Por Nicolás Samper C.
Sabían de 4-2-3-1 y 4-3-3. Y sabían más todavía de calibres de armas. Era Lazio de Roma entre 1973 y 1974, equipo en el que cada uno estaba más cercano a integrar una banda de delincuentes que a ser un onceno dócil y respetuoso, justo en tiempos en los que Italia veía cómo los clanes de la mafia y las Brigadas Rojas untaban con pinceladas de terror la cotidianidad.
En esa dualidad se enfrascaba el equipo porque dos de sus integrantes querían ser los capos –capos en el sentido original de la expresión– del camerino: Giorgio Chinaglia y Gigi Martini se debatían en peleas intestinas, y claro, cada uno tenía su propio bando en la squadra. Maestrelli, el entrenador, era como un gran capo de capos. Como Paul Sorvino en Goodfellas: hasta el más ruin y malandro postraba su cabeza ante su presencia y él, como mediador entre dos facciones listas a sacarse chispas, tamizaba las tensiones en los entrenamientos, cuando los taches sobrepasaban cualquier código de vestuario y la amenaza de un disparo o un varillazo en la rodilla para acabar con la carrera de un compañero aparecía en el horizonte. Eso pasaba de vez en cuando: día de por medio.
En medio de todos estaba Luciano Re Cecconi, volante que también sabía cómo jugar con ira para romper, si era o no necesario, a un rival con ganas de burlarse de él. Re Cecconi fue, como Chinaglia y Martini, puntal indispensable para que Lazio ganara por primera vez un campeonato de Serie A, en la temporada 73/74. Y lo recordaban porque le gustaba mucho gastar bromas pesadas a sus compañeros. Claro, a él no le importaba cuál iba a ser su víctima: le divertía importunar y oír el fondo de las risas de los demás o ver los ceños fruncidos de los ofendidos y su corte. Era así de claro.
Un día Re Cecconi caminaba por las calles de Roma con Pietro Ghedin –compañero en su club– y pensó que era el momento para hacer una broma. Vio hacia la otra acera y se dio cuenta de que ahí estaba la joyería de su buen amigo Bruno Tabocchini. Era momento de hacerle una visita. Y entonces se relamió cuando observó que Tabocchini se encontraba de espaldas al mostrador, sin mirar hacia la calle. Re Cecconi, el divertido lacial, dio el grito: “Dame todo el dinero. Esto es un asalto”.
Se oyeron disparos y luego todo fue silencio. Re Cecconi cayó pesadamente al suelo y mientras las vetas de sangre dañaban el vestido que había comprado en diciembre solo atinó a decir: “Perdón, era una broma”.
Re Cecconi murió al instante sin saber que a su amigo, el joyero Tabocchini, lo habían asaltado dos veces en dos semanas. Tampoco supo que él, a manera de protección, recientemente había adquirido una pistola Walther 7,65, ese modelo que vio tantas veces en los entrenamientos de Lazio, para protegerse.
Una de las bromas más dolorosas de la historia cumple 40 años el 18 de enero, cuando Luciano Re Cecconi dejó de reír.