Tenía que conseguirlo. Era justo con un entrenador que en Colombia, trabajando con recursos limitados ha podido hacer campañas buenas con equipos modestos, humildes y soñadores. La primera vez que oí su nombre –o que lo leí, mejor– fue a finales de los años 80. Néstor Craviotto jugaba para estudiantes de la plata como central o como marcador de punta derecho al lado de Edgardo Prátola.
De ahí en adelante Craviotto terminó contando con la bendición de Alfio Basile para jugar con la selección de su país mientras se concretaba su paso a Independiente de Avellaneda. Ganó la Copa América de 1991 y si el recuerdo no juega a la traición, a pesar de no ser titular –ese lugar lo ocupaba Fabián Basualdo– alcanzó a hacer un gol frente a Perú en la fase de grupos en un apretado triunfo argentino de 3-2.
La vida lo condujo hasta Colombia, habiendo tenido ya algunas conexiones con nuestro país: en 1989 estuvo acá, en Barranquilla, con un equipo mixto de su país que jugó amistoso contra nuestra selección. Allí estuvo viendo cómo Arnoldo Iguarán vencía la portería de Julio Falcioni para marcar el único tanto del partido. También algunas visitas con Estudiantes y claro, en aquel gran Independiente de 1994 compartió plantel con uno de los ídolos del club en aquellos tiempos: Albeiro Usuriaga.
El destino lo condujo ya como director técnico a Colombia y allí lo recibió el Pereira donde la vida lo puso en retos variados. El Pereira hacía campañas extraordinarias de su mano. En el todos contra todos los matecañas dominaban el espectro pero siempre ocurría algo que no les permitía ascender: en plenas finales se caía el equipo o perdían increíblemente uno de esos juegos que no está diseñado para caer. Sus virtudes como entrenador estaban fuera de cualquier cuestionamiento pero era llamativo que justo cuando había que concretar la vuelta, el Pereira terminaba dominado por sus propios medios, esos que le hicieron la vida jirones desde aquel descenso anunciado en el 2011.
Craviotto decidió darse una vuelta y recaló en Neiva. Con un equipo con nómina de la B hizo un torneo extraordinario y el Huila, acostumbrado a ver cómo los demás lo superaban en la tabla de posiciones, comenzó a observar a los rivales desde el balcón, con la vista hacia abajo tratando de alcanzar a un equipo que jugaba bien y lo mejor, sin temores. Solamente Nacional fue capaz de sacar del camino a un conjunto incómodo y rendidor que –como pasa en los clubes chicos, con imperiosa necesidad de vender– fue desmantelado para la siguiente temporada. Claro, se notó en el pobre rendimiento y Craviotto se quedó sin puesto.
Volvió entonces a Pereira, porque es terco y quería dar la guerra para poder devolverle al club la dignidad refundida. La historia pareció repetirse: Pereira se encumbraba en lo más alto y Craviotto estaba detrás del éxito, hasta que un día al DT le tocó viajar de urgencia para su país. Su madre había fallecido. Y esa tragedia personal que pudo haber destruido la intención de cualquier sueño resultó ser un impulso anímico para él que, apenas un par de meses después, lograba ganar el primer torneo de la B y ahora, golear a Tigres en Techo y asegurarse de nuevo un lugar en primera.