Columnas

La caída

Siempre he preferido las historias de fracaso por encima que las de éxito. Periodísticamente hablando, digo. Es bonito triunfar y que a la gente le vaya bien en la vida, pero salvo excepciones, son narraciones planas donde se sabe qué va a pasar: todo el mundo está feliz, todos son amigos, el mundo es un lugar hermoso pese a los problemas y todo lo demás. Los  desengaños, los reveses y las derrotas, en cambio, dan para todo. Han inspirado novelas y películas. El talento desperdiciado y las oportunidades perdidas son una veta inacabable de cuentos, de ahí que narrar a Colombia sea tan duro y a la vez tan apasionante.

Pero no estoy en Colombia. Esta semana me coge en Rochester, estado de Nueva York arriba, cerca de la frontera con Canadá. Vine a otra cosa y me acabe estrellando con el edificio de Kodak y la historia de su caída; de lejos, más interesante que el cuento que originalmente vine a contar.

Kodak fue el Apple de su tiempo, una empresa innovadora que a finales del siglo XIX y durante buena parte del XX popularizó la fotografía. De ser un asunto engorroso, caro y para especialistas, pasó a ser algo cotidiano, donde cualquier persona podía tomar una imagen. Incluso Instagram es hoy el resultado de esa masificación impulsada por George Eastman, fundador de la compañía. Llegó a tener 65 mil empleados y a hacer su fortuna con la fabricación de cámaras, rollos para fotografía y para cine; una mina de oro. Luego tuvo que despedir a cincuenta mil y declararse en quiebra. Hoy la empresa sobrevive, pero con otro modelo de negocio.

Y todo nació hace más de un siglo aquí, en Rochester, donde alcanzó a darle trabajo directa o indirecto a casi el sesenta por ciento de su población. Su sede central, una serie de edificaciones que abarcan el equivalente a cuatro manzanas, hoy luce semivacía. Se puede uno asomar por las ventanas del primer piso y ver escritorios abandonados, salas de juntas con sillas arrumadas, el comedor de empleados a medio funcionar, todo arropado por el deterioro, el polvo y el óxido, una onda vintage que insinúa que el tiempo no pasó por Kodak sino sobre ella. Como testigo mudo está el letrero que dice “World Headquerters”, que se mantiene en pie así Kodak haya dejado de regir el mundo hace mucho.

Por eso es una gran historia, dan ganas de saber qué pasó para que un imperio cayera así. No saber adaptarse al mundo de la fotografía digital fue la razón, se sabe, pero me refiero a los detalles, ya que incluso fue un empleado de Kodak quien construyó la primera cámara digital. Temerosa de perder la mina de oro de la fotografía en papel, la compañía frenó el desarrollo del producto y cuando quiso reaccionar, ya había sido rebasada por la competencia. El edificio central tiene un letrero rojo y luminoso en la cima (búsquelo en internet) que le agrega dramatismo a la historia, algo así como la caída de las empresas Wayne en Batman.

Arriba dije que Kodak fue la Apple de su tiempo porque convirtió en un juego lo que antes era toda una ciencia, lo mismo que ha hecho con los computadores y los celulares la empresa fundada por Steve Jobs. Ni idea qué pase en el futuro con ella, pero una vez se ha llegado tan arriba no resulta tan difícil caer. Por lo pronto, los cambios hechos al iPhone 7 y a los nuevos MacBook no tienen felices a muchos. A ver si en unos años repite la historia de Kodak. Por el bien de la tecnología, la economía y sus empleados, espero que no; por el placer de narrar historias de fracaso, ojalá que así sea.

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