No pocas veces me preguntan qué mujeres han marcado mi militancia feminista, cuál de todas nuestras maravillosas antepasadas me han partido la cabeza una y otra vez obligándome a destejer mi existencia y volver a empezar de nuevo. ¿Cuál es la mujer que más ha significado en mi proceso feminista?
La verdad es que no me es fácil responder a eso. No soy una mujer académica, todo lo contrario, no poseo titulación que me acredite en alguna especialidad. No quiero posar de intelectual o sabia porque no lo soy; soy una simple bachiller validada más, una de tantas de este país donde ilustrarse es toda una hazaña. No obstante, el feminismo en mi vida me ha obligado a retarme intelectualmente, a no tragar entero, a buscar en las profundidades históricas respuestas para este presente tan macabro, tan diferente y al mismo tiempo idéntico a la realidad de aquellas que me dieron el privilegio de ser hoy una mujer libre que ejerce su derecho a pensar, decir y discutir aunque incomode; aunque siga siendo peligroso atreverse a retar públicamente el orden establecido.
Les agradezco a todas por lo que hicieron para que yo lo pueda hacer. Y hablo con imprecisión de fecha y nombre con el ánimo de que me vean como la inculta, ignorante, neófita y callejera que soy. “La cualquiera” que tiene algunos conocimientos profundos que ama compartir con el ánimo de motivarles a indagar. Y no tengo complejo de inferioridad, lo que tengo es picardía. Es mi manera de enrostrar al sistema que me dijo que nunca tendría autoridad intelectual por no poseer cartones y credenciales, que sin ninguna autoridad y con mucho amor y pasión me dedico a sacudir las cabezas de las personas que deciden prestarme atención y, de camino, alimentar mi vanidad y mi ego para evadir mis temores a meter la pata.
Quiero compartirles que la mujer más significativa en mi proceso fue la que motivó la frase irónica pronunciada por el fiscal de Washington que no recuerdo su nombre, pero si no estoy mal la pronunció en 1916: «Con la prohibición que se avecina y Emma Goldman que se va, este país será muy monótono».
Emma fue denominada la mujer más peligrosa del mundo. Anarquista y feminista toda su vida. Fueron tantas las veces que la arrestaron que cuentan los registros de su vida que cada vez que hablaba en público llevaba consigo un libro para leer en la cárcel. Vivió opresión a razón de su sexo, de su clase, de sus ideas políticas, padeció el ostracismo. Fue tres veces a prisión: la primera, porque supuestamente instigó una revuelta; la segunda, porque reveló información sobre el control de la natalidad; y la tercera, acusada de conspirar para impedir el alistamiento en el ejército. Desde siempre han acusado al anarquismo de promover la violencia, de buscar el caos. Ese chisme ha sido tan poderoso que ha desparecido la verdad y es que el anarquismo solo busca el orden sin jerarquía. Y en teoría por eso el único movimiento social y político que es feminista per se es el anarquismo. Y digo en teoría, porque la realidad histórica es que las mujeres anarquistas tuvieron que enfrentarse a los machos ácratas; que el patriarcado es tan poderoso que ata incluso a los hombres que se creen libres y justos.
La anarquista Emma Goldman explica desde sus principios ideológicos la opresión que padecían las mujeres. Cuando su anarquismo entraba en conflicto con su feminismo, reaccionaba siempre como feminista. Nada diferente a tantas y tantas mujeres de la izquierda actual, siempre que los machos radicales la menospreciaban por el solo hecho de ser una mujer, ella se rebeló. En 1911 publicó sus ensayos y sus discursos en forma de libro (Anarchism and Other Essays), donde trató «el problema de la mujer» con gran profundidad. En Living My Life explica firmemente las injurias a las que tuvo que enfrentarse como mujer y reafirma su ilimitada simpatía por las oprimidas.
Mi idea no es darles la cátedra completa de Emma. No sabría cómo hacerlo. Mi idea es más ambiciosa. Deseo que lo que les conté seduzca su intelecto y les lleva a indagarla, a estudiarla, a cuestionarla y a aprender de todos sus saberes que en vida tanto le costó compartir y que con enorme esfuerzo logró dejar registros para que las mujeres combativas le conociéramos. Yo aún no termino de hacerlo. Y cada cosa que descubro de su trasegar me parte la cabeza y el alma; me seduce.
Es imposible para mí pensar solo en Emma cuando pienso en mujeres significativas; sólo que ella ha sido la que más me ha calado hondo, quizá porque me identifico con su vida.
Yo quiero que ahora pienses un minuto en todas las mujeres que han hecho posible que hoy seamos menos presas. Ellas fueron a la cárcel muchas veces por mí, por ti y por todas. Y no pocas murieron.
Cuando me descubrí feminista me sentí avasallada con tanta información. No sabía por dónde empezar y me confundía demasiado leer a tantas mujeres tan idénticas en el fondo de la lucha y tan diferentes en la forma de la lucha. Había días enteros donde lloraba de impotencia porque estaba de acuerdo con todas, no en todo, porque la lectura feminista me retaba a hacer mis propias teorías, sacar mis propias conclusiones y hacer mis propias apuestas de lucha y resistencia.
Porque era un movimiento que no me daba una verdad, una respuesta única, una salvación, si no que se cuestionaba y se confrontaba así mismo sin pudor ni temor. ¿Quién tenía la verdad salvadora de este infierno patriarcal? Todas y ninguna. Esa era la respuesta más desesperante que me llegaba. Yo quería la verdad y no la podía tener porque resulta que cada una de estas mujeres defendía las mismas verdades con métodos diferentes y, sobre todo, con visiones opuestas muchas veces.
Yo soy una privilegiada que me descubrí en el camino como feminista. No fui adoctrinada por un colectivo ni universitario ni social; para mí el feminismo fue un desciframiento súbito, un espejo que me encontré en el camino de la vida, que me hizo ver las realidades diversas de las mujeres, y en el feminismo pude encontrarme en la vida de otras y lograr que otras se encontraran en mi vida. Desde que eso sucedió nunca más estuve sola, aprendí a no sentir vergüenza de ser yo, a no esconder por miedo mis emociones, a entenderme mejor y a entablar una conversación diaria con todas las versiones de mujeres que me habitan. Porque todas las personas tenemos varias versiones para enfrentar la cotidianidad.
El feminismo no me salvó mostrándome la solución mágica, lo hizo exigiéndome mayor capacidad de resiliencia, mayor compasión, mayor disciplina mental y física. Sobre todo mayor compromiso con la vida.
El feminismo no es una religión; es una continua conversación que lleva a vivir como mujeres putamente libres que hacen apuestas política, sociales y humanitarias. Esa es mi definición.
Por: Mar Candela / @femi_artesanal