Gustavo Petro debe ser el hombre más poderoso de la historia. No ha llegado a ser presidente y lo culpan de todo, empezando por las marchas y terminando con el precio del dólar, que la semana pasada alcanzó su máximo histórico. Por lo general, para manejar un país se necesita ganar las elecciones, o en su defecto, ser una de las personas más ricas de dicho país, y Petro ni lo uno ni lo otro.
Petro es el hijo bobo, al que todos se la montan. De haber sido presidente y el país estuviera en su estado actual, se la tendrían adentro, no lo bajarían de incompetente y estarían haciendo lo imposible por su destitución. Es muy difícil ir contra el sistema (sobre todo cuando eres un prosistema posando de anti) en un país unipensamiento como Colombia, donde la oposición ha sido débil o simplemente borrada a bala. Y en eso hay que reconocerle su valentía. Equivocado o no, lleva años sabiendo que desafiar el orden establecido implica que le echen toda el agua sucia posible, y aun así no ha cesado en su empeño. No es necesariamente un elogio, pero sí un indicador de su determinación.
No me gusta Petro, nunca he votado por él y espero no hacerlo. Creo que no es el líder que muchos ven y si ha tenido éxito no es por bueno sino porque lo demás es muy malo. Creo que en muchos aspectos él y sus seguidores tienen mucho del uribismo, y no hablo de los líos judiciales, sino del delirio de caudillismo. Sin embargo, es chistoso ver cómo quienes llevan siglos mandando lo acusan como responsable de muchos de los problemas del país. Es muy colombiano eso de cagarla y echarle la culpa al de al lado, y por alguna razón, Petro siempre termina siendo el man de al lado.
Su alcaldía de Bogotá no fue especialmente mejor o peor que otras, todo muy promedio y mediocre, que es a lo que estamos acostumbrados, pero a él lo recuerdan como un alcalde fatal. Durante sus años de gestión lo atacaron un día sí y el otro también. Con él, las portadas de las revistas son menos benevolentes y las entrevistas de radio son feroces. Para el establecimiento, Petro es una especie de demonio que hay que destruir a toda costa, siempre posando de imparcial, eso sí. Y ni hablar cuando se enteran de que monta en avión, toma whisky y vive en una casa de cemento. Inaceptable que una persona se dé semejantes lujos y sea un extravagante en un país de pobres.
Si rompen las estaciones de TransMilenio, si la gente está alborotada, si las calles están bloqueadas, todo fue orquestado desde los cuarteles generales de Gustavo Petro, que es más o menos el presidente en las sombras. Por eso el hashtag #NoMásPetro es tan popular entre quienes necesitan enmascarar su propia corrupción o incompetencia. Ahora es Petro, pero hasta hace poco el responsable de todas nuestras desgracias era Santos, quien estaba haciendo todo lo posible por entregar este país a la ‘milicia castrochavista Far’. Y así van por la vida, llorando si no están en el poder y acusando a la oposición cuando lo detentan.
Si Colombia estuviera bien y la gente fuera feliz, Petro no existiría, así de fácil. No habría razón para pedir un giro en la forma que se gobierna este país. Petro no es el líder de la protesta, pero sí ha sabido capitalizar el descontento ciudadano. Podremos culparlo por oportunista, hasta por tutear y ustear en la misma frase, pero no por ser el origen de nuestros males.