Columnas

Palmas bogotanas

Aprovecho estas tardes grises para rendirles homenaje a las palmas bogotanas. Y aunque el imaginario asocia las palmas con cielos azules, con Sunset Boulevard en Los Ángeles y las islas de los mares sur, lo cierto es que en las cordilleras andinas existen palmas que siempre han estado asociadas a la lluvia y la niebla. A los bosques de niebla.

Bogotá y las palmas suelen ser conceptos más bien poco convergentes, más allá de que a la calle 57 algunos la llamen la Avenida de las Palmas. Sin embargo, cuando uno camina y observa se encuentra con que en la ciudad cada vez son más frecuentes las palmas, y que el árbol nacional, la palma de cera, está presente.

Existen varias especies de palmas de cera, que se encuentran en los Andes de Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia y Venezuela. El árbol nacional de Colombia es la palma de cera del Quindío (Ceroxylon quindiensis) y, si uno se pone muy estricto, debe considerársele como una especie exótica en Bogotá, ya que su distribución natural es en los bosques de niebla y subpáramos de la Cordillera Central.

La Cordillera Oriental tiene su palma de cera autóctona (Ceroxylon sasaimae) y debo advertir que yo no estoy en capacidad de distinguir a cuál especie pertenecen las que he visto en mis recorridos por la ciudad.

Hay varios ejemplares de palmas de cera en el Parque de la Independencia. Y en estos tiempos es cada vez más frecuente ver ejemplares jóvenes que comienzan a crecer, por lo general en zonas verdes y separadores de grandes avenidas. Un buen lugar para observar palmas es la Avenida Eldorado en el sector del CAN y el campus de la Universidad Nacional.

Un par de palmas aún subsisten junto al monumento a Luis Carlos Galán, en la calle 127 un poco al oeste de la Autopista. En la sede del Sena, en la calle 57 con carrera octava, crecen dos hermosos ejemplares. Frente a la sede de Caracol Radio, en la plazoleta de la calle 67 con carrera Séptima, tres palmas están alineadas enfrente de la fachada de edificio de ladrillo.

Las dos palmas de cera han llamado mi atención desde hace muchos años por estar ubicadas en lugares muy hostiles para un árbol. Y sin embargo allí siguen, aferradas a su metro cuadrado de tierra que las sostiene, inconmovibles a pesar del intenso tráfico y la contaminación.

Una de ellas está en la esquina suroriental de la carrera Séptima con calle 72. La otra, en la carrera 13, entre calles 54 y 55. Ambas debieron nacer hace muchas décadas (soy incapaz de determinar la edad de una palma de cera), cuando Chapinero era un barrio de los extramuros al que se llegaba en tranvía, de quintas apacibles y tranquilas con amplios jardines y solares. Estas dos palmas, al igual que sus compañeras de la 57 y 67, han visto y logrado sobrevivir a la rápida y no siempre muy feliz transformación de la ciudad.

Nada mejor que estas tardes grises bogotanas para rendirle este sencillo homenaje a un árbol emblemático de los bosques andinos de niebla.

*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.

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