Todo parece indicar que la reflexión no es lo nuestro. El colombiano promedio no ve más allá de su nariz o, simplemente, le interesa un carajo lo que pasa a su alrededor. No hay reflexión sin sensibilidad, y sin esta (hay que tenerlo claro) se muere gran parte de aquello que nos hace humanos. El gran Albert Camus aseguró que el suicida rara vez lleva a cabo su acto final por reflexión. Si hay algo que mueve al arte es la sensibilidad, o si se quiere, el amor. De ahí que siempre haya creído que los artistas son seres capaces de comprender el mundo y sus circunstancias. Pero no. En la viña del Señor hay de todo, reza un adagio. Es más fácil nadar a favor de la corriente que en contra de esta. Es más fácil ganar beneficios estando al lado de quien ostenta el poder que en su contra.
La empatía es también una cuestión de afinidades, es un acto de compresión del otro. Es meterse en sus zapatos. Jane Fonda, una de las estrellas más rutilantes de la industria cinematográfica de Hollywood, fue arrestada hace pocas semanas frente al Capitolio de los EE. UU. por protestar. La razón la conocen todos aquellos que saben de sus convicciones y su lucha por el medio ambiente: el cambio climático es real, y si no hacemos algo por pararlo vamos a acabar con el planeta. Con ella detuvieron a los también actores Ted Danson y Sam Waterston.
En Chile, la sensibilidad de sus artistas y las estrellas del fútbol fue puesta a prueba durante las masivas protestas ciudadanas. Tanto Arturo Vidal como Gary Medel hicieron eco de la inconformidad de los australes y no vacilaron en darles su apoyo directo e incondicional. En Puerto Rico, Ricky Martin, Residente y Bad Bunny fueron imprescindibles en la salida del palacio de gobierno de Ricardo Rosselló por sus comprobados actos de corrupción que tiene al 40% de los boricuas sumidos en la pobreza. En Colombia, un Carlos Vives que siempre ha estado del lado del poder, se ha declara en las redes sociales defensor del paro que el país (trabajadores, obreros, amas de casa, estudiantes, líderes sindicales y un largo etcétera de gente sin acceso a la salud, la educación y al trabajo, entre otros males que nos afectan) realizará este 21 de noviembre. Otros, como periodistas, deportistas y exfutbolistas, cantantes, actores y reconocidos escritores, han manifestado en público su animadversión por un acto que busca, en el fondo, la reivindicación de los derechos de los ciudadanos.
Todo arte tiene como propósito la transformación de la realidad. Es decir, romper lo normatividad para así alcanzar la categoría de creación. El conservadurismo o la frialdad frente a los hechos no es una característica del arte, ni mucho menos del artista. Un artista es un revolucionario por naturaleza, y si hay algo en el Universo que no se equivoca son los genes. Jane Fonda es quizá, hoy por hoy, el símbolo de que, frente a la inconformidad, las injusticias y la ignorancia, hay que tomar partido. No es que los actores, cantantes y deportistas gringos (recuerdan a Colin Kaepernick, el jugador de fútbol americano que se hincó en señal de protesta mientras sonaba el himno nacional estadounidense y que fue centro de polémicas cuando Donald Trump lo insultó por Twitter) sean mucho más artistas que los nuestros. No lo creo. De lo que no hay duda es que son más humanos o, por lo menos, más conscientes de su papel en la sociedad. Saben de la gran influencia que ejercen sobre los grupos. Saben que el arte casi nunca camina sobre una línea recta o es complaciente frente al poder.
Cuando el artista se alinea con los poderosos pierde gran parte de su esencia libertaria. Se acomoda, o mimetiza, como el camaleón. Me preguntaba hace poco si alguien a quien le resbala el dolor de los desplazados, los robos sistemáticos a la salud, los asesinatos selectivos de líderes sociales, la tragedia cotidiana de los campesinos, la muerte diaria de niños por hambre, el bajo presupuesto asignado a la universidad pública, los pírricos salarios de los trabajadores menos favorecidos, la ausencia del Estado en vastas regiones del país, el aumento del precio de la gasolina, el exagerado costo de la canasta básica familiar y la eliminación de los contratos formales laborales, merece ser llamado artista. Cuando alguien que practica un arte deja de dolerle el mundo y solo le interesa el bolsillo, se convierte en un mercenario. Y todo mercenario, hay que tenerlo claro, lo único que le interesa es el dinero. Su única ideología es la del acomodo: se arrima al árbol que mejor cobija y permanece allí, a la sombra, defendiendo exclusivamente sus intereses.
Por eso, no me extrañó ni un poquito que la periodista Vicky Dávila en SEMANA, y su colega Luis Carlos Vélez en El Espectador, dos reconocidos defensores del podrido sistema que nos gobierna, hayan escrito en sus respectivas columnas que no marcharán este 21 de noviembre. Decir a esta altura desconocer las razones del paro, o que este es solo una manipulación de quienes quieren tumbar a Duque, no deja de ser una insensatez, u otra forma de restarle valor a la masacre de unos niños a manos del Ejército, llevados al monte contra su voluntad por un grupo guerrillero. Es quitarle importancia a los usuarios del sistema de salud que mueren cada día esperando una cita con el especialista. Es menospreciar (lo que equivale a decir “me importa un carajo”) la explotación laboral de una mujer que limpia oficinas por horas. O la del vendedor ambulante de Bon Ice que a duras penas gana para comer y cuyos patrones se hacen los locos para no garantizarle todos aquellos beneficios laborales a los que tiene derecho.
Cuando un representante del Ministerio de Hacienda asegura que “el salario básico en Colombia es ridículamente alto”, aunque no sirva para alimentar a cuatro miembros de una familia. O cuando se le escucha decir a otro funcionario en un noticiero de televisión que una persona que gana 500.000 pesos mensuales no es pobre, uno empieza a preguntarse si el país necesita un paro de un día o seis meses de protestas continuas con todos los pobres volcados a las calles. O si es necesario una revolución que estremezca todas las estructuras del Estado. Mientras existe el inconformismo social, mientras el 90% de los ingresos del país estén en mano del 10% de la población, no hay duda de que se tiene abonado el terreno para el desastre.
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(*) Magíster en comunicación y docente universitario.