Columnas

¿Y yo para qué publico lo que escribo?

Con la muerte de mi hermano del alma comencé a preguntarme quién soy sin él en mi vida. Pensé en cuánto amo estar viva al tiempo que odio el mundo en el que me tocó vivir. Pensé en mis escritos y en el hecho de que tantas veces me han preguntado por qué estoy tan resentida, por qué tengo tanta rabia o quién me ha hecho tanto daño. Inicialmente decidí que iba a cambiar, sin tener verdadera idea de qué querría decir este cambio. Pensé en alimentarme mejor, comenzar a mover el culo haciendo ejercicio y dejar la marihuana, creyendo que así lo hubiera querido Mazuera, que además me decía que no fuera tan agresiva, o tan vulgar. A pesar de ser un tipo con muchísimo mundo en la cabeza, continuamente se aterraba conmigo, con mi forma de expresarme, y –supongo- la manera en que vivo mi vida.

Casi tres semanas después de su muerte no he hecho ejercicio ni una vez, tampoco me puse a dieta y compré chocolates para la monchis. Y sin embargo no he dejado de preguntarme por qué escribo, para qué uso mi voz y esta plataforma que me permite hablarle a tanta gente.

Cuando publiqué mi última columna, en que me despedía de mi amigo del alma, mucha gente me escribió a través de redes revelándose muy sorprendidos porque se dan cuenta de que tengo sentimientos (literal). Un presentador de TV muy conocido me dijo riendo que yo sí tenía mi corazoncito. Pues claro que lo tengo, joder. Cómo no. Porque escribo en primera persona y revelo mis intimidades en mis publicaciones, los lectores asumen que me conocen, pero lo cierto es que revelo tanto como quiero y exactamente en el momento en que quiero hacerlo. Y eso no quiere decir que por ello me conozcan. Igualados.

Resolví que escribo por dos motivos, para desahogarme y porque quiero cambiar el mundo. Lo he dicho ya, no escribo para generar una conversación. Lo que me interesa es que me lean, a ver si los pone a pensar lo que planteo. Y me reitero a mí misma que no voy a cambiar, porque aunque la persona que más he amado en la vida se haya muerto -y con su partida haya recibido tanto, tantísimo amor- no quiere decir que este mundo inmundo haya dejado de serlo. Todo me sigue pareciendo puerco, todo una puta mierda, y así lo seguiré expresando.

Pensando en todo esto, el viernes pasado llegó el último día para presentarse a los premios de periodismo Simón Bolívar. Y decidí que a pesar de contar con un texto que estoy convencida es merecedor de ese premio -de cualquier premio- decidí no hacerlo. Primero me pregunté, si la idea es que una vez que un texto ha sido publicado habla por sí mismo, y en ese orden de ideas se defiende solo, ¿por qué carajos hay que explicar el texto para concursar en un premio? Aquí el concurso está negando la naturaleza misma del texto. También me planteé, ¿para qué putas quiero el premio? Me dijeron que era mucha plata, pero por suerte no necesito esa plata en este momento, y es que además yo no escribo para hacer plata, eso jamás me ha movido más allá de poder pagar el arriendo, las cuentas y el mercado. Me dijeron que era un premio muy prestigioso que quedaría muy bien en mi hoja de vida, pero mi hoja de vida ya está regia como está. No me hace falta el puto premio. Ni ese ni ningún otro.

Por estas razones decidí que no voy a volver a participar en ningún premio pendejo. No me hace falta, no me interesa y me sabe a mierda. Con esto no pierdo la capacidad de alegrarme por los premios que se ganen mis amigos, pues me alegra su alegría. Con esto no le quito valor a quienes sí lo hacen. Pero no dejo de pensar que esos jurados son una rosca asquerosa y más goda que muy goda. Y seguiré escribiendo, y puteando, y cuando haya lágrimas las escribiré también. Yo no voy a cambiar. Lo siento, Mazuera. Miento, no lo siento.

Por: Virginia Mayer / @virginia_mayer

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