Junto a grandes facilidades, las nuevas tecnologías pueden ocasionar enfermedades, porque nos hemos convertido en adictos a las pantallas y a la realidad virtual.
Un estudio de la universidad norteamericana Darmouth College asegura que ciertos videojuegos violentos, protagonizados por personajes antisociales, pueden incitar a los adolescentes a caer en la delincuencia, el tabaquismo o en el consumo de alcohol. Se trata de juegos planteados para adultos que reflejan una realidad fantasiosa, lleno de falsos éxitos y objetivos.
Su uso exagerado provoca que algunos vivan desconectados del mundo real. Según la firma de seguridad informática ESET, una de cada diez personas admite haber jugado durante 12 ó 24 horas seguidas y un 14% confiesa estar obsesionados con los videojuegos.
El músico Eric Clapton, hablando de sus adicciones a la droga, que son de otro tipo pero igual de enajenantes, explica:
«Sencillamente me convencí de que, por algún misterioso motivo, yo era invulnerable y no me engancharía. Pero la adicción no negocia y poco a poco se fue extendiendo dentro de mí como la niebla».
¿Por qué nos mantenemos pegados a las pantallas, cuando podríamos vivir más y mejor la realidad y compartir razonablemente ambos mundos?
En este sentido, sugiero practicar la meditación y el grounding, pues son herramientas que nos hacen sentir conscientes de que pertenecemos a lo que nos rodea. Como decía Aristóteles, «la naturaleza es un espectáculo que se desarrolla frente al hombre».
Esta conexión con la tierra aumenta el equilibrio y la estabilidad física y emocional. Nos aporta fuerza, autoestima y nos ayuda a centrarnos a la hora de tomar decisiones. Nos conecta de manera sensorial para vivir el presente. Tenemos que ver la vida como un viaje continuo, viviendo el presente y aprendiendo del pasado.
Precisamente, el grounding es fundamental en las actividades de Cala Encuentros La Montaña Azul, el evento que anualmente celebramos en plena naturaleza de Costa Rica.
En el camino hacia el bienestar, existen gestos diarios que nos ayudan a relacionarnos con el mundo que nos rodea. Por ejemplo, evitar vivir ensordecidos por los auriculares en los oídos, o decidirnos a caminar descalzos por la hierba o la arena. Como decía Víctor Hugo, «produce una inmensa tristeza pensar que la naturaleza habla, mientras el género humano no la escucha».