La indignación en redes sociales por los casos de acoso sexual de Harvey Weinsten se despertó ayer domingo en la tarde con el hashtag #Metoo. Al ver a tantos estatus de Facebook con este HT, era inevitable preguntarse ¿será necesario unirse a esta tendencia digital?
Una pregunta que abrió una cicatriz en mi memoria, que pensaba que había sanado en el pasado. Pero, mientras leía las historias de cómo Weinstein prometía fama y gloria a modelos y actrices de Hollywood a cambio de favores sexuales, el recuerdo se asomó sin vendas y en carne viva.
Eso fue hace cinco años, vivía en Nueva York y luchaba por conseguir un trabajo estable, con tal de quedarme en la gran manzana un par de meses más, sin el estrés y la ansiedad que había tenido durante los dos años de la maestría.
Entre las numerosas vacantes a las que me postulé, mi experiencia laboral le llamó la atención a un diplomático paraguayo, que estaba organizando un festival de artes de su país en la ciudad y necesitaba contratar a una persona para que le hiciera la prensa del evento.
En ese momento juré que la razón de peso para que fuese escogida fue el hecho de haberme desempeñado como asistente de prensa del Festival Latinoamericano de Nueva York. Sin embargo, hoy me preguntó si esa fue la única motivación para que ese diplomático me escogiera para el cargo. No lo sé y quizá nunca lo sabré.
En todo caso, la primera reunión del trabajo fue en un restaurante con los demás colaboradores del evento. El diplomático habló con gran convicción del impacto del proyecto en la comunidad paraguaya. No le puse más de 50 años: se le divisaban las entradas de piel en su cabellera café, pero tampoco se había quedado calvo. También la impresión de su edad me la dio su esposa e hija, que habían viajado desde Washington para acompañarlo.
Fue la única vez que lo vi. Fue un encuentro nada fuera de lo normal. Mi expectativa de que el trabajo me compraría más tiempo en los Estados Unidos permanecía intacta, pero así duró quizá una semana. Durante una llamada para coordinar detalles de la gestión de prensa, el paraguayo me preguntó acerca de mi vida y sí me quería quedar en los Estados Unidos.
Le confirmé mis intenciones de vivir la experiencia neoyorquina un rato más y esa respuesta pareció darle el permiso para arrojarme su propuesta: “Yo te quiero ayudar. Si quieres te pago el tiquete de avión para que viajes a Washington y te hospedes aquí. Yo te visitaría en el hotel y hablaríamos del festival. A veces en la casa uno solo puede comer papa y arroz todos los días, pero uno sale a mirar y hay tantas posibilidades. Te conocí a ti, eres atractiva, con ese color de piel…”
Mientras él seguía hablando, yo me quedé estupefacta. Menos mal reaccioné y le dije que me había entrado una llamada. Marqué de inmediato a mi hermano para que me prestara la plata para el tiquete de regreso a Colombia. Ese episodio fue una clara señal de que era hora de volver, aunque fuese triste aceptar que parte del sueño americano se quedaría truncado.
Pero, vivir en Colombia, tampoco significa que estemos exentas. El año pasado, cuando un ejecutivo de mercadeo criticó a una ex novia que se había beneficiado de “propuestas sexuales” de jefes o clientes comerciales para avanzar profesionalmente, sentí una necesidad ilógica de justificar mis decisiones laborales y le conté el episodio del paraguayo.
No sé a ciencia cierta cómo fue la historia de ella –incluso porque él hablaba con el dolor del despecho–, pero lo cierto es que esas propuestas sexuales para mujeres y hombres no deberían existir en el ámbito laboral y punto.
Mujeres: ¿quieren unirse a #MeToo?
Escriban #MeToo si han sentido que su dignidad ha sido violada por una conducta de índole sexual. También, si este tipo de comportamiento ha creado un ambiente intimidante, hostil, degradante, humillante o ofensivo para ustedes.
Si pueden compartan casos reales, para que el mundo le conste que no estamos hablando sin fundamentos. Incluso si consideran que alguna vez un piropo fue asqueroso y les trastornó el día, ¡adelante con el HT!
Esa cadena de mensajes de redes sociales demuestra que no estamos solas y que no estamos obligadas a ignorar episodios de acoso sexual en el trabajo y otros lugares cotidianos. ¿Por qué avergonzarnos? Ni la falda más alta, ni el escote más profundo, ni un gesto de amabilidad justifican esas propuestas. Así el resto del mundo lo considere o no como un caso de acoso, merecemos tener una voz.
Si quieren saber más del acoso sexual y #MeToo hagan clic aquí y aquí.