Si había un campeonato difícil de ganar para Boca Juniors era el que acaba de culminar. En liga tuvieron que ir desde atrás y -con decisiones polémicas en el duelo Tucumán-River de por medio- consiguieron en la última jornada llegar a la cima y ganar un título casero que no es poco. Les bastó ser punteros 18 minutos para dar la vuelta olímpica ante su gente en lo que fue una definición de esas hermosas que extrañábamos del fútbol argentino que por fin volvió a ser lo que supo ser.
Pero en la reconstrucción de este Boca que parecía perdido en algún instante de la campaña resultó determinante la mano de Miguel Russo, que con lo que tenía -que no era poco- hizo cambios sutiles de formación. Además su discurso que ha sido siempre muy cercano a lo motivacional, terminó siendo la solución para un club que parecía estar viviendo a la zaga de su acérrimo rival, River Plate, desde aquella extensa final de la Libertadores que concluyó en el césped del Bernabéu.
Entendió Miguel que su once necesitaba algo más de explosión y también más desenfado que la versión que condujo Gustavo Alfaro, que era mucho más reactiva que propositiva dentro de la cancha: Tévez vio más el banco que la inicial, MacAllister era un fijo en esa escuadra, los laterales no tenían tanto permiso para ir arriba -de alguna manera la franja izquierda tuvo dominio de Más antes que de Fabra en algún instante- y usualmente había equidad entre volantes de corte y mentes creativas. Era un 4-3-1-2, siendo lugarteniente Marcone en el quite.
Russo, que apareció en el horizonte por intermedio de Juan Román Riquelme -a quien supo dirigir en aquella escuadra boquense campeona en el 2007 de la Copa Libertadores- sabía que contaba con dos desventajas: la escasez de tiempo y el no depender de sus propios resultados pensando en dar la vuelta. Es decir, su deber era más el de culminar dignamente el campeonato que parecía hecho a la medida de River Plate.
Sacó del cuarto de Sanalejo a Jorman Campuzano y lo dejó trabajando solo, armando un 4-1-3-2. Por las bandas Villa -otro al que sacó del ostracismo- y Salvio. Ubicó a Fernández como acompañante y dos puntas que a veces hacían el 2 o el 1-1, estando uno detrás del otro. Y en la escuadra, siempre Tévez, acompañado de Soldano.
Claro, también ligó: en la última jornada River perdió su oportunidad en Tucumán -con fallos arbitrales tremendos en contra del equipo de Gallardo- y Boca se tuvo que esforzar bastante para doblegar al Gimnasia de Maradona. Pero ligar también es importante porque la suerte también se trabaja y Russo lo hizo. Le dio aire a un equipo que estuvo contenido y asfixiado en anteriores administraciones.