Poco más de un año y la elección de Duque ya hace estragos. No hablo de la situación del país, que es para llorar a ratos, sino a los resultados de las elecciones del pasado fin de semana. En cuestión de meses, la gestión del presidente ha afectado no solo a su imagen, sino a su líder, a su partido, a los caciques y a la vieja forma de hacer política. Nunca antes se había visto que alguien le hiciera tanto daño a los de su propia cuerda, y no se trata siquiera de un caso de traición, sino de que se han hecho tan mal las cosas que la gente dijo basta. El efecto negativo del gobierno de Iván Duque es tan fuerte que no se vio cosa similar ni con Andrés Pastrana, una de las personas más incapaces que ha dado este país.
No es que seamos Disneylandia y que a partir de ahora estemos en carrera por volvernos Suiza. Es más, no creo que se pueda hablar de cambio, es muy temprano todavía, pero sí diría que lo del último domingo es una leve seña de que nos cansamos de lo mismo y que queremos gobernantes de calidad.
Llevamos siglos bajo la sombra de los mismos de siempre no solo porque tengan el dinero, las influencias y la maquinaria bien aceitada, sino porque la oposición suele ser muy débil o muy mala. Esa es otra cosa que está cambiando; aparentemente, las alternativas al poder establecido son más sensatas y viables. Nuevamente, solo el tiempo lo dirá. De lo que sí estoy seguro es de que si quienes representan el cambio se equivocan, se corrompen y faltan al compromiso no solo con sus electores, sino con las promesas de cambio, los votantes vamos a volver corriendo en busca de los malos de siempre, así como cuando una persona maltratada termina regresando a las manos de su verdugo. Así pues, el reto para esta nueva raza de gobernantes es mucho mayor que el que todos, incluso ellos mismos, creen, y la verdad, no estoy seguro de que estén a la altura del reto. Ya veremos qué pasa con eso.
Pase lo que pase de ahora en adelante, gane quien gane y gobierne quien gobierne, estas elecciones marcaron un camino en muchos lugares de Colombia, ejemplo que se debería extender a todo el país. No nos podemos conformar con poco, necesitamos debates con altura y argumentos, no con ataques. Queremos que los contendientes se respeten entre sí, y que honren también a sus electores y a las promesas que hicieron. Juntos podemos ser mejores que las campañas negras, las calumnias y las noticias falsas. Esa escuela del desprestigio tiene que quedar atrás, no puede ser que unos pocos que se oponen al cambio tengan secuestrado a un país que quiere avanzar a la par del resto del mundo.
Quisiera celebrar y decir que estamos cambiando, pero ya he dicho que no lo tengo tan claro, así que prefiero la cautela. La historia del mundo es la historia de la mentira y el abuso, no veo por qué el cambio debería venir de nosotros. No porque no seamos capaces, sino porque grandes reformas no se producen de la noche a la mañana. El camino será largo y duro, nos va a costar reveses, sangre y lágrimas, pero ojalá en el futuro recordemos este 27 de octubre como el día que empezamos a recorrerlo. Muchas veces hemos sido golpeados, pero por alguna extraña razón nunca perdemos la fe.