Cien años, cinco meses y once días atrás, cuando nadie hablaba de ESMADS, pocos sabían de derechos laborales y el país ajustaba dos décadas de ‘godarria’, Bogotá vivió esta historia: a escasos meses de iniciar las celebraciones del primer centenario de la batalla de Boyacá, era necesaria la organización de un desfile militar que hiciera justicia al acontecimiento.
Ilíquido, y según palabras propias preocupado por sus uniformes vetustos, el Ministerio de Guerra decidió renovar ‘la dotación’, no fuera a ser que el 7 de agosto los sorprendiera todos remendados y agujereados. Así, con firma del presidente Marco Fidel Suárez, decimosegundo mandatario de aquel periodo de la historia nacional conocido como ‘hegemonía conservadora’, fue anunciada una comisión que en breve partiría hacia Norteamérica con el objetivo de agenciarse los insumos necesarios.
La noticia no complació a sastres, modistas ni a la incipiente industria textil de esos tiempos. “¡Los colombianos también sabemos coser!”, fue el clamor obrero, hoy inmortalizado gracias a El Delfín, obra del judeo-bogotano Álvaro Salom Becerra, quien bien supo rememorar este episodio con lujo de infamias. También a múltiples caricaturas y crónicas. El temor de los sastres: que en el país del norte no sólo tuviera lugar la consecución de los mencionados materiales sino que también se optara por contratar a colegas estadounidenses, en lugar de inclinarse por los locales.
Lo anterior es atestiguado, además, por diversas publicaciones de la época, el diario El Nuevo Tiempo entre ellas. Según pronunciamientos oficiales, ni modistos ni modistas, ni sastres ni ‘sastras’ tenían razón para azorarse. La compra había sido programada en Estados Unidos, dado que, eso dijo la oficialidad, allí sería posible adquirir a crédito aquello que en Colombia habría sido necesario cancelar de un ‘tanganazo’. Por demás, el viaje constituiría una oportunidad para conocer los entonces novedosos aeroplanos, que pronto resultaría preciso traer al país para rendir servicios postales, de transporte de pasajeros y bélicos.
Llegó el domingo, marzo 16 de 1919, fecha programada para una protesta masiva de representantes del gremio, quienes tras acantonarse en diversos puntos de la ciudad marcharon por millares hasta la Plaza de Bolívar. Intimidado, el presidente Suárez derogó el condenado decreto aquel y salió al palco para contárselo a la muchedumbre, con la pésima suerte de que empezó a llover y sus gritos se tornaron inaudibles para la concurrencia.
Invadidos de razonable desconfianza, los manifestantes comenzaron a expresar su enojo con encono. Un tal general Pedro Sicard Briceño ordenó arremeter contra la muchedumbre: “¡A defender la democracia, maestro!”, debió decir. Gracias a semejante patanería, hubo un número no determinado aunque cercano a las veinte bajas de ‘civiles’ y varios cientos de heridos.
Fue una de las primeras congregaciones obreras en la Bogotá del siglo XX. Hace una semana, por invitación de la Biblioteca Nacional de Colombia y en el marco de la tradicional ‘pieza del mes’ que dicha institución promueve, estuvimos conmemorándola. Quienes quieran ver y oír aquello que discutimos y evocamos, bien pueden hacerlo por la vía YouTube, entrecomillando y buscando el luctuoso nombre de “masacre de los sastres” Que sea este agosto bicentenario la oportunidad para no olvidarnos de quienes llevaron la defensa de de sus derechos hasta la muerte, que es la más irreversible consecuencia de cuantas puede haber. Hasta el otro martes.