El número cuarenta se asoma inatajable en los balances contables de mi futuro inmediato. Y a dieciséis días de tan impensable acontecimiento, cuesta eludir los consabidos cálculos. Las nostalgias de mediana edad se me aparecen transformadas en fantasmas. Son imágenes, aromas, sonidos, pulsiones táctiles, y, sobre todo, porque en eso resumo cuanto he sido: palabras y frases. Son frustraciones y desdichas, que atesoro por igual. Son gentes cuyas almas me tocaron.
Pienso en quienes se fueron, en los que a la fecha permanecemos y en la naturaleza cíclica e inexorable de cuanto acontece. Reflexiono sobre consignas, versos y canciones. Evoco esas cosas que mi generación, todavía con voz impúber, espíritu ingenuo y pluma tambaleante construyó, suponiéndolas eternas. Inventarío aquellas construcciones verbales que solo alguien de mi edad entendería… Me obstino en creer que nosotros las inventamos.
Entonces, como viejos mantras de aquello que otrora fuimos y hoy ya no, me resuena lo que en el kínder coreábamos. Nos oigo al unísono, exclamando con actitud inculpadora y gesto preescolar: “Ay, papayai. ¡Los calzoncillos de Turbay!”. Arengas políticas de talante antihigiénico esculpidas en homenaje a líderes de entonces: “Belisario Betancur: come mocos con yogur”. Unas discriminativas: “¡Con Gaviria y con Ferrer: dos –lo omito por respeto– al poder!”. Rememoro la primaria y las parodias que en honor a Menudo entablábamos, creyéndolas transgresoras: “Súbete a mi moto, pero empeloto. Súbete a mi cama, pero sin piyama”. Evoco los chistes crueles y aún hoy censurables replicados por los gamberros del curso: “¿Quién es el vegetal más chévere? ¡Jimmy Salcedo!”. “¿Sí sabe que Pozzetto tiene nuevo nombre?”, “¿cuál?”, “Campo Elías… carnes frías”. “Imagínese que la Pepsi da sida”, “¿por qué?”, “en el comercial lo dicen: ‘Deja que tu gusto de-cida’”. “¿Le contaron que murió Mario Barakus?”, “¿de qué?”, “sobredosis de Cal-C-Tose”.
Entre los nuestros compusimos letanías profanas: “El 13 de mayo la virgen María bajó de los cielos en una cobija (o en paracaídas)”. También narcodependientes… “Alabaré, alabaré, alabaré, alabaré… a la ‘bareta’ le daré”. O parodias publicitarias tipo: “Panam Panam Panam. ¡Su –inserta aquí la obscenidad de tu predilección– le huele a pan!”. Cosas que difícilmente alguien con menos de 35 vueltas al astro rey encima conseguiría comprender. O siglas: Adidas (Asociación de Idiotas Dispuestos a Superarse). ¿Quién no incurrió en el socorridísimo “¡llegó mi papi!”, ante la inusual imagen de un helicóptero sobrevolando el campus escolar?
Me veo a mí acompañado de una corte de superhéroes, princesas, hadas, animales, brujas y demás especímenes de fantasía en algún octubre de 1982, entonando nuestra retahíla vandálica. “Triqui triqui Halloween. Quiero dulces para mí. Si no hay dulces para mí. Rompo el vidrio y salgo a mil” (eso para no mencionar la variante escatológica del canto). En aquellos tiempos la métrica importaba. Siete sílabas estrictas: “Si-nohay-dul-ces-pa-ra-mí”. Los años degradaron el tercer verso a un inadmisible y hexasílabo “y-si-no-me-dan”. Mis coetáneos jamás se habrían permitido semejante licencia.
Fueron himnos que acompañaban mis días, y que aún hoy retumban, desvencijados y oxidados, en la trastienda de mis recuerdos. Lemas cuya irrelevancia no los eximió de quedárseme adheridos, contra la volatilidad del trasegar vital. Oraciones que en presente no conjugan, y que aunque extintas ahora consigno aquí, apegado a la ambición vanidosa de que así nos sobrevivan. Hasta el otro martes.
*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.