El viernes pasado se conmemoró el Día Internacional ‘para erradicar la violencia contra la mujer’ o ‘contra la violencia de género’. Un tema altamente sensible que, finalmente, aunque tarde, parece estar logrando reconocimiento. Por redes sociales circularon abundantes y persuasivos mensajes dirigidos tanto al ‘empoderamiento de las mujeres’ como al ‘desembrutecimiento de los machos’. Ambos, igualmente importantes y necesarios para distintas clases de audiencia. Lástima que algunos mensajes del primer tipo rayen con el ‘hembrismo’ que hace de las mujeres seres arrogantes. Ojalá, algún día, hombres, mujeres y habitantes de todos los géneros nos reconozcamos simplemente en la igualdad.
El camino no es es sencillo. Siglos de androcentrismo han hecho lo suyo en todos los ámbitos de la vida, públicos y privados. Pese a que con el tiempo y gracias a las luchas las mujeres nos hemos convertido, también, en firmantes del ‘pacto social’, es innegable que aún prevalece la inequidad. Campañas como ‘nos queremos vivas’ o ‘ni una más’ apuntan a la expresión física de la violencia. Sin embargo, la simbólica también puede ser letal.
La fuente de la violencia siempre es la misma: creerse unos más que otros, a lo que sigue actuar con tiranía para hacer existir y ahondar la diferencia como argumento válido para atropellar. Disponer del cuerpo y de la sentiencia de quien se pretende avasallar –el diferente–, como quien dispone de su patrimonio desde el poder que le confiere su supuesta superioridad.
Bajo está lógica, mujeres y animales hemos sido víctimas de la violencia patriarcal, pero ellos, además, de la violencia humanista. Por eso es frecuente que en los animales confluyan las iras desatadas de los miembros de un hogar, o el desquiciamiento de los festines taurinos y galleros donde mujeres también celebran la tortura y la muerte, pese a ser ellas mismas usadas como ‘objetos decorativos’, ‘remates de fiesta’ o ‘amuletos de la buena suerte’.
No pretendo restarle importancia a una violencia brutal, miserable y ruin como la que hombres ejercen contra mujeres o como la que despliega el machismo contra todo lo que lo ofusque y lo confronte. Mi intención es animar una lectura sobre las raíces de la violencia, que invariablemente termina arrastrándonos a todos con la fuerza de un huracán.
Yo también ‘nos queremos vivas’. Tanto, como quiero vivos a los animales; no muertos ni agonizando en plazas de toros, galleras, laboratorios, jaulas y frigoríficos, ultrajados por la misma violencia que constantemente crea ‘otros’ para subordinar. En ello, el lenguaje es elocuente: mujer-perra, mujer-zorra, mujer-cerda, son ‘hembras’ disponibles para utilizar.
Si hombres, mujeres y todos los géneros reconociéramos nuestras formas violentas de relacionarnos, que no necesariamente pasan por la agresión física, y ampliáramos, a la vez, el concepto de respeto e igualdad moral para incluir en él a todos los animales, humanos y no humanos, desactivaríamos, en buena parte, la espiral de la violencia que siempre estalla contra el más frágil.
*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.