La semana pasada fue noticia en Twitter la historia de una mujer que contó un incidente con el actor Rafael Londoño, recordado por su papel de Julius en una telenovela. Los detalles de la historia no vale la pena recordarlos, el punto es que quienes leímos la historia asistimos a otro episodio de fama exprés, al hecho de ser reconocido por lo que sea durante un rato, así sea a punta de exponer las miserias propias y ajenas ante miles de desconocidos, juego en el que muchos hemos caído alguna vez.
Yo lo he vivido varias veces, algunas de forma intencional, otras por mero accidente, y lo que me queda es que la fama no es lo que se cree y que quien la experimenta termina vacío, siendo peor persona de lo que era antes. Al comienzo te obnubilas por pasar de ser un desconocido a tener todos los focos encima. De repente todo lo que dices y haces cobra valor y tiene sentido, al punto de que te subes a una ola desde la que miras todo desde arriba y que intentas alargar lo máximo posible, incluso a costa de tu propia paz mental. El asunto es que cuando estás arriba quedas expuesto a lo que te tiren. Te llega de todo, en especial el amor y el odio de las personas, cosa que no es amor y tampoco es odio, sino la necesidad que tienen de llenar sus vidas con las vidas de las demás porque enfrentar la propia es muy duro. Lo malo es que en esa dinámica te llevan por delante hasta derrumbarte.
Las cosas hay que probarlas para saber que no valen la pena y que no eran lo que uno pensaba: dinero, fama, viajes, un romance de película. Es mejor vivirlo todo que morir en la ignorancia, sobre todo para saber que en nada de eso hay respuestas, que la plenitud que tanto buscamos está en nuestro interior y que el gran fin de la vida, quizá el único, es ocuparnos de nosotros y lograr ser las mejores personas posibles. Eso sí, todo en dosis mesuradas tiene infinitas ventajas. Algo de dinero sirve para no morirse de hambre, viajar cada tanto ayuda a entretenerse y abrir la mente, mientras que tener pareja no sé, no sé para qué sirve la verdad. Mucha gente espera dar con alguien para recibir amor, cuando es todo lo contrario: uno se empareja para dar amor y que luego el universo se ocupe de lo demás. Quien se mete en una relación esperando recibir antes que dar no entendió nada.
En cuanto a la fama, está sobreestimada. Algo de ella es útil para que te tengan en cuenta, te respeten, te quieran, incluso para que te solucionen más rápido un problema en Claro, pero es mejor ser un famoso clase B, estar en ese punto donde alguna gente te reconoce y te aprecia, pero al mismo tiempo puedes ir al supermercado en pijama sin que salten los paparazzi. Nadie quiere ser Shakira, que no puede salir a la calle porque se le va medio mundo encima. ¿Quién querría vivir en un infierno así? ¿Cuántos millones de dólares se necesitan para compensar el no ser libre y que el mundo entero viva pendiente de tu pareja de turno o de la ropa que llevas?
A la mujer de la historia en cuestión le pasó de todo en par días y claramente lo estaba disfrutando. No solo Homecenter le quiso regalar un sofá y subió los seguidores en redes de manera exponencial, sino que llegó a preguntar si queríamos que contara en un video en vivo más detalles de lo sucedido y hasta puso un pantallazo donde alguien le decía que Vicky Dávila quería entrevistarla. Cuando Vicky Dávila entra en escena es que se puteó todo. Como fuente de entretenimiento es fabulosa, pero como periodista es fatal. En lugar de ser una de las periodistas con más alcance en este país, debió trabajar en La Red, con todo el respeto para los miembros de ese programa, que dentro de su campo hacen un buen trabajo. Sesgada a más no poder, lambona, conveniente, arrodillada ante los poderosos y más hábil que nadie para saber a quién puede atacar, cada vez que Vicky es TT en Twitter me pregunto qué habrá dicho ahora. Y aunque sería irresponsable juzgarla como persona porque nunca la he tratado, cuando pienso en ella recuerdo la frase que dice que para ser buen periodista hay que ser buena persona.
Volviendo al tema de la tuitera y el actor, devoramos su historia con avidez pornográfica pese a que habíamos quedado en que no íbamos a seguir haciendo famosa a gente estúpida. O mejor, no a gente estúpida, que no creo que ella lo sea, sino a la gente en situaciones estúpidas. Y para el cierre, una sugerencia con todo respeto: exponer la vida privada de los demás y burlarse de ellos no está bien. Las personas tienen sentimientos, no son objetos puestos ahí para que nos divirtamos con sus errores y defectos. ¿Acaso no aprendimos nada de Julia Roberts en Notting Hill?