Columnas

Un mundo sin FM

Frecuentar la nostalgia —lejos de insensibilizarnos— nos hace más vulnerables a su influencia y, por tanto, más propensos a experimentarla. En particular cuando esta contemporaneidad, tan orgullosa de sus avances, pretende imponernos sus caprichos y leyes a quienes vivimos exiliados en siglo ajeno, para adentrarnos en duelos desconocidos. Supongo que cada generación arrastra los suyos.

Hará una semana, por disposición oficial y definitiva, en Noruega fueron apagadas las emisiones radiales del tipo tradicional en la banda FM, para mudarlas al más dinámico y tecnificado sistema DAB (en inglés digital audio broadcasting). Así las cosas, las emisoras de frecuencia modulada del país escandinavo migrarán por acuerdo previo a esta modalidad contemporánea de emisión por vía satelital. En términos funcionales y algo complejos de describir, ello permitiría al emisor escoger la calidad de su señal al aire y multiplicará de manera considerable el número de frecuencias disponibles en FM, por encima de las transmisiones tradicionales, pero a la vez exigirá por parte de la audiencia la adquisición de nuevos receptores. Por ejemplo: para recibir la señal de la NRK, que emite desde Oslo, ahora habrá que sintonizarla mediante un dispositivo distinto de aquellos de los que hoy dispone la mayoría de automóviles, al menos en Suramérica. Las ondas hertzianas, como las conocimos, mutarán.

Suena a progreso. Pero quizá constituya la promulgación de una sentencia que el planeta irá cumpliendo puntual y a cabalidad, nación por nación. Aunque suene absurdo y retardatario, me aferro a la radio tradicional. Lo digo porque —bien lo señaló Queen en la magistral Radio Ga-Ga— aún existimos aquellos para quienes dicho medio en su presentación y formato clásicos ha sido omnipresente en nuestro diario discurrir y porque, así suene fetichista, la experiencia singular del dial y el ruido blanco de la sintonía entre estaciones es algo cuya magia adivino irremplazable.

Del lado contrario hay argumentos prácticos y sólidos… como todo lo práctico y sólido, con mucho de cierto pero también con otro tanto de aburrido: tal tecnología facilita y democratiza procesos técnicos y alivia cargas financieras de dimensiones descomunales, antes inmanejables para el individuo común que contemplara hacerse broadcaster. El número de frecuencias disponibles en el espectro electromagnético del FM —comprendido entre los 88.0 y los 108.0 Megahertz, según recuerdo— es limitado. Hacer andar y mantener una radioemisora convencional resulta en extremo costoso. De ahí que hoy las grandes radios sean casi por regla hijas consentidas de omnipotentes conglomerados económicos; y no iniciativas, digamos, menos dependientes y peligrosas. La oferta de radio satelital supera hoy por millones la de la análoga y trasciende fronteras locales y nacionales. Producirla es más barato y, por demás, divertido. Así como todos, o casi todos, podemos ser youtubers, quizá todos o casi todos podamos llegar a administrar una alguna vez. Y, si nos ponemos optimistas, es posible que pronto la radio satelital dinámica deje de ser rareza o que nos acostumbremos a oírla a través de otras vías.

Aun así, me mantendré descreído a la espera de que el destino me desmienta. No sé si mi imaginario es demasiado rural o primitivista, pero me cuesta visualizar a un vigilante en su caseta o a un campesino mientras calienta su aguapanela de las 4 a.m. degustando programas de radio satelital. Por cierto: Colombia aún no dispone de ésta, sino de mecanismos de emisión vía web tipo streaming, podcasts y demás. Sólo espero que los años me alcancen para presenciar cómo la humanidad recompensa a quien ha sido una de sus más leales acompañantes por cerca de un siglo.

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