos los seres humanos deben tener derecho a desarrollar su propia vida -en los ámbitos físico, mental y espiritual- y buscar sus propios horizontes profesionales.