El 21 de enero empezaron a pedir la cabeza de Claudia López (y de paso la de Daniel Quintero, alcalde de Medellín). Exigencias de renuncia, amagues de revocatoria, recolección de firmas, cualquier recurso legal o imaginario, posible o absurdo, con tal de sacarla del cargo.
Veintiún días, tres semanas exactas. Es que no solo no se aguantaron ni el mes entero, sino que debían estar desde el 27 de octubre, día en que fue elegida como alcaldesa, esperando el nuevo año para tumbarla. Y ni idea quiénes estén detrás, podría ser cualquiera: petrisitas, uribistas, ciudadanos del común, una mezcla de todo. Alguien me dijo hace poco que Claudia López podría ser la primera mandataria de esta ciudad tumbada por una unión entre la derecha y la izquierda, y ni idea qué vaya a pasar, lo cierto es que basta ver las formas de los colombianos para darnos cuenta de que la democracia es mucha cosa para nosotros.
Porque quienes quieren tumbar a X o Y gobernante suelen hacerlo no porque estén descontentos con su gestión ni porque estén preocupados por el bienestar de los ciudadanos, sino por rivalidad y envidia: si no puedo mandar yo, saboteo el mandato del que me ganó en las urnas. Recuerdo que hace cuatro años, el primero de enero de 2016, crearon en Facebook una página para tumbar a Peñalosa en el momento que no cumpliera el deseo de los ciudadanos. Tener contentos a ocho millones de personas, imagine usted eso. Esa página no era un monitoreo ciudadano, era una condena de muerte ejecutable al momento en que hiciera la primera cagada. Y con Claudia López está pasando lo mismo.
Somos cosa seria los humanos: unos ases para señalar a los demás y unos tarados para conducir nuestras propias vidas. Creemos que nos las sabemos todas y no sabemos ni cambiarnos la ropa interior día de por medio. Tenemos a la mano la solución para los trancones, las marchas, la inseguridad, el metro y la reserva Van der Hammen, pero póngannos en el palacio Liévano para que vean cómo acabamos con la ciudad en una semana.
Estamos tan enfocados en tener el control que somos capaces de llevarnos por delante a una comunidad, una ciudad, al país entero si es necesario. Alguien sale con algo que no nos suena y hacemos lo posible por atajarlo, demandarlo, inhabilitarlo. Insisto, no con el afán de buscar soluciones mejores, sino de imponernos y de que el otro no logre lo que quiere. Nacimos en la misma tierra, pero somos rivales, y de tanto anularnos nos estamos llevando a la parálisis.
Tan equivocados estamos que salimos con declaraciones como que Tostao, (el cantante, no el café), debe sacar la cara por el departamento del Chocó, o que García Márquez debió interceder para conseguirle un acueducto a Aracataca. ¿Desde cuándo alguien debe ocuparse de los asuntos que corresponden a los gobernantes solo por ser famoso? Y no solo eso, sino que, si la democracia es el pueblo gobernado por el pueblo, no se necesita tener un Grammy y un Nobel para exigir obras, cualquier ciudadano del común puede ponerse en la tarea. Pero qué vamos a saber al respecto si la política nos queda grande. Y ni siquiera la política; los colombianos demostramos cada día que lo que nos queda grande es la vida.