Pusieron cámaras de seguridad en mi edificio y estoy que no duermo. En el frente, en la recepción, en el ascensor, en los garajes, en los pasillos, cerca a la puerta de mi apartamento. Y me dan miedo porque me la paso haciendo cosas que no tocan. Nada que sea ilegal, eso sí. Ya saben. Entro al ascensor y me saco los mocos, me miro en el espejo, me peino, canto, me hablo, lo que sea con tal de matar el tiempo.
Las cámaras de seguridad son como Dios: están en todas partes y lo ven todo, de ahí que me incomoden. Durante años luchamos por nuestra intimidad para que ahora cualquiera que esté al otro lado del visor pueda espiarnos a placer, como si fuéramos delincuentes.
Las cámaras de seguridad están en todos lados y ven todo, pero nunca graban nada y acceder al material que producen es dificilísimo. En teoría están para registrar actividades sospechosas, cuidarnos e inculpar a quien delinque, pero ni por ahí cerca. A un amigo le abrieron el carro en el centro comercial El Retiro, le robaron un iPad y nunca aparecieron ni las grabaciones ni el ladrón. Para acceder a ellas tuvo que hacer un trámite como si estuviera pidiendo la visa de Estados Unidos y luego, tras semanas de espera, resultó que las cámaras no habían grabado ni el sitio ni el momento del robo.
Igual le pasó a otra persona a la que le robaron la bicicleta en un Farmatodo. Las cámaras estaban ahí, pero de adorno. Las imágenes nunca aparecieron. Igual de conveniente, una vez se perdió un balón de fútbol en una cancha donde solemos jugar y nadie vio nada: ni el vigilante ni la cámara, que justo tuvo un problema técnico a la hora del robo y no captó el incidente.
Son un chiste y están para meter miedo más que otra cosa. En Bogotá funcionan apenas 300 de las 570 que tiene la Policía. Sí, su uso ayudó a la captura del agresor de Natalia Ponce, pero porque se trató de un caso extraordinario en el que hasta el presidente metió la cucharada. A usted y a mí, que nos han pasado bobadas, nos toca pelear por nuestra cuenta y después resignarnos. Las cámaras de seguridad siempre están ahí, pero permiten las injusticias. Lo dicho, son como Dios.
*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.