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Ella es Rita

Para saber quién es Rita –o creer que la conoce– se pueden leer las frases de los baños del colegio donde enseña. A mí me la presentó una amiga hace un par de semanas y entendí que era una mujer con carácter, que cree en el sexo sin amor y que no tiene filtro para decir lo que piensa. De profesoras como ella debería estar lleno nuestro sistema educativo, porque sin importar lo que hace esta mujer debajo de sus sábanas, importa su método de enseñanza y su capacidad para entender a sus alumnos y así salvarlos de sus padres.

La serie danesa que lleva su nombre, Rita, está disponible en Netflix y ya va por la tercera temporada. Es un deleite para los amantes de las buenas ficciones porque su contenido, al igual que su protagonista, es honesto, ajeno de prejuicios y acorde con una sociedad que requiere historias reales con personajes y situaciones que reflejen los momentos de libertad, felicidad y dolor de los que nos llena la vida. Con certeza nuestros canales arrodillados a una sola religión no se atreverían a transmitirla, pero las opciones de contenidos que nos ofrecen las distintas plataformas de exhibición son la oportunidad para que miles de espectadores disfruten de un humor fino y se enamoren de una profesora que se debería clonar.

Apenas unos árboles separan la casa de Rita del colegio donde enseña. Tiene tres hijos, una mala relación con su madre y, bueno, no se queja de pretendientes. Descarga sus problemas en el cigarrillo, es buena cocinera y se enfrenta a la autoridad con la misma facilidad con la que domina sus clases. Le falta diplomacia para decir las cosas y no es ideal tenerla en una cena con los suegros. Pero sus complicaciones y contradicciones no son distintas a las de muchos otros, lo que genera identificación en el espectador, quien entiende que los miedos que ella guarda son similares a los que pueden llegar a aparecer ante sentimientos o experiencias de las que se tiende a escapar.

La ausencia de un personaje lleno de maldad como nos ha acostumbrado la ficción latinoamericana es quizás uno de los puntos más favorables de la serie. En casa de Rita, Molly, Jeppe y Ricco demuestran que sacaron el buen corazón de su madre, aunque le reprochen que a veces se comporte como una adolescente y los roles se inviertan. Trata de personas reales, con problemas cotidianos y por eso es que en la escuela también hay gente buena con la que se puede compartir atrás de la pantalla en una tarde de lluvia o en un fin de semana dedicado a ver series. Y es que hay capítulos en los que uno se siente como Rasmus, el director, o como la recién llegada profesora Hjordis, quienes acompañan a Rita en su complejo mundo.

Con la crisis de historias que tienen los canales privados en Colombia, algunos deberían optar por transmitir series como Rita, que aunque no sean adecuadas para una audiencia mojigata y de llegar a emitirse levante varias demandas del inquisidor Ordóñez, educaría mejor a la gente que ya está escapando de la manera tradicional de ver televisión y migra no solo a los canales pagos, sino a plataformas como Netflix. Hay que entender a los distintos públicos con contenidos más plurales para que se llegue a todos, incluso a los que no tenemos televisión, pero enloquecemos con llegar cada noche para consumir un nuevo capítulo de Rita.

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