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Hablemos de mamertos

Mamerto puede ser la palabra más utilizada en redes sociales en Colombia. Pocos extranjeros entienden de qué se trata, y es lógico pues es un colombianismo como el «mamar gallo», aunque en Ecuador y la zona andina de Perú es rara vez utilizado para referirse a alguien tonto y lerdo. Pero acá no, acá, donde la palabra es escuchada o leída todos los días, es un término peyorativo para referirse a alguien de izquierda.

El origen del término es lo más curioso: en estos tiempos de marchas estudiantiles y protestas sindicales asociamos estos movimientos a las ideas de izquierda y muchos críticos los tildan de «petristas», «comunistas», el infaltable «castrochavistas» e incluso de «farianos», pero lo cierto es que en los años 20 del siglo XX, el movimiento obrero era el fértil campo de batalla ideológica de los entonces poderosos partidos liberal y conservador.

Suena curioso, pues la imagen que tenemos de él hoy es la de un ultraderechista temible que quiso acaparar todo el poder del estado colombiano (que también lo fue), pero buena parte del caudal político del entonces temible congresista Laureano Gómez, quien había logrado tumbar al presidente Marco Fidel Suárez a punta de debates en el Congreso en 1921, estaba en el movimiento obrero y los sindicatos que respaldaban sus propuestas para el desarrollo económico nacional.

Sin embargo, en esos años 20 a esos sindicatos y movimientos obreros liberales y conservadores empezaron a llegar las ideas del partido comunista triunfante en lo que hace nada era el Imperio Ruso y ahora se llamaba Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Es decir, ¿cómo no iba a ser llamativa la idea de que el poder sobre el país más grande del mundo era ejercido ahora por los obreros; cómo no iba a ser tentadora para los más pobres de la cadena de producción eso de que las riquezas generadas se repartieran de forma equitativa entre todos? Por supuesto, la URSS y el comunismo terminarían fracasando, primero con la revelación de su tiranía gracias a la invasión de Hungría en 1956, que separó para siempre al Partido Comunista de la nueva izquierda, y segundo con el fracaso de su falacia económica representado en la caída del Muro de Berlín y la URSS, pero eso es otra historia, acá de lo que hablamos es de mamertos, y estos empezaron a tener vida política activa en esos convulsionados años 20.

Gracias a las ideas comunistas de reivindicación de clase y exigencia de derechos laborales, los sindicatos empezaron a abandonar el bipartidismo tradicional y empezaron a asumir un papel político propio. A comienzos de la década del 20 existían cerca de 60 periódicos obreros en todo el país y las huelgas se multiplicaban cada año. La respuesta del gobernante partido conservador fue la prohibición de cualquier idea socialista. La «Hegemonía Conservadora» se empezó a resquebrajar pues no fue capaz de responder a los aires de modernidad del momento histórico, y quiso que los obreros mantuvieran la dinámica pastoril y católica que habían tenido hasta ese momento.  Y mientras el partido conservador naufragaba gracias a la represión de las cada vez mayores exigencias de ese movimiento obrero, el partido liberal asumía las banderas de la causa y desde 1921 planteó como su principal línea política la reforma social.

Las protestas crecían, el Partido Socialista Revolucionario (PSR) nacía, los paros se disparaban, la caldera social se recalentaba y todo explotó el 6 de diciembre de 1928 en Ciénaga, Magdalena, cuando las Fuerzas Armadas presentes en la zona para impedir una huelga de los trabajadores de las bananeras abrieron fuego contra los manifestantes, causando un número aún indeterminado de muertes y dejando una mancha imborrable en la historia nacional. Era presidente Miguel Abadía Méndez.

Eso catapultó al movimiento obrero lejos del partido conservador y ahí, en la disyuntiva entre el socialismo ilegal y el liberalismo entonces militante, los sindicatos terminaron impulsando la victoria de los liberales en las elecciones presidenciales de 1930. Comenzaba formalmente la «Hegemonía Liberal» con el partido de gobierno respaldando y respaldado por el movimiento obrero, lo que hizo que el Partido Comunista Colombiano naciera formalmente ese año, de lo que antes había sido el PSR.

Uno de los líderes de ese partido era Gilberto Vieira White, quien se convirtió en esa década del 30 en una figura fundamental del movimiento obrero y que desde los 40 fue el casi eterno secretario general del Partido Comunista Colombiano. Gilberto, quien fue congresista, era la voz suprema del comunismo colombiano y todos le hacían caso. Por eso, cuando el de por sí satanizado comunismo dio el salto a la lucha armada en los 60 con la aparición de las guerrillas (comenzando con las Farc), el establecimiento puso entre ceja y ceja a Vieira y su partido.

La Colombia urbana y de clase media, eternamente anticomunista (en los 20 los curas invitaban desde sus púlpitos a los pobres obreros a rechazar el comunismo pues su alma iba a estar condenada; incluso la iglesia católica prohibía casar comunistas y había rumores de que los bolcheviques almorzaban niños en Rusia…), encontraba en los seguidores de Gilberto a un enemigo que ahora afectaba la paz y tranquilidad que supuestamente había logrado el Frente Nacional.

La ironía es que los grupos alzados en armas no eran seguidores de Gilberto, todo lo contrario, respetaban su papel político pero criticaban su exceso de retórica y falta de acción, les parecía un intelectual y todos los que mamaban de su conocimiento y erudición eran unos «MAMERTOS», pues mamaban de la teta de Gilberto en vez de unirse a la revolución; eran unos tontos (y acá se une a la interpretación del término en otros países andinos) que se quedaban hablando en vez de tomar las armas e irse al monte, eran insufribles pues se quejaban y se quejaban con argumentos tremendos, pero sin hacer nada para cambiar las cosas.

Así nació el término «mamerto»: como una forma de insultar a alguien que habla mucho de las ideas de izquierda (a saber, libertades individuales, critica al sistema, reivindicaciones y cambios sociales, defensa de lo público…), pero se queda en un discurso largo y sin acción. Y sí, tal vez la explicación del origen del término fue muy mamerta, pero menos mal Vieira se llamaba Gilberto y no Armando…

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